Cuando era un niño y vivía en un pueblo cercano a Concepción con mis padres, mi abuela materna y mis hermanos nacidos y por nacer, en mi casa, se leían más diarios de los que ahora están disponibles en Chile desde la precariedad democrática e informativa que nos ha marcado a partir de 1973. Todos los días, estaban en mi casa el diario El Sur de Concepción (posteriormente, también El Diario Color), El Mercurio, La prensa, El Clarín y Tribuna, sin perjuicio de que también estuviesen disponibles en los kioscos, Las Últimas Noticias, La Tercera, El Siglo y Puro Chile -ello. sin pretender ser exhaustivo, sino sólo ilustrar cómo empecé a tomar conciencia de mi país y de su prensa plural, la que desapareció en un abrir y cerrar de ojos en septiembre de 1973, sin que se haya recuperado hasta el presente, medio siglo después.
Tengo recuerdos de aquellas publicaciones desde incluso antes de aprender a leer y escribir y, así, me acuerdo de haber disfrutado de la tira satírica dominical sin texto de El Mercurio, El Reyecito por Otto Soglow (la que venía junto a otras como Don Fausto, Archie o El llanero solitario) o de Las siete semejanzas del Clarín, las que resolvíamos a dúo como mi abuela Graciela Ortega Sáenz Peña.
Después del golpe, de aquellas publicaciones, sólo subsistieron El Sur y El Mercurio, o sea, desapareció todo pluralismo, lo que, en la etapa potdictatorial en la que aún vivimos, sólo se acentúo y se vio agravado por el hecho de que la publicación penquista pasó a pertenecer a la empresa El Mercurio y ésta, junto a Copesa (ya existente en la época a la que partí refiriéndome), conforman el duopolio Copesa-mercurial, propietario de todos los diario de Chile, el país con la prensa más pobre y menos plural de todo el continente americano. Increíblemente, llegó a existir mayor pluralismo durante la dictadura -con los diarios La Época y Fortín Mapocho y revistas como Análisis, Apsi, Cauce, Hoy y otras- del que existe ahora. Aquel pluralismo naciente desapareció ya en el gobierno de Patricio Aylwin, el que no hizo nada por su promoción o conservación y, antes bien, se opuso a toda ayuda económica extranjera para dichas publicaciones, mientras paralelamente salvaba de la bancarrota a las empresas del duopolio con créditos del Banco del Estado.
En lo personal, debo decir que el duopolio jamás publica mis cartas, las que he enviado por centenares desde 1990, prueba de lo cual, es que el desaparecido Diario Siete me publicó unas cincuenta cartas a su directora durante su corta existencia de aproximadamente un año, todas las cuales fueron ignoradas por las publicaciones nacionales del duopolio, i.e., El Mercurio y La Tercera y solo solían tener acogida en sus publicaciones penquistas, El Sur y Diario Concepción.
Lo que relato refleja mi triste experiencia con la prensa de mi país, así como con su democracia, la que sólo alcancé a atisbar antes de ser un ciudadano y aún no logro reconocer recuperada a treinta años del fin de la dictadura. En esta etapa, sólo hemos conocido la “democracia protegida” que Jaime Guzmán diseñó para Pinochet y recién ahora -tras el estallido social que tanto sorprende a los protagonistas de esta época de seudodemocracia, pero no a quienes siempre le hemos negado tal carácter- podemos tener esperanza de recuperar la democracia plena que perdimos hace medio siglo.
En este período constituyente que se inicia, sería de suma importancia el fomento del pluralismo en la prensa, conditio sine qua non de la democracia representativa en todo el mundo.
En este período constituyente que se inicia, sería de suma importancia el fomento del pluralismo en la prensa, conditio sine qua non de la democracia representativa en todo el mundo.
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H. Pérez
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