A veces, los poemas míos se quedan paradojalmente a medias. Diciéndolo todo (y todo); como si ya hubieran dicho todo lo que tienen para decir. Y sin embargo entonces faltara por decir casi todo (o uno tiene esta ilusión de que todo nunca está dicho. Y lo quiere).
Este sol que me importa, me importa porque es exuberante. Por unas sobreabundancias qué colman y siempre aun posee más. Nada ya de vacíos dolorosos, de ausencias abiertas a las quejas, y menos cómo algún patético gozo en decir todo lo que no hay, nos falta, no ocurre, aun no llega, y todo eso otro. Y si en el poema hay silencios, lo son también plenamente. Lo mismo con las inmovilidades, lo pequeñísimo, el detalle, la anécdota, lo nimio, que pareciera no vale ninguna pena de recordar/atesorar.
Inmerso en estas extraña plenitudes, a mi acudidas como de curiosos lugares cotidianos, evidentes, fáciles, no hallo sino un refugio en un poema como el “Canto a mí mismo” de Walt Whitman.
Que comienza: “Yo me celebro y yo me canto / Y todo cuanto es mío también es tuyo”. ¿Cómo se atreve a este aparente egocentrismo obsceno del “yo”? Es que lo sabe hacer. Y eso es lo que quisiera aprender: la disciplina de la abundancia, la actitud para experimentar lo feliz sin des-armarse, el desborde de las emociones en las oscilaciones íntimas y en las externas. Todas modulables. Sin explotar de felicidad sino vivirla suavemente.
¡Oh!, este feliz que Whitman hace: “Estoy enamorado de mí, hay tantas cosas en mí que son tan deliciosas / Cada momento y todo lo que ocurre me llena de alegría”. ¿Cómo lo hace?
Sí pues, lo hace. Entonces mi poema como el intento:
Dame sombras también
Déjame tranquilo. Dame sombras. Y sigo reclamando
Hay tanto que las rodillas se pliegan
En esta ciudad convenida en ventanales polarizados
De rebote en rebote de soles
Retumbando los rayos entre edificios que se creen altos
Feliz fiebre de acá arriba
Aparecen puros regalos calientes que esparzo
Difíciles de sacir
Entonces leo a Walt Whitman en el canto a sí mismo
Intentando aprender una adelantada disciplina
Quizás mejor la de saber cerrar y abrir estos ojos
Una que demora con regla y me hace la duración de la jornada
Esos minutos para recibir la sonrisa del mundo
Los necesarios intervalos de simple pereza
Pero aun déjame dame reclamo y se me doblan las rodillas
¡Compraré unos anteojos más oscuros!
Comentarios
16 de mayo
Quisiera presentar este asunto del poema que pide sombras.
Pero se trata, tal vez, precisamente de no hacerlo si hacerlo
implica agregar algo.
Pues parece que aquì hay que aprender a quitar algo. Y la
disciplina de que habla es la de limitar de manera que todo
que bien formado y comprehendido.
Que nada quede fuera aunque las palabras sean pocas y las
màs pocas posibles. El sol cupiendo todo en la palabra «sol»
cuando esta palabra es una cierta miseria medida (o comparada)
con el sol del mediodìa, de cualquie amanecer o atardecer
de cualquiera de estos dìas.
Màs aùn si hoy para mi es el sol de Ancud –un sol aparente-
mente situado del austral del planeta, y màs bien dèbil de invierno.
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