Con las imágenes recientes del terremoto en Japón y la posterior fuga de material radioactivo desde sus plantas de energía nuclear, no pude evitar que se me viniera a la mente una asociación absurda: un programa de imitadores en un canal de TV, mis vivencias personales con Chernobyl y lo actual con Japón.
En apariencia Ana con Chana, mariposa con bototos, la Concertación con caras nuevas o la Alianza unida, o sea, nada que ver.
Pero todo cuadra y vamos por parte:
1. Yo vivía en Europa Central y mis hijos estaban guaguas cuando pasó lo de Chernobyl. Cuando se filtró la noticia, repito, se filtró, porque los rusos se hicieron los cuchos por largo rato y los finlandeses avisaron de la marcha de la nube radioactiva hacia nuestras cabezas, entramos en franco pánico, pero básicamente porque las noticias eran contradictorias, porque la nube no se ve y porque, además, estábamos en pelotas frente a qué hacer, para dónde virarnos y qué crestas no comer, tocar o tomar. Para qué te cuento la cantidad de rumores pelotudos que uno se mamaba enteritos por ignorancia y desesperación por los niños. Al final entramos en el período de resignación y que pase lo que tenga que pasar. Dicen que no pasó nada, pero a veces por las noches, veo que mis hijos emiten una luz verde y se parecen más Hulk que a nosotros y creo que es por la cantidad de lomitos con palta que se han comido y no por la radiación absorbida en esa época.
2. El programa de imitadores, que no he visto y no pienso ver por sanidad mental, desde donde salió este famoso Shakiro, según la prensa nacional, ha tenido una recepción “extraordinaria”. Mi humilde parecer al respecto es que somos mejores copiando que haciendo, pero las copias son siempre eso, un mal remedo del original y una barrera mejor que las de los Países Bajos para impedir que entre el agua, en el caso nuestro, que entren los de verdad. Miren la política, el rock, las ciencias, el Congreso, la presidencia, nuestra democracia, nuestra prensa, nuestra información, nuestra economía, nuestra televisión, etcétera. Sólo remedos, sólo copias de algo parecido. Las barreras creadas por intereses intrincados impiden la verdadera generación de valores y nos mantienen navegando en las corrientes de la mediocridad. Excepciones hay por kilos, pero las aplastan ligerito, no vaya a ser cosa que los originales se nos transformen en costumbre y desnuden a los fácticos copiones.
3. Y por último, pero no al final, lo de Japón y las plantas nucleares. Uno de los países más desarrollados del planeta, con las tecnologías más creativas y vanguardistas y, pum, en un terremoto un poquito más duro que el nuestro se les acaba la seguridad nuclear en un dos por tres, lo que trae a colación a nuestro inefable ministro Goldmember y su perenne sonrisa hablando con una facilidad asombrosa sobre energía nuclear. Un ministro que sabe más de cómo crear multirut´s y vender más plátanos en una empresa de retail, que de plantas atómicas, pero le echa para adelante con la misma facilidad y desparpajo con que nuestro presidente habla sobre literatura o geografía o nuestra ex presidente hablaba sobre transparencia, mientras alineaba a sus dirigidos para sentarse en Campiche y las leyes medioambientales, literalmente.
Como se desprende de estos puntos: Si en Japón, país sísmico y potencia mundial en tecnología, no han sido capaces de resolver el problema de seguridad en torno a lo nuclear, qué nos queda a nosotros cuando se nos ocurra tener una plantita de estas y, a causa de un terremoto, tengamos nuestro propio Chernobyl desatado y desaforado. Imagínate el despelote, el pánico y la improvisación en el minuto que los ministros del gobierno que sea se pongan a dar instrucciones como las que recién escuchamos frente al eventual maremoto por efectos del terremoto en Japón: “evacuen las zonas inundables” y nadie sabe cuáles son esas, nadie sabe para dónde girarse, qué llevarse o cómo comportarse. Creo que la instrucción más clara al respecto la leí en el twitter de nuestro diario www.elpilin.cl:
APRIETE CUEA, VIRESE PA ONDE PUEA
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