Cuando las emergencias ambientales y ecológicas agitan nuestro cotidiano vivir, es fácil buscar causas en las cuales todos suponemos ser los responsables. Por ejemplo, es habitual escuchar que los problemas de sequías y disminución de caudales en la zona Centro-Sur de Chile, es producto del calentamiento global, mas no del monocultivo forestal; cuando existe veda en pesca u en otras especies marinas es producto del calentamiento global, mas no del extractivismo descontrolado por la industria pesquera que ha devastado nuestro litoral; que la escasez de agua en cursos superficiales para uso agrícola y rural es producto de las bajas precipitaciones –debido a alteraciones en el clima–, mas no de las constantes intervenciones en cuencas para la generación eléctrica u otros procesos productivos. Ejemplos como estos suman y siguen.
En cuanto a la situación vigente en Chiloé, ésta tampoco se escapa de la dinámica que podríamos denominar como “impacto ambiental por causa global” antes mencionada. Siguiendo esta lógica, la tremenda mortandad marina y el desequilibrio ecosistémico tanto del medio acuático como de la fauna terrestre asociada a este, solamente sería producto del florecimiento de dinoflagelados tóxicos Alexandrum Catenella “Marea Roja” -circunstancia natural y cíclica que se manifiesta en el sur de Chile- provocada por la corriente del niño, descartando de plano, toda influencia asociada a la actividad acuícola salmonera, la cual sin duda alguna, genera impactos negativos alterando las condiciones ambientales del ecosistema marino.
En síntesis, en materias ambientales es más sencillo formular culpas colectivas mediante el salvaguardor y utilizado cliché: “calentamiento global”, ya que al ser responsabilidad de todos, en lo concreto no es responsabilidad de nadie. Esta lógica del “impacto ambiental por causa global”, no debiera ser tolerada ni fomentada por quienes creemos en un desarrollo económico, social y ambiental de nuevo tipo, pues si bien es cierto que los efectos del calentamiento global no distingue entre ricos y pobres, desarrollados o subdesarrollados; las autoridades de turno y quienes controlan la economía nacional no pueden desentenderse de sus responsabilidades provocadas por negligencias y malas prácticas, a las cuales incurren, la mayoría de las veces, conscientemente.
En relación a lo anterior, analizando la actual situación socio-ambiental que afecta al sur de Chile, las comunidades locales y pescadores artesanales manifiestan que la mortandad marina por marea roja se exacerbó debido al vertimiento de aproximadamente cinco mil toneladas de salmones en estado de putrefacción. Por el contrario, desde las instituciones del Estado competentes en el área, como también por parte de algunas ONG o gremios de la comunidad científica, afirman que el desastre ecológico se debe única y exclusivamente a un hecho natural, siendo en esta oportunidad de una magnitud nunca antes ponderada, intensidad explicada por la manifestación exponencial del fenómeno del niño.
A ciencia cierta no es posible confirmar la hipótesis formulada por las comunidades locales, como tampoco se puede dar crédito absoluto a la tesis de los gremios técnicos y científicos.
En particular la declaración pública emitida por el Colegio de Biólogos Marinos de Chile, que según mi criterio, es un análisis sesgado de la situación ambiental que afecta al ecosistema marino de Chiloé y alrededores, puesto que no consideró dentro de su análisis, la sinergia causada por la actividad productiva del litoral y el fenómeno del niño. En esta línea, cabe destacar además que el Estado básicamente no invierte en investigación, por el contrario, son fondos privados los que mediante proyectos otorgan financiamiento a ciertas ONG y gremios científicos, por tanto, conflictos de intereses de seguro existen.
Debemos lograr una planificación territorial y marítima ambiental vinculante; actualizar y elevar las exigencias técnicas en nuestras normativas de competencia ambiental, pero por sobre todo, superar nuestra estructura productiva extractivista de recursos naturales que nos tiene sometido, aunque digan lo contrario, en el sub desarrollo
La hipótesis levantada por las comunidades locales, que indican a la industria salmonera como la responsable del desastre ecológico presente en la zona, no deja de ser cierta. No obstante, el error de esta hipótesis recae, en expresar que la causa fue puntualmente el vertimiento de materia orgánica en descomposición, ya que en realidad, la responsabilidad de la industria salmonera, se arrastra desde los inicios de su actividad productiva, que ha provocado zonas eutrofizadas en las áreas de emplazamiento de sus cultivos, debido al negligente manejo del proceso productivo, vertiendo permanentemente materia orgánica al lecho marino.
Esta situación ha dejado al descubierto diversas aristas, tanto en lo político, económico, territorial, social y ambiental, siendo en esta última lo más relevante. las costas del sur y extremo sur de Chile se convirtieron en zonas de sacrificio marino debido a la intensiva actividad acuícola, provocando impactos negativos en la biota acuática nativa -fundamentalmente por la intervención en la cadena trófica, debido a roturas en las jaulas o a la evacuación predeterminada de salmones al medio acuático- y alterando las condiciones físico-químicas y de nutrientes en el ambiente, como del pueblo sureño que ha visto la enajenación paulatina de su sustento económico y cultural.
En lo particular se deja de manifiesto la necesidad de reestructurar, modificar o, de ser necesario, suprimir el actual modelo producto de salmonicultura, por uno con mayores estándares técnicos, económicamente sostenible y solidario -solidaridad que sólo será posible dentro de un régimen no neoliberal-, socialmente legitimado y ecológicamente sustentable.
Gran desafío nos queda por superar, siendo muchas las variables a considerar para su consecución, como por ejemplo, lograr una planificación territorial y marítima ambientalmente estratégica y vinculante; actualizar y elevar las exigencias técnicas en nuestras normativas de competencia ambiental, con la cuales se permita evaluar los proyectos de inversión con altos estándares de calidad y de protección efectiva al ambiente, pero por sobre todo, superar nuestra estructura productiva extractivista de recursos naturales, que nos tiene sometido aunque digan lo contrario, en el sub desarrollo.
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