“Que a nadie se le prive de la Dignidad humana”, fue parte del discurso de Nelson Mandela, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 21 de septiembre de 1998, haciendo alusión a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que en ese entonces se conmemoraba cinco decenios desde su declaración. Hoy ese mismo mandato, sigue estando vigente, siendo motivo de luchas y reivindicaciones sociales.
Escribo Dignidad con mayúscula, por la relevancia que tiene en el marco del reconocimiento del otr@ como sujet@ de derecho, pero como mencionaba anteriormente hay sujetos que a lo largo de la historia han sido despojados de sus derechos humanos, y ejemplo de esto son las personas privadas de libertad.
En el mes de julio, se conmemoran las “Reglas de Mandela” o Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos, que son normas adoptadas por las Naciones Unidas en 1955. Esta normativa establece que los principios fundamentales que rigen las penas privativas de libertad estén en el marco del respeto a la Dignidad humana, que los juicios sean imparciales y que no haya discriminación en las sentencias, que no sean sometidos a tratos inhumanos, crueles y degradantes y más importante aún, que el sistema penitenciario no debe agravar los sufrimientos que implica la privación de libertad y lo que significa “El despojo del derecho de las personas detenidas”.
Estas reglas no conforman una obligatoriedad para los Estados, pero sí se constituyen como estándares básicos para las políticas penitenciarias. En Chile, el sistema penitenciario se encuentra en crisis y es posible dar cuenta que las Reglas de Mandela no han sido integradas. Tenemos un sistema judicial punitivo, que tiene como base el castigo y altas penas y un sistema penitenciario sobrepasado incapaz de asumir el desafío de la reinserción.
La cárcel no es la solución a la problemática de la “delincuencia”, sino que es la consecuencia de la desigualdad social y a la violencia estructural a la que se encuentran sometidos la población más empobrecida y marginada de nuestra sociedad. Ejemplo de esto es el estudio de ONG ENMARChA, que informa que 70% de las familias usuarias del Abriendo Caminos en Maipú (Programa del Ministerio de Desarrollo Social sobre niñez y familiares encarcelados), vivían en los mismos 3 km2 de la superficie total de la comuna de 135,5 kms2, sector que coincide con los índices de mayor pobreza y la exclusión.
Sabemos quiénes son los que se encuentran encarcelados y sabemos que sus derechos han sido vulnerados de forma sistemática. La cárcel ha sido la respuesta para los más pobres y excluidos, no para todos quienes delinquen. Por eso necesitamos un sistema penitenciario que resguarde que quienes perdieron la Dignidad por la pobreza y la cárcel puedan recuperarlas, tal como lo proponen las Reglas de Mandela.
Necesitamos un sistema penitenciario que ponga en el centro el reconocimiento de la Dignidad. Donde se comprenda la reinserción no exclusivamente como la “no reincidencia”.
Necesitamos un sistema penitenciario que ponga en el centro el reconocimiento de la Dignidad. Donde se comprenda la reinserción no exclusivamente como la “no reincidencia”, sino una reinserción que comprende que la mejor herramienta para reducir las tasas de delincuencia es entregando a las personas las herramientas que necesitan para vivir vidas más satisfactorias. Una reinserción como la que apostaba Mandela, la que trata de cambiar una forma de vida y evitar la exclusión social.
La única vía hoy posible para lograr el respeto a la Dignidad y a los Derechos Humanos de las personas privadas de libertad es que los tratados y acuerdos firmados y ratificados por el Estado chileno sean de obligatoriedad y no meras recomendaciones, logrando así evitar que se transformen en una lucha de minorías. Porque tal como dijo Mandela, a nadie se le debe privar de la dignidad humana.
Joan Navarro, Vocera Ley Sayén
ONG ENMARCHA
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