Por estos días abundan comentarios relativos al como se celebraba hace no mucho la Semana Santa..
En lo personal podría describir con lujo y detalle el ambiente de recogimiento de esta fecha a los inicios de los 60′ e intentar dar una explicación personal del porqué ahora es diametralmente distinto. Pero más bien relataré dos momentos de mi vida que se dieron durante esta celebración religiosa.
La primera.
Tuve un buen amigo militante de las JJ.CC. en los años de la UP. Pelo corto, rostro perfectamente afeitado, pantalones de tela, zapatos lustrados, jamás un pucho ni menos un pito, genio de la electrónica, lector voraz con más de 500 títulos en las estanterías de su pieza.
Relataré dos momentos de mi vida que se dieron durante esta celebración religiosa
Al regresar yo de un largo viaje nos reencontramos casualmente en la Plaza Victoria de Valparaíso en Semana Santa.
La dictadura llevaba un año y medio.
El recuerdo y la impresión de ese encuentro no se han borrado de mi mente. Mi amigo se hallaba parado en una esquina de la plaza viendo pasar la vida: pelo largo, barbón, camisa chillona cuello puntudo, blujeans gastados…¡chalas!
Nos sentamos en una banca, hablamos de política, de los amigos arrestados, de las familias… y de mujeres, como todo joven de 20 años.
¿Que había pasado con el tipo escrupulosamente vestido de hace unos meses atrás? No es lo que están ustedes pensando: no había renegado de nada, el comunista seguía ahí, pero en un envase diferente, (debo aclarar que para nada era un «converso», torcida y mañosa figura con la cual hoy algunos se ganan el pan)
Mi conclusión personal, aunque suene extraña, paradójica o incluso irracional, es la siguiente: Pienso que la obligada distancia de la militancia activa del día a día, aquella militancia que le hacia estar imbuido en la ideología permanentemente y que le exigía e imponía forzosamente un personaje, sacó al exterior a otro personaje, que al final resultó ser el verdadero H.F.
Con algún retraso, en el afloró el hippie, el mismo hippie o estereotipo de hippie que hace tan solo un tiempo atrás había vapuleado fervorosamente, al que considerara hace no mucho como símbolo del capitalismo decadente y contrarrevolucionario que intoxicaba a los jóvenes chilenos.
Por extraño que resulte, la dictadura para el había sido liberadora.
Lapídenme, pues se que incurro con esta apreciación en pecado mortal, pero cuando se es joven las cosas se ven en blanco y negro y cuando la vejez nos acoge, ya son mas grises y nos permiten explayarnos con mas soltura.
Aunque subrayo: es una conclusión muy personal, mía, y también referida a la persona de mi amigo, pues en evidente que a la inmensa mayoría de los jóvenes la dictadura nos privó de nuestra juventud, o lo que se entiende por juventud en tiempos normales.
Ese mismo día fuimos en función noche al Cine Metro a ver Jesucristo Superstar, ícono del capitalismo.
A la salida nos fumamos un cuete.
El segundo «suceso» de Semana Santa.
Ocurrió a finales de los 90`, bien crecidito ya y si no escribiera bajo un seudónimo realmente no se si me animara a contarlo.
Para variar me encontraba escaso de lucas y se me ocurrió arrendar un local y proyectar en VHS Jesucristo Superstar. Por improvisación o imprevisión no revisé antes la cinta arrendada en un Club de Video sin darme cuenta que le faltaban los 10 minutos finales. La proyecté tal cual ante 120 asistentes que habían pagado su entrada, cómodamente sentados, con chelas y pitiando como si el mundo se fuese a acabar aquella misma noche de Jueves Santo.
Pues bien, como he dicho, a la cinta le faltaba una buena parte del final y de pronto la pantalla quedó de un luminoso blanco aterrador. Mi hijo, de 16 años, desde su lugar de control me hacía desesperadas señas indicándome que no era falla ni del VHS ni del proyector, sino que simplemente no quedaba mas cinta.
El honorable público a esas alturas con bastante trago en el cuerpo, comenzó a expresar su justa molestia con pifias y garabatos de grueso calibre dirigidos a mi persona, y en un tonto intento de explicar lo inexplicable, me paré frente a ellos articulando unas palabras que hasta el día de hoy provocan la risa de quienes las escuchan y también mi propia risa e inevitable rubor:
«oigan…oigan, tranquilos, hubo un problema con el vídeo pero faltaba poco: El final es cuando lo crucifican y todos se suben a la misma micro en la que llegaron»
Lo primero que vi venir directo a mi cabeza, fue una botella de Coca Cola de litro envase de vidrio que esquivé ágilmente. Otro me lanzó un golpe el que también eludí respondiendo con un puñetazo que lo tiró al suelo. Mi hijo, atendiendo mis señas, desconectaba y salvaba el VHS y el proyector para otro evento quizás mas afortunado mientras yo continuaba esquivando golpes, latas y colillas de puchos encendidas.
Corrimos por las calles de Viña hasta llegar a Arlegui y subirnos rápidamente por la puerta trasera de una micro hacia Valparaíso.
Las calles ya estaba desiertas pues era víspera de Viernes Santo…
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