Que las palabras pueden llegar a ser peligrosas y que a veces provoquen miedo en un simple mortal es comprensible, pero escuchar desde las esferas del poder la recomendación de ser cauteloso con lo que uno escribe porque puede ser utilizado para idear conspiraciones es lo más aterrador que he escuchado en mis sesenta años y más de existencia.
Tanto que presentí que a continuación iba a recibir de mi censor una “carta confesión” en que me debía declarar definitivamente culpable y de ahí directo al gulag a reeducarme. No fue así porque acto seguido vino la recomendación cariñosa: «cuando tenga algo que decir o criticar primero hágalo llegar a nosotros, que sus propuestas serán consideradas porque brotan de una de las mentes más brillantes de este ducado».
Y, díganle al tonto que tiene fuerza porque de inmediato expié mi culpa devorando un ladrillo de casi 300 páginas lleno de citas a ilustres creadores pero carente de iniciativas concretas para que los pobres, sí los pobres, no los vulnerables, ni los deprivados o más carenciados, lleguen algún día a dominar la palabra y descubran en ella su vertiente más liberadora a riesgo que algún funcionario obediente sea capaz de amonestarlo por las molestias causadas con sus escritos.
Me resultó tan impresionante este hecho de estar en pleno siglo XXI frente a un funcionario del Estado cumpliendo un rol inquisidor, a cara descubierta, que me recordó a García Márquez en su novela “El otoño del patriarca” en el episodio en torno a la matanza de los niños inocentes: «Es una ilustración de arbitraria justicia hiperbólica que incluye tanto a verdugos como víctimas. Por esa razón, después de la muerte de los niños, el general premia primero a los ejecutores del asesinato: «los ascendió dos grados y les impuso la medalla de la lealtad». Sin embargo, poco después, rectifica su primera decisión haciéndolos «fusilar sin honor como a delincuentes comunes porque hay órdenes que se pueden dar pero no se pueden cumplir, carajo, pobres criaturas”
Para que no lo olvidemos jamás:
“Hay órdenes que se pueden dar pero no se pueden cumplir, carajo, pobres criaturas”
Pero en esta vida nunca terminas de aprender, descubrí que mis artículos provocaban molestias, enojos, deseos irrefrenables de contener al escritor. Es decir, estimuladores de estados anímicos que jamás fue mi intención provocar y para algunos la osadía debía recibir un castigo ejemplar: exiliar a su autor. Que desilusión, después de pasar por varias escuelas de pensamiento yo estaba convencido que las ideas provocaban nuevas ideas, algunas coincidentes y otras divergentes pero que movilizarían la reflexión y el entendimiento y además fortalecerían el espíritu alejándonos de cualquier intento de conspiración.
Pero el poder es el poder y su peso se siente y en realidad entre hacer las cosas bien y la tranquilidad, la mayoría opta por esta última. Por ello, a mis lectores y censores les informo que seguiré escribiendo para reflexionar junto a los primeros y para reeducar a los segundos de modo que una lectura comprensiva aplaque sus emociones.
Pero el poder es el poder y su peso se siente y en realidad entre hacer las cosas bien y la tranquilidad, la mayoría opta por esta última. Por ello, a mis lectores y censores les informo que seguiré escribiendo para reflexionar junto a los primeros y para reeducar a los segundos de modo que una lectura comprensiva aplaque sus emociones.
Podría haber cambiado el estilo y unirme al coro de los aduladores, pero mejor me voy cantando con Silvio Rodríguez algunos versos de su canción “El Necio”:
Me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
me vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda…
…..Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).
Nota: Una vez más la ficción no supera la realidad, es increíble pero estos hechos podrían haber ocurrido en una oficina pública de la Capital del Reino de Chile a mediados del mes de febrero del año 2015.
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