Nunca se termina de ordenar y abrir cajas después de una mudanza. A más de un año de haberme cambiado (una operación en la que terminó cambiando mi vida completa) se me ocurrió este fin de semana abrir una de las tantas cajas que todavía andan por ahí.
Resultaron en su mayoría ser cachivaches sin importancia (como lo son en la mayoría de las cajas que quedan rezagadas en las mudanzas) pero inexplicablemente estaba también el dvd “Talking Heads in Rome”. Un viejo regalo de cumpleaños que no había visto y que obviamente me puse a ver de inmediato.Si alguna vez Dios (si alguna vez existió Dios) se imaginó la música, se debió haber imaginado algo muy parecido a lo que ocurrió esa noche el 18 de diciembre de 1980. Una postal perfecta y esperanzadora que hace me hizo pensar por un momento que el ser humano es, después de todo, un aparato precioso y preciso, explosivo.
Otro de los problemas de abrir cajas: dejas todo botado y te distraes con algo que no te permite terminar de ordenar.
Resultó ser un bello registro en cinta electromagnética, traspasada a digital, que me conmovió desde el primer instante. Y que fue creciendo con ese in crescendo interracial de ese concierto que en poco más de una hora, concentra el poder total de la humanidad. Haber sido parte de Talking Heads, en ese momento debe haber sido la posición más privilegiada como ser humano como para mirar desde ahí al mundo.
Es decir, si hoy me preguntan qué mujer de la historia me hubiera gustado ser, respondería sin dudarlo Tina Weymouth, la bajista del grupo.
Viéndolos tocar en el Palaeur Arena, en Roma, Italia, me cuesta imaginar donde encontrar más talento, más estilo, multiculturalidad, alegría y deliciosas dosis de lujuria. Una opereta new wave de una cruel elegancia. Hormonal e intelectual en dosis precisas.
Más de una decena de seres maravillosos, incandescentes, fulgurantes, entregando una clase magistral de arte.
Si alguna vez Dios (si alguna vez existió Dios) se imaginó la música, se debió haber imaginado algo muy parecido a lo que ocurrió esa noche el 18 de diciembre de 1980. Una postal perfecta y esperanzadora que hace me hizo pensar por un momento que el ser humano es, después de todo, un aparato precioso y preciso, explosivo. Una máquina maravillosa adrenalínica y deslumbrante.
Cuando termine este fin de semana mi casa va a estar más desordenada, pero qué importa.
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