Cuando prima el fundamentalismo, de la naturaleza que sea, la única respuesta válida es el logro total de lo que persigue “esa parte”, con la consecuente “derrota total” del otro lado. En los hechos, implica olvidar la vocación democrática de una comunidad, al menos las de quienes se mueven en este eje bipolar.
En el momento actual, ejemplos de este fundamentalismo político están por todos lados. Dos ejemplos:
1.- El Gobierno ha exacerbado al extremo los ánimos, incluso llevando a suponer que se persigue el objetivo de lograr su propio diseño de solución, mediante el miedo y el desgaste de la opinión de las comunidades, crecientemente más organizadas y de origen también crecientemente más transversal (los cacerolazos de la Plaza Ñuñoa, por ejemplo).
Potenciar la tensión sicológica creo que es la única explicación que puede tener que carabineros, no solo lancen bombas lacrimógenas a grupos de manifestantes que promueven desórdenes, o están francamente provocándolos, sino que también, son lanzadas hacia recintos cerrados (además en cantidades insólitas), que no están agrediendo a nadie (por ejemplo, los “bombardeos” al interior del Instituto Nacional, o hacia la sede de la Facultad de Economía y Negocios (FEN) de la Universidad de Chile, que llevó a sus estudiantes a sumarse, por primera vez, a acciones de tomas y protestas que son más habituales en las demás facultades de esta casa de estudios). Ni qué decir cuando el alcalde Zalaquett saca a colación la participación de militares en las calles, amenazando, sin pudor alguno, con una historia que ya es conocida y que no estamos disponibles a revivir.
2.-En la otra vereda están quienes exigen, casi como dogma, que no exista lucro en la educación. Debe ser prohibido donde corresponda y regulado en los otros casos, asegurando que no entorpezca el desarrollo de valores políticos, pero no tiene por que ser un estandarte rígido e intransable. Es cierto que algunas universidades, amparándose en vacíos legales, han manipulado escenarios para provocar una comprensible ira de parte de la ciudanía. Sin embargo, en este punto, el Ministro Bulnes ha sido preciso y taxativo en repudiar tales prácticas y ha hecho propuestas que parece que apuntan a eliminar este tipo de situaciones. Con ello, queda espacio para cerrar ese punto como factor impulsor de que continúen las suspensiones de clases. Seguir, casi majaderamente con este aspecto, cae, por lo mismo, en esta lógica fundamentalista que he mencionado.
Al enfocarse en los valores, se sale de una mirada polarizada de la vida y se entra en un amplio abanico de opciones donde la creatividad y las distintas ideologías pueden (y deben) encontrar puntos de encuentro que permitan avanzar. Visto así, el ejercicio de los valores políticos coloca siempre a prueba las verdaderas convicciones democráticas de los pueblos.
El actual conflicto educacional nos ofrece dos valores sobre los cuales vale la pena todo esfuerzo que se despliegue en torno a ellos:
1. Educación de calidad. No creo que haya dos opiniones al respecto. Pero claro, se abre un interesante debate en torno a qué es lo que entenderemos por “calidad”. Y bienvenido este debate, que sin duda crea oportunidades de crecimiento y saltos cualitativos que tal, vez ni siquiera imaginamos.
2. Acceso garantizado a esta “educación de calidad”, sin que ello esté mediado por los flujos económicos de los padres, ni menos de los estudiantes dado que, de hecho, recién se están formando para acceder a ingresos, de manera que, el estudiar hipotecando sus primeros años, puede ser incluso, un abuso.
Estos dos son valores políticos dado que, lo que se desea lograr es un fin último, que la gran mayoría de la sociedad reconoce como válidos, necesarios y urgentes. En este escenario, las distinciones se enfocan en encontrar respuestas consensuadas respecto de cómo se alcanzan tales finalidades, asumiendo que esto implica acuerdos y tiempos de ejecución.
Cuando tenemos a la vista el fin último, las conversaciones que se abren, por muy duras y complejas que sean, se despejan en planos en que, siempre, provocan círculos virtuosos de mejoramiento. Esto puede implicar gradualidad, asunto que, por lo demás, implica el despliegue de lo mejor de toda democracia.
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