Ellas y ellos son cuestionamiento. A todos cuestionan, su naturaleza es así, ¡para qué quedarse con la duda cuando tienen tanto por descubrir!.
Cada minuto hay una niña o un niño haciendo ruido, ya sea con un grito, una carcajada, un llanto, decenas de enojos o frustración. Que se escuchen, da cuenta de que están vivas, vivos. Llegaron a este mundo ruidoso a ponerle su toque particular. Cuando una niña o un niño no dice nada, viene el silencio, para algunos puede resultar maravilloso porque la cabeza descansa, para otros, significa quitarle color a la vida.
Las niñas y los niños, son la razón de vivir de un padre o una madre, la alegría de los abuelos, el entendimiento entre generaciones, la sencillez y lo natural.
Ellas y ellos son cuestionamiento. A todos cuestionan, su naturaleza es así, ¡para qué quedarse con la duda cuando tienen tanto por descubrir! Si no encuentran respuesta satisfactoria, no se inmutan, por el contrario, ellas y ellos se responden, disponen de información necesaria para construir aquello que resuelva la inquietud.
También cada minuto hay una niña o un niño sin decir nada. Imposibilitados por su entorno, por quienes se encuentran a su alrededor. El silencio se les ha impuesto como regla, una regla no consensuada. Aquí, la niña o el niño es inferior, carecen de capacidad de decisión, desconocen lo bueno y lo malo, lo que les favorece o necesitan, por lo tanto, alguien adulto debe ser quien decida por él o ella. Así, para que pueda saberse, es imperativo que guarden silencio, el adulto debe hablar.
En los minutos, detrás de esos silencios y los ruidos hay historias no contadas, palabras que no miramos pero que son necesarias para comprender la importancia de la vida, de sus vidas. Es la oportunidad de abrir una ventana y ver lo que ocurre del otro lado, apreciar lo que allí existe, descubrir, sorprendernos, sensibilizarnos y decidir.
Inicio en este espacio invitando a que les demos su tiempo y espacio, ellas y ellos son parte de las sociedades, las regulan y transforman, a veces sin darnos cuenta, conducen destinos. No podemos borrarlos del escenario, ahí están y son indispensables, deben ser valorados, son las semillas, su cuidado puede dar grandes frutos.
Es importante conocerlos, comprenderlos. Tal vez, a través de historias de vida podamos lograrlo. Nuestras sociedades demandan que lo hagamos de manera urgente pues millones de ellas y ellos silenciosamente piden nuestra protección.
Escribo desde México, de donde soy y me encuentro, luego de haber vivido algún tiempo en Santiago. Por lo tanto, las historias serán de niñas y niños habitantes principalmente de la Ciudad de México. Espero que a partir de ellas, podamos reflexionar juntos, juntas. Mirar a través de la venta, reflejarnos y entonces, salir y darles la oportunidad de ser felices.
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