Acontecimientos políticos alrededor del mundo en los últimos años han puesto en cuestión la solidez de la democracia. Los autoritarismos han ganado adhesión de la ciudadanía en varios países, incluyendo a democracias occidentales como Estados Unidos, Italia, Alemania, Suecia, Brasil, entre otras.
Ciertos excesos como la corrupción, la inseguridad provenientes de la delincuencia, la inmigración indiscriminada, la extrema desigualdad, la marginación de grandes poblaciones producto de la globalización, son algunos de ellos.
En algunas experiencias, como la de Brasil, la combinación de inseguridad y corrupción ha sido el trampolín perfecto para el triunfo de un exmilitar apoyado por una gran cantidad de electores y rodeado de militares para gobernar. En Alemania, Suecia y Francia el exceso de migrantes han fortalecido al extremismo de derecha. En Italia también se han combinado corrupción, rechazo a la inmigración para desplazar al tradicional “establishment” político del gobierno, por parte de tendencias populistas de derecha.La proporción de los que piensa que su país van en dirección equivocada supera en ocho puntos porcentuales a los que piensa que su país está progresando.
El caso de México es paradigmático. Una elevada corrupción en todas las esferas estatales y privadas combinada con poderosos carteles de la droga que asesinaban a diestra y siniestra en la impunidad ha dado origen a un gobierno populista y mesiánico de izquierda que plantea la inauguración de un nuevo régimen político, económico, social y cultural en el país. Una apuesta riesgosa por lo difícil de concretar. Tiene a su favor su elección democrática por una gran mayoría de los electores, que considera que esta sea la última posibilidad de eliminar esos flagelos en democracia.
De modo que la democracia hay que cuidarla, no soporta determinados excesos. Hacia el futuro el riesgo mayor proviene de un capitalismo que genera grandes desigualdades económicas y sociales. Por el lado del desarrollo tecnológico también aparece el peligro de que un importante porcentaje de la población caiga en la irrelevancia laboral.
¿Qué sigue para adelante?
a.- ¿Estaremos en presencia de la consolidación de un «nuevo desorden internacional»?; ¿Se encaminan los nacionalismos al aislamiento (el Brexit, el proteccionismo del Estados Unidos de Trump, el independentismo catalán y otros) opuesto a la cooperación, el intercambio y la globalización)?
b.-La crisis financiera del 2008/9 que aún repercute en la economía de muchos países, especialmente en Europa y Norteamérica. La crisis de los inmigrantes. Las guerras que desangran a varios países. El terrorismo internacional. El surgimiento de los populismos de derecha e izquierda. El lado obscuro de la globalización. El surgimiento de China como potencia económica y política. El autoritarismo y armamentismo ruso. La amenaza de todos estos procesos, con la incertidumbre que suponen, han liquidado la teoría optimista, surgida después de la caída de la Unión Soviética, de un mundo ordenado por la democracia representativa y la economía de mercado. A todo lo cual se suma el cambio climático con los desastres naturales. La idea de un statu quo de duración indefinida apoyado en aquéllas supuestas sólidas columnas, ha quedado descartada. La política de Trump ha hecho patente la incertidumbre y el desconcierto de la situación actual. Es por todo ello que se asiste a un deterioro de la democracia, como lo demuestran los bajos porcentajes de participación electoral. Un riesgo es que la democracia se convierta en mediocracia y otro mayor es que dé paso a autoritarismos, como los que ya lo hemos conocido.
c.- En América Latina la mayoría de la población está insatisfecha del modo en que funciona la democracia en sus países. En efecto, según la encuesta de opinión realizada este año 2018 en 18 países de la región por la empresa Latinobarómetro (dirigida por la experta chilena Marta Lagos) la insatisfacción aumentó del 51% en el 2009 al insólito 71% en el 2018. La confianza en las instituciones políticas ha caído a niveles bajísimos. En los partidos políticos alcanza al 13%; en el gobierno al 22%; en el Poder Judicial al 24%. En cuanto a las principales preocupaciones de la gente tres son las prioritarias: la situación económica, la delincuencia y la corrupción. Exactamente en ese orden.
La proporción de los que piensa que su país van en dirección equivocada supera en ocho puntos porcentuales a los que piensa que su país está progresando. Quizás por ello esa sería una de las razones por la cual los que señalan que no votarán por ningún partido excede a aquellos que indica que votará por uno. Los pobres son más escépticos con la democracia que los ricos y la clase media; los jóvenes más que los mayores. El futuro, entonces, no es muy promisorio. Sucede, además, que los que piensan que las élites gobiernan para su propio beneficio en ningún país baja del 60% de los encuestados. El hecho empírico que sustenta tal percepción podría ser que 18 ex presidentes y vicepresidentes han estado involucrados en escándalos de corrupción en Argentina, Brasil, Ecuador y Perú.
En el conjunto de América Latina las instituciones que suscitan más confianza son la Iglesia y las Fuerzas Armadas. Justamente son las que en Chile han estado este año cuestionadas por la opinión pública por los delitos de abuso a menores y por corrupción respectivamente. La confianza en ellas se ha devaluado ostensiblemente.
En suma, la democracia no se da gratuitamente. En los tiempos que corren hay que cuidarla. Tanto las élites (los “happy few”) como las personas comunes y corrientes son responsable de su preservación, deterioro o reemplazo. La mayor responsabilidad reside en las élites política, económica, social, alta burocracia estatal y privada.
Tenemos claros cuales son los principales excesos de los que abstenerse. Así como los focos de las principales políticas a implementar. A los políticos excesivamente ideologizados habría que decirles que hay que pasar del plano teórico al práctico. Poner el hilo en la aguja.
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