Quince minutos aproximadamente es el tiempo de desplazamiento de una persona adulta para cubrir los 1,2 kilómetros que, en línea recta, separan su domicilio en calle el Peral, Valle la Piedra, comuna de Chiguayante, del Cesfam de Pinares que es el centro de atención primaria que le corresponde. Esos 1.200 metros, si la persona tiene algún tipo de dolencia y decide desplazarse en locomoción desde su hogar al mismo centro de atención de salud, aumentan a casi 4,5 kilómetros, para lo cual deberá tomar 2 buses de ida y dos de vuelta y aumentar su tiempo de desplazamiento en 35 minutos. Eso, claro está, en condiciones más que óptimas, sin congestión vehicular y sin encontrarse con el paso del Biotren o el tren de carga.
Esa es la realidad con la cual convive una comuna que, en su extensión, creció en torno a una línea férrea que, en casi 5 kilómetros, divide el territorio literalmente dos, generando distintas realidades en el desarrollo territorial. Una de ellas, desde la línea férrea al río, muestra un Chiguayante en vías de integración, con un desarrollo urbano sostenido y una conectividad interna que cada día mejora sustancialmente. El otro territorio, desde la línea férrea hacia el cerro, muestra a un Chiguayante histórico y a ratos periférico.
Desde la década del 90, cuando se adopta la medida de “enrejar” las líneas del tren por materias de seguridad, comunas como Chiguayante han transformado su forma de relacionarse con un vecino que, aunque necesario, genera para una comuna más inconvenientes que beneficios. En términos simples, la línea férrea es como el vecino que te da en las mañanas un aventón para llegar a tu trabajo, pero que en la noche no te deja dormir a causa de ruidos molestos.No puede seguir proyectándose Chiguayante con una conectividad interna precaria, limitada y a ratos egoísta y estresante.
Nadie puede desconocer la importancia del Biotren. Permite el desplazamiento de casi 4 millones de pasajeros al año en promedio. Cifra que pretende duplicarse según las nuevas políticas de inversión, que consideran, principalmente, la adquisición de mejores y modernos vagones y nuevas paradas o estaciones. Si bien es cierto que la inversión va en el sentido esperable de una empresa que tiene como horizonte transportar pasajeros y carga, llama la atención la casi nula inversión que se realiza entorno a facilitar la convivencia entre la línea férrea y los vecinos.
Chiguayante hoy espera la concreción de algunas medidas que comienza a ser históricas e imprescindibles. Entre ellas, el mejoramiento del cruce Santa Sofía donde se ha propuesto desde un soterramiento hasta un paso sobre nivel. Nuevo cruce regulado en calle Libertad y/o Esperanza y nuevas estaciones en Colón y Lonco. Medidas que impactarían positivamente en disminución de la congestión vehicular que en horas punta aumenta al doble los tiempos de desplazamiento para salir de la comuna y a tres o cuatro veces los tiempos de desplazamiento internos.
Estas medidas podrían hacer más efectivo el Biotren para los Chiguayantinos, pero por sobre todo más amigable con su entorno. La conectividad entre el Chiguayante que se cobija en el Borde Cerro y el que crece a orillas del Biobío de cara al Chiguayante 2030, es una necesidad que las autoridades de FESUR no pueden quedar ajenas.
No puede seguir proyectándose Chiguayante con una conectividad interna precaria, limitada y a ratos egoísta y estresante. Nadie discute la importancia de una modernización que involucrara un aumento de frecuencia, pero esa modernización no debe impactar negativamente al entorno. Más Biotren, sí, y más Ferrocarril, pero también más conectividad, mayor integración entre la línea férrea y una ciudad que quiere proyectarse.
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