El valor de la información es hacer la diferencia y el SIMCE no la hace, ni respecto del sistema en su conjunto, ni respecto de los establecimientos según dependencia, ni respecto de cada establecimiento evaluado.
La discusión sobre la conveniencia o inconveniencia de informar públicamente los resultados del SIMCE muestra el lamentable reduccionismo que se ha entronizado en la opinión pública, el sistema político, el mundo académico y el propio sistema educacional, respecto de la inescapable necesidad de evaluar los aprendizajes que se logran en el sistema escolar. Pero la discusión se centra en los resultados que entrega una prueba estandarizada, no de un seguimiento longitudinal, que es un corte transversal; pobre en análisis de valor agregado.
¿Qué agrega saber esta información a la comprensión de la calidad del sistema educativo chileno? El valor de la información es hacer la diferencia y el SIMCE no la hace, ni respecto del sistema en su conjunto, ni respecto de los establecimientos según dependencia, ni respecto de cada establecimiento evaluado.
Mientras tanto, si se observa la casi infinita cantidad de intervenciones realizadas sobre el sistema educativo chileno en el período democrático (Donoso, 2005), se llega a la conclusión de que no se ha hecho nada en materia de fortalecer los sistemas de evaluación de aprendizajes intramuros. No ha habido programas específicos, ni asistencia técnica ni recursos para desarrollar sistemas de evaluación de aprendizajes eficaces dentro de los establecimientos. Las falencias en la evaluación intramuros en todo el sistema educativo chileno son enormes, lo que tiene graves consecuencias en el desempeño docente de la escuela. En otras sociedades el tema se ha asumido con mucha seriedad (Black & Williams, 2001), condición de la que carecen las políticas públicas chilenas en la materia. Sistemas de evaluación mediocres producirán educación mediocre.
Resulta imprescindible entonces refocalizar la discusión, dando los énfasis y relevancia que correspondan a los distintos instrumentos de evaluación de aprendizajes escolares, buscando la mejora de este esencial recurso didáctico en la escuela y el aula, más allá de contar con recursos de políticas públicas que no agregan valor a la función docente en esos niveles.
Comentarios
16 de diciembre
No estoy de acuerdo con que el problema sea sobre la mejor forma de «medir valor agregado», que es un término con el que hay que tener cuidado. En abril de este año, la Asociación Estadística de Estados Unidos emitió una declaración advirtiendo el uso de estas medidas en ámbitos educativos (https://www.amstat.org/policy/pdfs/ASA_VAM_Statement.pdf)
Más allá del debate metodológico/ideológico sobre los modelos de valor agregado, si es importante resaltar el punto central de la columna: se necesita una política que permita confiar en los docentes, lo que en términos de evaluación significa que éstos puedan participar activamente en el diseño de evaluaciones adecuadas de sus propios estudiantes. El Estado ha optado por el control externo y la desconfianza (pruebas estandarizadas, políticas de rendición de cuentas), siguiendo la racionalidad tecnocrática. Acabar con el SIMCE debe implicar un vuelco hacia las escuelas y sus necesidades, y hacia las capacidades profesionales de los docentes. En eso queda harto por hacer, pero eliminar el SIMCE ayudaría para conversar más sobre esto.
+1
16 de diciembre
Iván, gracias por tu comentario. En efecto, coincido contigo en que el concepto de valor agregado puede ser pobre tanto metodológica como etimológicamente y no hay dudas que la idea puede ser expresada más claramente. Con todo, lo que trato de señalar es precisamente lo que comentas más abajo, y estoy plenamente de acuerdo en que el tipo de medidas para fortalecer la evaluación intramural implica a la vez confiar en el profesor y desarrollar más el círculo virtuoso del ciclo formativo de la evaluación.