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El sosiego peligroso de la pulsión de vida frente a la cité

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¿Qué sucedió luego del 18-O?

Hoy, se puede percibir un malestar que llena el espacio que deja el apartheid segregador que promueve el neoliberalismo actual. Quizá, el problema mayor que actualmente observamos es la inclinación que ha tomado ese malestar. Como desde el 18-O la subjetividad singular se fue permeando por discursos simbólicos que por medio del populismo mueve el deseo de cada uno agrupándolo en un pronunciamiento colectivo que busca el cumplimiento de su propio deseo.


Se constata que a pesar que el consumo ha significado una salida maniaca a la realidad sufriente, produjo un ensoñamiento que, a pesar de sus redes, acumuló, por medio de la percepción, una energía pulsional que se abrió camino hacia un despertar furioso

El capitalismo tiene y, ha tenido, la virtud de sumergir a este sujeto moderno en el consumo, el cual, se convierte en esa ventana, un poco maniaca, que promete tranquilizar el deseo. Digo tranquilizar, puesto que, el deseo moviliza al sujeto produciendo un malestar que no es y, no será jamás, del todo cumplido en el espacio de lo real. A pesar, de los intentos que el mercado desesperadamente trata de involucrar la conciencia del sujeto en un campo de cadena de significantes atractivos no logra evitar la saturación psíquica que produce la frustración.

No obstante, de esta realidad, pareciera sorprender la inclinación que ha tomado el sujeto por aquellos discursos fantasiosos que prometen un mejor futuro pero con la misma propuesta que le producirá y aún, le produce, sufrimiento.

Entonces, observamos al sujeto empeñado a lograr la libertad de goce y, a pesar de aquello, va quedando atrapado en una paradoja clásica, el deseo por un lado y la represión que controla constantemente la fantasía de la meta cumplida. Dentro de esta realidad nos fijamos como en un acto de supuesta rebeldía se va colocando en palabras las expresiones de sus vidas, experiencias e historias, que pone como significante la indignación de chocar con la materialidad que lo priva de ese tan anhelado sueño, salir del apartheid en que fue colocado y, que por cierto, lo lleva a vivenciar su sufrimiento.

El transito que debe experimentar este sujeto desde la dictadura, pasando por la transición, llegando a esta democracia cuestionada por convertirse en el dique que obstruye sus posibilidades, ha construido una memoria obstinada que le repite constantemente el fracaso del anhelo a igualarse al modelo establecido como exitoso. Ante esto, los gobernantes han buscado normalizar el fracaso del deseo, estableciendo etapas y explicaciones que exige posponer constantemente la meta que ellos mismos promueven.

Es frente a esta dinámica, que podemos concluir que nunca fueron capaces de medir el carácter indestructible del deseo que ahora acepta las propuesta más radicales de conservadurismo político. Es posible, que este fenómeno lleno de injusticia haya rebasado la tolerancia subjetiva que tuvo que experimentar la gula de quienes comparten esto que llamamos sociedad, llevando a cabo sus propios deseos sometiendo al otro social al imperativo del silencio.

Por otro lado, se constata que a pesar que el consumo ha significado una salida maniaca a la realidad sufriente, produjo un ensoñamiento que, a pesar de sus redes, acumuló, por medio de la percepción, una energía pulsional que se abrió camino hacia un despertar furioso. Este proceso hace emerger lo real permitiendo despertar al sujeto que se mantenía cautivo en la esperanza del cumplimiento de esa realidad soñada y prometida. Dentro de este fenómeno se instaura la promoción de la libertad de desear pero, como bien sabemos, no basta con sólo promover algo que a la larga se reprime y silencia. Ese, quizá, es el pecado más condenable de la construcción de este sistema social, haber producido una depresión masiva en la población y/o Trastornos mayores que pueden ser tomados como síntomas de un estado de alerta y defensa permanente. Claramente no se puede negar un despertar el 18-O, pero luego de ello, vivimos la falta de manera cruda, principalmente, en el periodo de pandemia.

En pandemia el gobierno instauró el miedo hacía el otro social, e hizo que se impusiera el distanciamiento social, produciendo en el imaginario colectivo el miedo a la extinción personal. La estrategia resultó ser romper con el encuentro, el vínculo y las redes humanas, produciendo una desconfianza y, con ello, un enemigo portador de la muerte. Esto dejo, inevitablemente, una huella anémica que apuntala el miedo y la individuación que perdura hasta hoy como trauma. Perderlo todo se convirtió en un significante que hoy reclama consumirlo todo, lograrlo todo, aún cuando, sólo sea en desmedro de la propia existencia. Pero, la realidad se opone al deseo generando la reacción de ira frente a la crisis económica que no deja devorar nada y, lo que es peor aún, sentirse una presa a devorar en cualquier momento. Así, nuevamente, la desconfianza e incertidumbre lleva al sujeto a preferir el ensoñamiento que lo gobernaba antes de despertar, a pesar de tener que aceptar el apartheid segregador del pasado.

Claramente, la conducta del sujeto en estos últimos años responde a un miedo desenfrenado frente a la incertidumbre que producen los cambios en cuanto a la falta. Quizá, la ignorancia responde a un comportamiento que busca no querer saber para no enfrentarse con esa realidad tan dolorosa, sin considerar que por mucho miedo que experimente cada sujeto pone en común sus diferencias para estructurar una sociedad diversa. No obstante el sistema neoliberal busca constantemente producir una sociedad de la no relación que beneficie a la política. Por tanto, queda claro que lo evitativo de la ignorancia tiene cierto sustento. Sin embargo, este miedo que trae la incertidumbre, el sujeto tratará por cualquier vía preservar lo que dice tener como propiedad, aun cuando esta propiedad no le pertenezca económicamente por 30 años de su vida.

TAGS: #ModeloNeoliberal #SociedadDeConsumo

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