De una infancia sin TV en Chile y un solo aparato de radio en la casa hoy accedo a miles y miles de radios en el mundo a través de internet.
Es increíble.
Increíble también es el odio, ese odio incubado en la niñez y que te acompaña hasta la tumba.
Radioteatro «Cinematográfico»
A inicio de los 60 (insisto, en un país sin TV), por radio se emitían radioteatros que recreaban las películas de más éxito en la cartelera de los cines, una especie de «spoiler» de la época.
Eran entregas diarias, cortas, de lunes a viernes, pero el sábado venía el resumen semanal y el esperado final.Aquella descripción en mi mente de 7 años, y viviendo frente al mar, eran transformadas en imágenes de una fantástica nave interestelar, pero con características de una nave marítima,
Como ya mencioné, en la casa había un solo aparato de radio, propiedad de una tía enojona y egoísta, y cada capítulo lo escuchaba cuando ella aún no llegaba de su trabajo.
El origen del odio
Durante toda la semana había estado con la oreja pegada a la radio «escuchando» una película de ciencia ficción, algo similar a Viaje a las Estrellas pero muy anterior a la famosa serie.
El relato hablaba de «una nave recorriendo velozmente el universo». Aquella descripción en mi mente de 7 años, y viviendo frente al mar, eran transformadas en imágenes de una fantástica nave interestelar, pero con características de una nave marítima, a vapor, como las inmensas moles semi oxidadas que veía a diario, con humeantes chimeneas y que dejaban estelas al entrar o salir del puerto de Valparaíso.
Algunas de ellas, aun a mitad del s.XX, con velas desplegadas al viento. Resumiendo la imagen de la «nave» que mi mente creó era un bello engendro, un artilugio espacial con amplias alas, algo oxidado, con varias chimeneas y dos o tres mástiles con velas infladas por vientos cósmicos teniendo de fondo el infinito universo iluminado por millones de galaxias. Ni George Lucas se atrevió tanto.
El odio, 60 años después.
.
Y aunque no era día laboral, la tía enojona salía los sábados con su novio, la radio sería mía y el esperado desenlace de la historia de aquellos intrépidos Magallanes y Cook estelares aquel día llegaba a su fin.
Pero, ¿quien dijo que la vida es sencilla?
Suena el teléfono, contesta la tía enojona y su rostro pasa del alegre rosado al oir la voz de su amado al lívido de la sorpresa al escuchar lo que tiene que decir: ha ocurrido una situación inesperada y hoy no podrán juntarse.
Cuelga el teléfono, furiosamente, y se encierra en su pieza por el resto del día, escuchando música triste… en la única radio de la casa.
Y ahí quedo yo, imaginando mil desenlaces para esos exploradores del Cosmos, sabiendo que el único y verdadero final está siendo emitido en una frecuencia vecina a las canciones melancólicas, a unos dos o tres centímetros en aquel amarillento dial de la Grundig.
¿Es para odiar a esa odiosa tía, seis décadas después?
Claro que si.
Comentarios