En fin.
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Comencemos otro relato y otras memorias: recuerdo un curso del filósofo chileno Pablo Oyarzún en la Universidad Católica de Chile. Su asunto era las “Lecciones de estética” de Hegel
Le presenté, como trabajo final de evaluación del curso, un intento de muy pocas páginas. Mi sorpresa mayúscula es que me calificó con algo así como un 6.9 (téngase presente que, en Chile, las calificaciones estudiantiles más habituales corren del 1 mínimo al 7 máximo). Pues solamente recuerdo mis esfuerzos imposibles por pensar y escribir algo más que unos entrecortados párrafos propios acerca de unos pocos párrafos de esas “Lecciones de estética”. Yo me daba cuenta que lo mío no eran sino balbuceos…, pero casi, diría, incoherencias.
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Sucedía que, para mí, las frases de Hegel en ese texto –y aún en la traducción del alemán al español / y aun siendo ese texto, se dice, unos “apuntes de clases” de los estudiantes de Hegel, y no un escrito manuscrito del gran filósofo del idealismo alemán–, poseían tanto “contenido” (o “sabiduría”), que apenas podía yo abarcar uno o dos párrafos y se me llenaban mis hojas de palabras barruntadas pero necesarias –y no avanzaba más.
Eso fue lo que, en mi miseria (por los años finales del siglo XX, 1999 precisamente), presenté al filósofo chileno Oyarzún. Así, yo debía concluir que, o bien le resultaba un estudiante que “le caía bien”, o no tenía yo la menor idea de lo que, de buena manera, estaba pensando y le estaba escribiendo.
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Es que, en esos momentos del pasado, no daba “pie con bola” a mis capacidades de producir discurso –para decirlo elegantemente–, o de generar relato –para decirlo en el tono de este artículo. O, quizá, Oyarzún leía algo que yo no podía entender yo mismo de mí…
Pasaron los años. Menos que 50. Y hoy me enfrasco en este “meterse bajo la pata de los caballos”, y propongo reflexiones asaz discursivas, acerca de las conmemoraciones de los “50 años del golpe” donde intento mostrar lo sorprendido o atónito (de alguna manera) que estoy, ante la profusión de “relatos” que circunvalan estas conmemoraciones.
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Pues ya no logro discernir las diferencias (discernir, en cierto modo dice: percibir y argumentar diferencias; “hacer dos”), entre lo “verdadero o verosímil” y lo “legendario”, en cuantas cosas leo a mi alrededor relatando asuntos de estos 50 años.
Que algo sucedió es evidente. Hay un fenómeno puesto a las memorias humanas chilenas. Pero, ¿en qué consiste ese fenómeno?, eso es cuestión compleja y, ahora, motivo de “relatos”…
El “golpe” y la “tragedia” son los relatos más bien dominantes y más cercanos a mi persona. Pues un “relato” para nada consiste en argumentos y coherencias discursivas sin argamasas afectivas. Cuanto se piense, se diga y se escriba de ese día: 11 de septiembre de 1973, está, evidentemente, marcado e inclinado (en el sentido lingüístico de las llamadas “declinaciones”), por afectos y fuertes sentimientos y preferencias. En efecto, pareciera que “todo relato” contiene emociones.
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Hegel hablaba en sus “Lecciones”, entre otros asuntos, de su “hipótesis del fin del arte”. Lo que yo entendía entonces era que Hegel mostraba las “debilidades” que comenzaban a mostrar las “representaciones de las artes” frente a las “representaciones conceptuales de la filosofía”, para comprender el fenómeno humano. Que un ensayo filosófico comenzaba a darse, según él, como mucho más sabio de lo humano que un poema, que una música o que una pintura…
Lo que voy a derivar de ello consiste en lo que aquí llamaré “el fin de las verdades”. Una culminación de estas derivas de las “finalizaciones” encontramos, dos siglos después de Hegel y ahora respecto de la propia filosofía, en los argumentos del fin de lo moderno de un Lyotard –más bien, de la “condición posmoderna” de las ciencias y las filosofías.
Aún después, se ha llamado a esas “hipótesis”, algo como “el fin de los grandes relatos”. Su momento transitivo se puede indicar hacia la disolución de los valores “trascendentales” de “lo bello, lo bueno y la verdad”, tan caros a un Platón.
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La filosofía devenida un territorio de ”relatos y hegemonías”. Las ciencias modernas devenidas “verdades posibles”. La disputa por las “verdades”, territorios de la estrategia y la administración de discursos… La era de los “simulacros”.
En eso, las ciencias del hombre –o “ciencias sociales”: sociología, psicología, historia, antropología, etnología, etc.-, pasando al plano de los “relatos”, y habiendo perdido cualquier condición de “gran relato” –o sea, de verdad fundamental.
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Y en eso llegamos a las memorias de los “50 años” realizadas en la atmósfera cultural, no de 1973 –cuando “grandes relatos” aún hegemonizaban los territorios de las verdades–, sino en 2023, cuando la cultura moderna (o posmoderna o hipermoderna), donde está mayormente radicada la cultura chilena, muestra el panorama de resabios de “fundamentalismos” -–que sí hay verdades verdaderas–, y descreimientos completos –que cualquier cosa se puede afirmar en estos ejercicios de los lenguajes de las memorias, ya que solo se trata de “valoraciones y ya no de verdades”.
Como quien dice: dogmáticos vs relativistas absolutos. Diferentes modalidades de afirmaciones de “verdades” y de afirmaciones de “todo es interpretación”.
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En este dilema pareciera que nos deberíamos colocar (o nos colocan). Entonces, ya no se podría discernir cuánto “de verdad o de relato” hay en cuanto se afirma y se comunica acerca de estos años. Los esfuerzos –las imaginaciones formales–, de varias filosofías contemporáneas, se acercan cuidadosamente a este aparente dilema.
No vamos a entrar aquí, por supuesto a las que personalmente exploramos. Solo mencionamos un panorama: H. G. Gadamer y su filosofía del “comprender el comprender” (hermenéutica); Derrida y su deconstrucción para construir (“hospitalidad”; “don”); J Luc Nancy y su pensamiento del cuerpo,…
Poco de eso, creo, le interesa a los impulsadores de las “verdades y polémicas legitimadas (o legitimables)” de estos tiempos de … ¿conmemoraciones, celebraciones, memorialidades?
De Homero se disputa si acaso existió como persona empírica –mientras leemos siempre la Odisea y la Iliada. ¿Se nota? La efectividad de unos hechos fácticos: los relatos. De Shakespeare se ha intentado decir que nunca existió y que “en realidad” se trata de escritores fantasmas…
De Manuel Rodríguez como de Diego Portales, el “saber histórico” está plenamente con-fundido con la imaginación del tiempo humano. Algo un poco parecido, a mi alrededor, parece estar sucediendo con Salvador Allende, el ser humano que murió el 11-9-73, el personaje, la figura de los nuevos relatos,…
Comentarios
22 de agosto
Considero que septiembre de 2023 debe consistir, culturalmente,
en un mes para los «50 años…».
Detendrè (casi) todos mis intereses personales para lo colectivo,
lo eminentemente colectivo con que se constituye esta fecha.
Pero, ¿què se habla alrededor? Perdòn, ¿de quìen estàn hablando
tan seriamente esas gentes?
Y comienzo a percibir el fenòmeno de lo indiscernible entre
recuerdo y leyenda –entre elaboraciòn de historia y construcciòn
del mito.
Y mientras màs esfuerzos percibo en los decires, màs con-fusa
la obra. Veo, ante mì, el hecho formidable de la invenciòn de
las verdades …
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