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Recuento político del 2010: Caretas abajo, calzones arriba

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Frente al inevitable deber de los balances de fin de año, esbozo este acercamiento.

Mi primera línea responde al gobierno de Sebastián Piñera: reconozco que estoy feliz con este régimen, no me ha defraudado en lo absoluto. Estuve dentro de esos que no votaron  por él, ni en broma, pero que quería que saliera elegido, no como persona, la verdad es que en el rankin de los menos aptitúdicos para el cargo, estaba a años luz de los otros postulantes, pero, básicamente, por ser el representante de derecha. Díscolo, impredecible, DC a medias y a veces a enteras, con la gracia de un collar de melones a mediodía en el verano santiaguino, pero de derecha, al fin y al cabo. Miembro de una familia política tradicional de derecha-centro, con hermanos, primos y parientes en todas las esferas de poder, transversales para apitutarse y ganar plata, o sea, nada nuevo bajo el sol de esta larga y angosta faja de temblores.

Mi opinión me granjeó el mote (y también el huesillo) de traidor a la izquierda, a la concertación y a varias otras cosas más que no recuerdo. Pero yo les planteé a esos enervados(as), que lo que yo estaba haciendo era consecuencia pura, de la buena, de la verdadera. Que mi mente, siempre perdida en disquisiciones erráticas, había recordado con premura la máxima del marxismo y la lucha de clases: LAS CONTRADICCIONES LAS AGUDIZAN Y LA INFRAESTRUCTURA ROMPE LA SUPRAESTRUCTURA PARA CREAR UN MUNDO MEJOR.

Y ya me habían tirado en cara, ofuscadamente, que no voté por Lagos, ni por Bachelet ni por Frei en primera vuelta, siempre en segunda. Y mi explicación fue invariablemente la misma: está bueno de esta sopa de caracol con gusto a revolución con empanadas y vino tinto, pero sin revolución, sin empanadas y, lo más terrible, sin vino tinto, llamada Concertación.

Tiene que volver la derecha, despercudir a los trabajadores, a los estudiantes, a la clase media, que fueron magistral y recurrentemente adormecidos para no cambiar un ápice del legado de Mi General en el modelo económico, político y clasistoide.

En definitiva, mi paranoia me llevó a concluir que si, por esas cosas de la vida, volvía la derecha al poder, a la mayoría del país se le acabaría la modorra.

Para mala suerte de mi análisis, nos cayó encima un terremoto de la San Dunga, cuando se nos pasaba el susto, vienen  los mineros, termina el tema de los 33 y un TUR-BUS se manda el numerito del año, en fin, siempre algo que impide ver con claridad para donde vamos.

Pero como la vida es más porfiada que los políticos, aunque usted no lo crea, de a poco va saliendo el verdadero yo de los actores de esta tragicomedia:

Por una parte, el Gobierno de Don Sebastián haciendo lo que se esperaba de él: privatizar lo poco que queda, dar extraordinaria educación a los que pueden y basura a los que no, quitándole incluso horas de historia para que los peones de las fábricas no piense, sólo haga y trabaje. Mientras, se endeuda con tarjetas de crédito de las más variadas raleas, metiendo la puntita y, a ratos, la puntota, del oscurantismo religioso más extremo, sin importar la separación de este supuesto estado laico de la Iglesia. En fin, haciendo todo aquello para lo cual fue elegido por la mayoría de los(as) chilenos(as). Y lo más terrible es que me parece bien. Es lo que se eligió y debe cumplir con su deber de gobernante hacia sus electores. El resto, el resto que llore como María Magdalena por no haber sabido mantener lo que quería. Que se sacó la careta de hombre progresista y le está haciendo subirse los calzones bien arriba a todas las damas y no damas de este país, cierto, pero, repito, había que ser muy mata de arrayán florido para creerse el cuento de centro-centro, un poco a la derecha-derecha.

Y por otro lado, nuestra dizque oposición aún derrama lágrimas por el amor perdido, la ubre de papá Estado, los senos florecidos del enramado estatal. Pero se les dijo en todos los tonos que iban mal, que la gente quería más, que estaba bueno de tanto pariente, de tanto escándalo, de tan poco progresismo del bueno; pero creyeron que eran inmortales y, cataplúm, pa fuera miércale.

Y también se les cayó la careta, no son capaces aún de decir para qué quieren volver a gobernarnos, fuera de un pobre discurso progre a medias y las intestinas peleas por un cupo de pega, no ofrecen nada. Es tanto lo que no ofrecen, que incluso los parlamentarios nos descolocan haciendo discursos para un lado y votando para el otro, pero exactamente al revés.

Y como si eso fuera poco, también tienen fervientes partidarios transversales de los calzones bien arriba y no al aborto terapéutico, sí a la moral pacata y a las buenas (¿?) costumbres.

Por último, pero no al final, aparecen en este entuerto los ex extra parlamentarios, comunistas de tomo y lomo, de bellos y encendidos discursos, pero de poca acción y de rápido anquilosamiento en las intrincadas telarañas del binominal. Hoy leía que Teillier  aprobaba unos cambitos que mejoraban el binominal, no lo cambiaban, lo mejoraban, olvidándose de todas las promesas de amor hechas en aras del marxismo-leninismo-gladysmo-gladiolismo. O sea, también fuera las caretas, llegamos al parlamento y eso sería tutix.

Por eso, itero, estoy feliz con este gobierno de derecha. Está yendo justo hacia donde se supone tiene que ir, dimes van, diretes viene, pero su esencia lo arrastra hacia lo mismo de los anteriores, la desigualdad y la pobreza para muchos.

Bien por ellos, ojala que algún día se pueda decir lo mismo de la oposición, que ya debería estar trabajando por una propuesta de país justo, pero para todos, no para ellos.

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Foto: Mask – Andi / Licencia CC

 

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