En semanas recientes, hemos conocido algunos de los programas presidenciales y sus propuestas relativas a la ciencia. He analizado en profundidad estas propuestas en otro espacio, exponiendo lo que es un evidente economicismo de las propuestas de investigación científica. En otras palabras, los programas conciben la ciencia principalmente como un factor productivo, a ser empleado en la batalla por el “cambio de modelo”, “la superación del extractivismo” o “la diversificación de la matriz productiva”, negando o menospreciando de este modo otros beneficios y “productos” de la ciencia igualmente valiosos y deseables en una sociedad democrática. Una señal que revela este economicismo es que las propuestas sobre investigación científica suelen estar contenidas en los capítulos o secciones económicas de los programas respectivos, o bien las propuestas hacen más comúnmente referencia a las medidas económicas.
En el último tiempo, el economicismo de la ciencia se ha manifestado con especial fuerza en el marco de la discusión sobre la denominada “economía de las misiones”. El concepto de las misiones ha ganado popularidad en años recientes, siendo empleado en especial en sectores de centroizquierda, dada su compatibilidad con la idea de un Estado más protagonista en materia económica y que impulse políticas industriales y productivas selectivas (en comparación con políticas más “neutrales”, más comúnmente defendidas por sectores de derecha). Desde luego, la idea de las misiones guarda estrecha similitud con la elección de “retos”, “desafíos” o “prioridades” productivas, la narrativa más frecuente en la discusión local en años recientes (aunque cabe señalar que los programas de Paula Narváez y Gabriel Boric se refieren al concepto de “misión”).El objetivo de una estrategia por misiones no asegura un apoyo robusto y decidido para la ciencia básica y/o motivada por curiosidad. Los programas presidenciales que propongan adoptar una política de este tipo, entonces, deben ser claros respecto a su voluntad para apoyar la investigación básica.
Es en el marco de las misiones, retos y prioridades, en donde se corre el riesgo de incurrir en la idea de que una política productiva por misiones daría un fuerte apoyo a la ciencia básica y motivada por curiosidad. Asimismo, se puede asumir, de forma acrítica e irreflexiva, que las misiones constituyen el mejor criterio para priorizar y/o focalizar el gasto en I+D, sin discutirse sus puntos débiles o si existen otros criterios mejores. Una forma alternativa de plantear este último punto es que se extiende el concepto de las misiones a la ciencia, aunque las misiones se refieren a “grandes propósitos públicos”, que perfectamente pueden ser abordados desde diversas áreas, no solo (o no necesariamente) desde la ciencia.
En consecuencia, es necesario despejar algunos mitos que podrían afianzarse respecto a la economía de las misiones y sus implicancias para la ciencia. En primer lugar, es necesario enfatizar que no existe evidencia sólida e incontestable que sustente la idea de que “orientar la ciencia” hacia ciertos sectores o temas permita el éxito de ciertas misiones. La impulsora más conocida de las misiones, Mariana Mazzucato, suele citar el desarrollo de la ARPANET (precursora de la internet) y del GPS, como ejemplos exitosos de misiones. Sin embargo, no es posible asegurar que la ARPANET o el GPS no hubiesen existido de no ser por misiones designadas por el gobierno de turno, en especial cuando nos referimos a la ciencia. En ambas historias, existen antecedentes significativos para poner en valor el papel de la ciencia básica y de la curiosidad científica (exploro estas y otras historias, en mayor detalle, en un trabajo reciente). Incluso en la actualidad, grandes avances o descubrimientos deben mucho a la curiosidad científica y la investigación básica, algo que ciertos expertos o escuelas de pensamiento suelen negar en sus modelos sobre la innovación.
En segundo lugar, es necesario aclarar que una política de sectores empujados por misiones no asegurará un apoyo decidido a la ciencia básica. Las misiones, por definición (Mazzucato se refiere a “propósitos públicos”, “que sean capaces catalizar la innovación en múltiples sectores y actores en la economía”, como señala en su libro más reciente), se centran en objetivos o propósitos definidos y percibidos como relevantes, y emplean como marco de referencia la economía, y no la cultura o el conocimiento general sobre nuestro mundo. Las misiones tratan, en definitiva, sobre “elegir direcciones para la economía y luego poner los problemas que deben resolverse para llegar al centro de cómo diseñamos nuestro sistema económico” (Mazzucato, Mission Economy). Un programa que busque relevar el valor de la ciencia básica y de la curiosidad científica, por ende, no puede descansar sobre el criterio de la economía de las misiones. Se requiere, en cambio, de un programa que no busque elegir direcciones solo para la economía, sino de uno que promueva explícita y ambiciosamente el desarrollo de la cultura, el conocimiento, la educación, el arte, y la política (además del progreso económico, desde luego). Insinuar, o defender, la idea de que un programa presidencial que promueva la adopción del criterio de la economía de las misiones dará relieve a la ciencia básica y la motivada por curiosidad es erróneo o, como mínimo, cuestionable.
Finalmente, cabe destacar que, independiente de la evidencia que eventualmente apoye la idea de las misiones, se puede llegar a creer que para que estas tengan éxito, es necesario apostar de todos modos por áreas de investigación específicas. Respecto a esta idea, cabe destacar que Mariana Mazzucato se ha referido en sus trabajos a la necesidad de mantener el apoyo a la investigación básica, la cual debe formar parte de los esfuerzos que apoyen las misiones. Por ejemplo, y en referencia a su ejemplo preferido (el programa Apollo), la autora señala que dicha misión no habría resultado “sin una base de invención que existía previamente y se había derivado de la investigación impulsada por la curiosidad”. En otras palabras, las misiones no pueden financiarse a expensas de la investigación básica. Esta visión dista de la que parece ocurrir hoy en nuestro país, en donde el apoyo financiero al programa FONDECYT se mantiene virtualmente estancado desde hace años, con consecuencias negativas para nuestra ciencia.
En resumen, es necesario recordar que el objetivo de una estrategia por misiones no asegura un apoyo robusto y decidido para la ciencia básica y/o motivada por curiosidad. Los programas presidenciales que propongan adoptar una política de este tipo, entonces, deben ser claros respecto a su voluntad para apoyar la investigación básica.¿Se ampliarán los esfuerzos financieros para la investigación básica, por ejemplo? ¿Cómo resolveremos el vacío que ha dejado la falta de apoyo al programa FONDECYT de años recientes? ¿Cómo vincularemos más directamente la generación de conocimiento con la cultura? Existen muchas preguntas que los programas presidenciales disponibles a la fecha sencillamente no han abordado.
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