Por enésima vez pregunto (sin jamás haber obtenido respuesta) ¿Por qué, no obstante décadas de suscripción a El Mercurio, éste no me publica jamás una carta de las centenares que he enviado ininterrumpidamente desde 1990?
Debe haber sido en enero de 1991 (recuerdo haber estado de vacaciones en el sur), cuando El Mercurio me publicó una carta (ya entonces) sobre nuestro sistema de gobierno y en defensa del parlamentarismo para Chile, la que fue contestada por alguien (no recuerdo el nombre) que se identificaba como estudiante de Derecho de la PUC. Le respondí enseguida, pero El Mercurio no publicó mi réplica.
Pasaron 10 años y, creo que el año 2000, El Mercurio me publicó otra carta, en la que me oponía -ninguna excentricidad, he de decir, sino lo que opinaban los más destacados urbanistas- a la construcción por la administración de Ricardo Lagos de la Costanera Norte y sugería -como solución alternativa para el desplazamiento desde los faldeos cordilleranos hasta Pudahuel- la construcción de un monorriel elevado sobre el lecho del río Mapocho.Así ha sido mi experiencia de décadas con El Mercurio -y con el duopolio Copesamercurial en su conjunto (todos los diarios de Chile, el país con la prensa más pobre y menesterosa del todo continente americano)
Como en una letanía, esta carta también fue contestada por algún lector, yo volví a responder a éste y El Mercurio volvió a ignorar mi réplica.
Así ha sido mi experiencia de décadas con El Mercurio –y con el duopolio Copesamercurial en su conjunto (todos los diarios de Chile, el país con la prensa más pobre y menesterosa del todo continente americano).
Durante la corta existencia de alrededor de un año del Diario Siete, éste me publicó unas 50 cartas a su directora, Mónica González (a quien no conozco), todas las cuales fueron enviadas a El Mercurio e ignoradas por el decano.
En una columna publicada previamente en esta página (Mi decepcionante relación con la prensa chilena -por cierto, también enviada como carta al director de El Mercurio e ignorada por éste), se puede revisar mi relación con El Mercurio y con la prensa chilena en general desde mi niñez y comprobar que la lectura de la prensa ha sido parte de mi existencia desde que tengo memoria y, por ello, me resulta tan injusto, abusivo y doloroso el trato que recibo de El Mercurio.
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