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Las deudas del primer Ministerio de Ciencia

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“El tiempo pasa volando”, reza una conocida expresión. Hace apenas unos cinco años, contábamos con una institucionalidad científica creada hacía décadas, a la que se había añadido una que otra reforma en el camino. Y, a pocos días de la llegada del nuevo gobierno, las primeras autoridades del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (en lo sucesivo, “MinCiencia”, cartera creada hace poco más de tres años) entregaron un balance de su gestión.


«La alegría por la instalación del MinCiencia después de tantos años de trabajo, lamentablemente se ve opacada por estas deudas que nos deja su primera administración. De no ser corregidas por las nuevas autoridades, este ministerio corre el riesgo de perpetuarse como “una oficina al fondo del pasillo” «

Avances existen, desde luego, y estos deben valorarse. Debemos aplaudir la creación de esta nueva “pieza para el Estado” —como la catalogó el exministro Andrés Couve— pues no era una tarea fácil. El solo logro de que las autoridades hayan aceptado crear este ministerio, tras años de debates, campañas, y comisiones asesoras presidenciales, constituía un motivo de optimismo al inicio del gobierno del expresidente Piñera. Y la administración liderada por el exministro Couve y la exsubsecretaria Carolina Torrealba logró sacar adelante el proceso de instalación pese a todas las dificultades enfrentadas, incluyendo el estallido social y la pandemia de Covid-19. Se crearon también las SEREMIs macrozonales, que han contribuido a la descentralización de una institucionalidad en exceso concentrada. Y a esto debemos agregar una preocupación especial por los temas de equidad de género en la investigación, una deuda insoslayable de nuestra ciencia.

No obstante, este primer MinCiencia se despidió con tres grandes deudas. En primer lugar, desde un principio hubo una insistencia en presentar esta cartera como “un ministerio para el país, y no para los científicos” (o empleando frases similares), lo que revela una incapacidad para comprender que, para poner la ciencia “al servicio del país” (en palabras del exministro Couve en su balance de gestión), en primer lugar se necesita un sistema científico sólido, bien financiado, con buenos instrumentos y con una comunidad científica que opere no bajo lógicas de competencia extrema, sino de colaboración. En consecuencia, durante esta administración hubo escasos avances en una de sus labores sectoriales que le es más propia: el fomento de la investigación científica. No se avanzó en resolver algunos de los problemas estructurales más importantes de la ciencia chilena (como la hipercompetencia y el subfinanciamiento crónico), y en aquellas áreas en que hubo alguna preocupación, tampoco se observaron suficientes logros. A modo de ejemplo, cabe recordar que se introdujeron cambios en la línea de “Iniciación en Investigación” del programa Fondecyt, con el fin de reducir la brecha de género; sin embargo, esta se mantiene similar a la de hace cinco años. También vale la pena recordar la controversia ocurrida en torno al programa Becas Chile, o a la situación de los becarios nacionales, quienes no recibieron el apoyo que solicitaban para continuar su trabajo en el contexto de la pandemia.

La segunda deuda del MinCiencia consiste en el escaso cumplimiento del programa del gobierno de Sebastián Piñera en estas materias. En su programa, el ahora expresidente Piñera se comprometía a progresar en varios frentes. Por ejemplo, se prometía avanzar en la reinseción de becarios, “introduciendo mayor flexibilidad y nuevos incentivos para integrarse a la comunidad nacional y creando programas especiales para capital humano avanzado en reparticiones públicas”. También se buscaría “incorporar al sector privado en el desarrollo de la investigación científica y tecnológica fortaleciendo la Política Nacional de Centros de Excelencia, generando puentes universidad-empresa y readecuando los procesos presupuestarios para mejorar sus capacidades científicas y tecnológicas”; “flexibilizar las condiciones de uso y rendición de cuentas de recursos fiscales en proyectos de investigación científica, tecnológica e innovación”; adecuar los marcos normativos de los concursos; y “fortalecer la investigación científica y tecnológica, ampliando y diversificando los proyectos Fondecyt”.

En estos ámbitos, no se observaron mejoras importantes. Fondecyt no se diversificó, y hoy seguimos contando con las mismas dos líneas del programa. En la línea “Regular”, el número de proyectos aprobados aumentó en un 18% entre las últimas cuatro convocatorias, mientras que en el caso de la línea de “Iniciación en Investigación”, creció apenas un 10%. Sin embargo, proyectos excelentes continúan quedando cada año sin financiamiento (solo el año 2020, más de quinientos proyectos calificados como “Muy Buenos” no recibieron apoyo). Parece quedar en el olvido que la respuesta ofrecida para este problema fue la creación de una controversial categoría, la de proyectos “aprobados sin financiamiento”, idea criticada con fuerza —como cabía esperar— por la comunidad científica. Por otro lado, los procesos de rendición de cuentas continúan siendo engorrosos, y el sector privado sigue ausente en la investigación científica (al menos al año 2019, el gasto en I+D financiado por el sector “empresas” seguía cayendo; las cifras de los años 2020 y 2021 las conoceremos en un futuro próximo). A su vez, cabe reiterar el debilitamiento del programa Becas Chile, pese a que la evidencia destaca la importancia del talento humano formado en el exterior para el progreso de los países en materia de innovación y desarrollo económico.

¿Por qué no se avanzó en estas materias tan sensibles? Aquí aparece la tercera deuda que nos dejó este primer MinCiencia: la renuncia a establecer diálogos y procesos verdaderamente participativos con la comunidad científica. El ministerio desarrolló “procesos participativos” que, independiente de las buenas intenciones, adolecían de importantes defectos. Estas solían ser actividades esporádicas, de corta duración, con problemas de organización y escasas posibilidades de seguimiento; y decisiones críticas eran tomadas ex ante por el MinCiencia (en otras palabras, en estas instancias se debatía sobre la base de decisiones estratégicas ya tomadas). El MinCiencia no solo no supo aprovechar, sino que incluso menospreció activamente, las redes y expertise de quienes empujaron por años la creación de esta nueva institucionalidad, y solo la instalación del Consejo de la Sociedad Civil del ministerio (un proceso que tomó demasiado tiempo; el consejo se constituyó solo hace unos pocos meses, lo que en la práctica significa que la cartera operó por casi tres años sin esta instancia) vino a suplir esta deficiencia, aunque solo en parte (después de todo, se trata de una instancia consultiva).

La alegría por la instalación del MinCiencia después de tantos años de trabajo, lamentablemente se ve opacada por estas deudas que nos deja su primera administración. De no ser corregidas por las nuevas autoridades, este ministerio corre el riesgo de perpetuarse como “una oficina al fondo del pasillo” —como la calificó hace un tiempo un conocido periodista—, con un bello organigrama, pero sin peso real, sin un respaldo transversal y decidido de la comunidad científica, y con avances modestos —en el mejor de los casos— en materia de desarrollo científico.

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