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El rol social de la Imagen

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El año 2010, la historiadora y curadora Ana María Guasch organizó la exposición “Memoria del otro”, en el Museo Nacional de Bellas Artes (Santiago, Chile), en la cual agrupó una serie de obras bastante interesantes desde el punto de vista político-social, donde la mayoría lograban hacerse cargo de un acontecer muy particular de las últimas décadas. Al realizar este bricolaje de obras –con temáticas muy puntuales  y de lugares específicos–, se apeló a crear una memoria universal, que cada asistente a dicha exposición, absorbía aquellas vivencias y lograba ser partícipe de ésta memoria. Intentar lograr una catarsis con/en el receptor, es un desafío inmenso y, sobre todo, si finalmente podemos decir que la tarea está cumplida.

Dentro de los artistas que se encontraban en dicha exposición, estaba el polaco Krzysztof Wodiczko, quien ha dado vueltas al mundo realizando una serie de proyecciones sobre edificios emblemáticos de cada ciudad visitada. Uno de ellos, fue realizado en 1999 (A-Bomb Dome) en la ciudad de Hiroshima, donde se utilizó como soporte de proyección, un edificio bombardeado en la Segunda Guerra Mundial.

A-Bomb Dome, consta de dos partes fundamentales; por un lado la proyección sobre el edificio, la cual utiliza las manos de un anciano y, por otro lado, un audio que relata variadas experiencias en relación a la extrema violencia de nuestra sociedad. Ambos elementos, se unifican desde el comienzo de la obra. Las manos respondían a estas palabras, demostrando la impaciencia, desenfreno o rabia que pueden causar dichas experiencias, es decir, estas manos representan a este edificio, como un espectador y oyente que reacciona frente a los testimonios.

Como podemos ver, en estos tres casos (Wodiczko, Zamudio y la conmemoración del golpe) se observa la imagen como recurso o memorial que combate la violencia. En cada uno de estos casos, no observamos el ideal, sino que más bien mostramos los resultados o la guerra misma.

Como vemos, la obra que nos propone Wodiczko, claramente nos habla de una memoria muy particular, pero la incorporación de elementos universales –las manos o las problemáticas de violencia– logran aunar aquellas inquietudes en una memoria universal, produciendo así una demanda colectiva. Este tipo de obras, pueden ser denominadas como ejercicios democráticos, los cuales se caracterizan porque una serie de actores demandan un bien común, a través de la producción y reflexión.

Tanto en esta muestra, como en una serie de exposiciones o acontecimiento sociales en éstos últimos años, han develado la extrema violencia que rige nuestra sociedad. Pueden surgir una serie interminable de ejemplos donde artistas o agrupaciones, toman la imagen proveniente de ésta violencia, utilizándola como bandera de lucha.

Éstos últimos dos años, se llevaron a cabo dos acontecimiento bastante significantes para nuestro país, uno de ellos fue el asesinato del joven homosexual Daniel Zamudio, el cual se ha transformado en una una muerte significante e icono de una problemática generalizada. Trayendo a la palestra, los problemas de discriminación, el rechazo a las familias homoparentales, entre otros. Tras una seguidilla de marchas y luchas en el congreso. Se obtuvo una ley de discriminación (Ley Zamudio) que no sólo apoya a este grupo, sino que intenta unir todas aquellas minorías discriminadas.

Por otro lado, el pasado 11 de Septiembre se conmemoraron los 41 años del golpe militar, lo que llevó –al igual que todos los años– a realizarse una multitudinaria marcha, recordando a los cientos de detenidos desaparecidos.

Como podemos ver, en estos tres casos (Wodiczko, Zamudio y la conmemoración del golpe) se observa la imagen como recurso o memorial que combate la violencia. En cada uno de estos casos, no observamos el ideal, sino que más bien mostramos los resultados o la guerra misma.

A raíz de esta reflexión, es posible traer el texto de Susan Sontag, Ante el dolor de los demás (2003). En él, se muestra la fotografía de guerra como un instrumento de memoria para nuestra sociedad, donde “nosotros” debemos ser los aludidos para cada uno de esos hechos. Además, Sontag no habla precisamente de ese “nosotros”, como el receptor idóneo de aquellas imágenes, no son sólo los afectados, sino que finalmente todos pasamos a ser unos espectadores de aquellas imágenes que dotan de “realidad”.

Como vemos, la autora también hace hincapié en esta memoria individual tratando de universalizarla, con el fin de tomar mayor conciencia frente a los abusos, o en este caso, la guerra. La fotografía actúa; como la proyección A-Bomb Dome para la ciudad de Hiroshima, como la imagen de Daniel Zamudio para las minorías o, como la imagen del detenido desaparecido para sus familiares. Esta imagen se transforma en una propaganda que aúna una lucha y un deseo en común, o incluso lo podríamos denominar como “El Rostro de”.

Lo más interesante que podemos inferir a través de éste sencillo análisis, es que el arte y, la imagen en si, han tomado un vuelco social sumamente importante. Ya no sólo la utilizamos con un afán meramente estético, sino que con ella, acarreamos un pensamiento o incluso una lucha constante.

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Sebastián Rodrigo Valenzuela Valdivia

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Alfredo A. Repetto Saieg

Que el arte en manos de los sectores populares exprese nuestra manera de vivir, ciertas urgencias y necesidades, la indignación frente a determinados acontecimientos, como de hecho lo es la violencia en todas sus formas, de la que por lo general somos los propios trabajadores sus primeras víctimas, nos demuestra que la imagen cumple un rol social y que por lo mismo difiere de la simple estética a la que quieren conducirnos los intelectuales y artistas al servicio del poder de dominación.

Es interesante reafirmar esa función social de denuncia de la imagen, no solo porque en ella acarreamos una idea y un pensamiento que nos caracteriza (que eventualmente puede conducirnos a la lucha siempre que tomemos conciencia de una serie de factores como el ser la clase social mayoritaria, la protagonista de la historia o la que genera la riqueza) sino porque también y en ese sentido nos desafía a batallar sin cuartel contra la cultura de la élite. Ocurre que las imágenes, como testimonio de vida, como recurso o memorial que combate la violencia del régimen también es una herramienta que nos convoca a no conformarnos con la realidad.

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Sebastián Rodrigo Valenzuela Valdivia

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