Gran parte de nuestra vida social está marcada por los géneros y el sentido de ascendencia. Madre y padre, mater y pater son raíces que trascienden la identificación familiar y aluden a cobijo, origen, resguardo, protección, autoridad, propiedad.
Matrimonio, matrícula, matriz, matrona, materia derivan de la noción de madre. Patria, patrimonio, patrono, patrocinio, patronal de la de padre.
Defender la vida presente en el trozo de planeta que nos toca habitar, es ser patriota también. Porque sin los dones de este suelo, mar y cielo ninguna posibilidad de existencia futura habrá. Ni para chilenos ni los de más allá.
Así llegamos a estas festividades. Las de la patria, no de la matria. Quien iza la bandera más tricolor, elabora las mejores empanadas, rinde honores con mayor ímpetu, baila mejor la cueca o recuerda lo más profundo de las tradiciones son paradas en la sutil competencia en que se transforman cada 18 de septiembre y sus alrededores del calendario.
En Santiago, Iquique, Antofagasta, Coyhaique y Guadal he podido experimentar tal sentir. En el norte con los y las chilenas del altiplano, en el extremo sur con los chilenos y las chilenas herederos del gauchaje. La constatación es una sola: ser parte de Chile tiene mucha mayor diversidad de la que nos quieren imponer desde el huaso y la china central. En días de republicanismos, patriotismo y chilenidades, una realidad necesaria de consignar y defender.
“Y verás como quieren en Chile, al amigo cuando es forastero” dice un tradicional vals ícono de la idiosincracia nacional. De la que recuerdan ciertos sectores conservadores, ágiles para alabar el sombrero alón al tiempo que menosprecian la boina austral y el chullo pampino; que se deleitan con la guitarra pero que desaprueban la quena y el charango; que endiosan el rodeo al igual que desdeñan el palín o la chueca.
Excúseme la abusiva redundancia: Son los chilenos y chilenas que se sienten más chilenos y chilenas que otros chilenos y chilenas. Paradójicamente, muchos descendientes de inmigrantes que solo ayer se comunicaban en otras lenguas, añoraban lejanos territorios. Creyentes de la idea que la prueba de la blancura de la nacionalidad se cimienta en llorar los muertos en guerras impuestas por intereses económicos extranjeros y oligárquicos. Esas que han servido para subyugar a sus connacionales.
No señor, no señora. Ser patriota es mucho más que aquello.
Así como la chilenidad no se viste solo de blanco, azul y rojo, sus valores tampoco son simplemente exclusión del foráneo, individualismo nacional, amor por la milicia y las beligerancias del pasado.
Defender la vida presente en el trozo de planeta que nos toca habitar, es ser patriota también. Porque sin los dones de este suelo, mar y cielo ninguna posibilidad de existencia futura habrá. Ni para chilenos ni los de más allá.
Defender los derechos de otros y otras, aunque no hayan nacido al lado nuestro, es ser patriota también. Porque es la humanidad y la vida la que hay que proteger y cuidar.
Defender el futuro común es ser patriota también. Que así como une lo que nos trajo hasta acá, congrega lo que mañana nos desafiará.
La Ley de la Silla, el medio litro de leche para todos los niños y niñas, la normativa de instrucción primaria, la defensa de la naturaleza, los derechos sociales garantizados para todos y todas tienen más de patriotismo que muchas escaramuzas bélicas que repletan los libros de historia.
En días de festividades dieciocheras, buen momento para resignificaciones. Que no serán quienes han hecho de la diferencia y la exclusión su mantra, los símbolos vacíos de cariño sus corazas, quienes se apropien de la patria y la matria que nos cobijan y pertenecen a todos y todas por igual.
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