Hace varios días ya se hablaba de la muerte de Pedro Lemebel, un cáncer a la laringe que lo mantuvo sus últimos años con una escasa voz, pero como siempre, con una escritura siempre viva.
Varios medios hicieron sus respectivos homenajes a la partida de un grande; realizaron resúmenes biográficos, recorridos por sus obras, el recuerdo de premios obtenidos y de algunos que nunca llegaron, entre otras palabras que intentaban rellenar ese forzoso y vacío homenaje que debe ocurrir siempre con los muertos, pero que en vida fueron ninguneados y poco valorados.
Al tener como panorama el homenajeado velorio de Gonzalo Rojas en el Bellas Artes, imaginé de inmediato que la partida de Pedro sería en el mismo lugar, pero, al igual que 1990 en la exposición Museo Abierto, Lemebel no calzó con las políticas estéticas de este funesto museo, en que Casa Particular (video de Gloria Camiruaga y Las Yeguas del Apocalipsis) era vetado y expulsado del recinto. En esta ocasión, el cuerpo del gran artista no calló por aquellas cerradas puertas que el Bellas Artes y Chile le han abierto a sus artistas.
El espacio otorgado para su despedida, fue la Iglesia de la Recoleta Franciscana, localizada en una de las periferias santiaguinas donde Lemebel comúnmente se movía, y donde varias veces lo encontré tomando cerca del Mercado Central.
La solitaria procesión realizada camino al velorio, se tornó de recuerdos, encontrándome con una serie de lugares descritos en sus libros, donde el autor vivía el sexo clandestino, fulguroso y pasional. La llegada a la iglesia me recordó inmediatamente a la película Big Fish, en que el hijo del protagonista, sin conocer a los personajes de las historias de su padre, comienza a generar pequeñas relaciones con las descripciones de cada sujeto mencionado por él. De esta misma forma, me enfrenté a los asistentes del velorio, donde cada paso que daba intentaba buscar a los compañeros y amigos del maestro Lemebel. Resulta sorprendente como los espectadores y/o lectores conocemos tanto del autor, y él tan poco de nosotros. Lemebel, compartió su vida y su vivencias con un Chile pacato, facho, encerrado en el closet y pintarrajeado de moralista.
Si tuviera que utilizar una sola palabra para definir a Lemebel y su obra, sería honestidad. Lemebel no era apariencia, él era todo lo que era, lo que mostraba lo que escribía y performaba.
Los asistentes al funeral, eran parte del Chile que queremos, un Chile consciente de sus artistas, que respetaba y se vanagloriaba de las diferencias. El partido y la juventud comunista, uno que otro actor, artistas plásticos y visuales y sus inseparables amigos Carmen Berenguer y Sergio Parra, formaban parte del panorama fúnebre que a su vez, fueron protagonistas de las mil historias de Lemebel. Recuerdo como si fuera vivencia propia, la celebración del NO, donde junto a Parra, Pedro celebraba en Plaza Italia el triunfo de una supuesta democracia, donde la alegría ya venía, pero que nunca llegó. Aquel Chile que jamás se ha constituido como tal, donde su cultura y artistas son ninguneados desplazados y arrojados a la periferias donde el sistema nos ha hecho creer que es al único lugar donde pertenecemos. Sino, no eres el artista facho que presta el poto para exponer en una galería puramente comercial de Alonso de Córdoba, eres un artista que debe estar demostrando su pobreza y precariedad en los barrios “bajos”. Me cansa esa polaridad chilensis, me da pena ser parte de un país que sólo recuerda por compromiso, que sólo auspicia, colabora o conmemora por conveniencia, por esa triste apariencia.
Si tuviera que utilizar una sola palabra para definir a Lemebel y su obra, sería honestidad. Lemebel no era apariencia, él era todo lo que era, lo que mostraba lo que escribía y performaba. Se que muchos extrañarán a un amigo, compañero o su letra y performance cotidiana, pero creo que tenemos que centrarnos más en aprender de el, en que su legado a quedado en un Chile, que por lo menos yo, no me siento orgulloso de pertenecer.
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