¿Qué significa una “economía del decrecimiento”? Aparentemente tiene que ver con cierta experiencia profunda de unas limitaciones en las sociedades contemporáneas, y su reconocimiento activo en una voluntad que se adapta a ellas en el sentido de una concepción de la “felicidad pública”.
Esa voluntad plantea, por ejemplo: la ciencia económica debe ser formulada como subconjunto entre los ecosistemas. Al contrario, en nuestra práctica normal ella tiende a funcionar como una “máquina idiota”: metaboliza la Naturaleza (como recursos), los procesa agotándolos y desecha contaminando, en un proceso dominado por la fiebre de una lógica que legitima únicamente lo así amplificado.
¿Cuál sería la justificación sistemática –o tal vez cultural, de mundo-, de la continuación indefinida del crecimiento económico? Al parecer en los países del llamado Norte global vastos sectores de la población muestran “saturada” la satisfacción de sus necesidades, al menos con el tipo de los bienes materiales.
Un economista como J. M Keynes fue capaz de determinar, en la primera mitad del siglo XX, un “límite absoluto de saturación” en términos de consumo –claro que tal vez no previó las potencias de la publicidad para hacer funcionar la máquina de las necesidades-.
J. Stuart Mill, un siglo antes, ya imaginaba la forma de una economía estacionaria con respecto de las necesidades sentidas: “No sé por qué haya motivo para congratularse de que personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser, hayan doblado sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún placer excepto como representativas de riqueza”. Tal vez este porqué haya que buscarlo en la codicia, o en la necesidad humana de reconocimiento y honor, de sobresalir respecto de los otros.
La lucha por la distinción, que en cierto momento reemplaza la lucha por la subsistencia, agrega Stuart Mill, se manifiesta igual como una violencia de la cultura del “progreso industrial”: “Confieso que no me agrada el ideal de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar, y que el pisotear, empujar, dar codazos y pisarle los talones al que va delante, que son característicos del tipo actual de vida social, constituyen el género de vida más deseable para la especie humana; para mí no son otra cosa que síntomas desagradables de una de las fases del progreso industrial”.
Y propone su pequeña utopía: “la mejor situación para la naturaleza humana es aquella en la cual, mientras nadie es pobre, nadie desea tampoco ser más rico ni tiene ningún motivo para temer ser rechazado por los esfuerzos de otros que quieren adelantarse”.
¿Dónde hallar la palanca para detener este movimiento indefinido sin generar como consecuencia su opuesto, una recesión económica con impactos socioambientales insospechados y de alcance global y planetario? Se trata precisamente de no hacer estallar el sistema sino desenganchar sus engranajes de los mecanismos de mercado. Dicho de manera más teórica (y elegante), de deconstruir la racionalidad económica hegemónica,
Es un desafío planetario procesar democráticamente otra formación económica. Una que reconozca por igual una idea contemporánea de la dignidad de la vida humana y una experiencia de los límites de la Naturaleza
¿Y qué queda para las sociedades “empobrecidas”? ¿Cuáles son los modelos de dignidad y sustentabilidad de la vida que pueden adoptar que no representen una reedición caricaturizada del estilo de vida de las naciones “ricas”? Esta es la compleja pregunta por las alternativas actuales de proyecto de sociedad.
Habría que intentar llegar a la “esencia” del sentido de este crecimiento. ¿Hay formas de desarrollo de las fuerzas productivas que puedan transitar en otra dirección? Tal vez no importa tanto esa “esencia” sino una lógica eficaz de lo alternativo, cosa que se ve confusa porque resulta más sencillo criticar y denunciar que levantarlo. Hay que echar una mirada entonces, sin duda, a las fórmulas microeconómicas que sostienen una economía a escala humana, como en el caso de las “ecoaldeas” (“soluciones vivas para un mundo regenerativo”).
Sin duda, hay que revisar la lógica del crecimiento como el “alma” del desenvolvimiento material. Una confluencia de ideas generadas tanto en las economías “desarrolladas” como en las economías “en desarrollo” se proponen las fórmulas del decrecimiento en el consumo y de la regeneración de los valores de la tierra.
Es un desafío planetario procesar democráticamente otra formación económica. Una que reconozca por igual una idea contemporánea de la dignidad de la vida humana y una experiencia de los límites de la Naturaleza. Esa dignidad habrá de significar otra cosa que la continuación de una instalación antropocéntrica en el planeta, el servicio del mundo a la voluntad humana, y la configuración de una instalación más bien “biocèntrica” en que las formas de la vida inspiren las relaciones sociales. Y ello como movimiento necesario vistas las alertas de amenaza para la existencia futura de la especie humana.
Una fórmula típicamente antropocéntrica y en la lógica del crecimiento indefinido que vale la pena mencionar como un obstáculo intrínseco del modelo, es el mundo del consumo exacerbado de los productos industrializados. La publicidad del consumo representa una fuerza cultural hegemónica que ataca por el flanco débil de las aspiraciones de las mayorías. La intervención y regulación en las políticas de consumo supone un difícil desafío democrático para casi todas las sociedades actuales. Pero el hecho de que algunas parecieran haberlo logrado significa un llamado al optimismo.
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Wladimir
Estimado, ¿qué sucede desde su perspectiva, cuando el consumo cultural en una lógica tan post-moderna como la actual, permite hacer sucedáneos de estilos de vida «alternativos» o «críticos al sistema» incluyéndolas en la lógicas opulentas de consumo neoliberal sin que el grueso de la población se de cuenta?
Ejemplos, la ilusión de un ecologismo bajo la lógica empresarial neoliberal (greenwashing), la proliferación y exaltación de «vida ecológica» en solitario, o «ecoaldeas» que terminan siendo nichos de pituquerío abajista y excluyentes, o el turismo «eco» o dificilmente «sustentable» que finalmente resulta ser un despropósito a largo plazo.
¿cómo reconocer o evidenciar esa triquiñuela en el sistema de forma tal, que la idea trascienda a un «parecer» y comience a expresar un «ser»?