El desafío de encontrar trabajo después de los 50

Después de muchos años de arduo trabajo he llegado a mis 51 años. Es un largo camino que comenzó con un trabajo en inseminación artificial hace ya 33 años. Mucha agua bajo el puente, buenas y malas experiencias, pero siempre con un norte claro y avanzando. Ahora, en mi edad adulta, ya no encuentro un buen trabajo estable, sólo consultorías difíciles de vender pero que dejan para vivir. No me quejo.

En mi caminata nocturna de pseudo-cesante (trabajador autoempleado, según el gobierno) una y otra vez se me muestran los errores cometidos. A las 03:30 ya he enumerado todo lo que pudo ser mejor; a las 04:30 comienzo a revalorarme y a las 05:30 la salida de sol me ilumina y comienza mi nuevo día.

Cada nuevo proceso de contratación es una tortura diferente: descartado por edad; descartado por conocimientos; descartado por sobre calificado; descartado por personalidad, descartado por “descartado”.

Finalmente he participado en un concurso para la Gerencia General de una empresa PYME transnacional. Un proceso complicado donde finalmente me seleccionan para una terna final. Una que otra entrevista y rematamos con el Psicólogo. Ya no me asusta tanto un examen de ese tipo, sea Rorschard, Luschner, Grafología, o IQ. Ya aprendí que al final inevitablemente se descubrirá mi personalidad, características más reservadas, conductas y habilidades.

Finalmente fui seleccionado. Hicimos la correspondiente negociación de dineros y carta de aceptación. Hasta ahí todo perfecto. Mi mujer y mis hijos, felices por mi nueva motivación; mi vieja relajada por una carga menos y las finanzas familiares ansiosas para recomponerse.

El primer día: llamada del Director Regional de la empresa quien recién me había recién contratado. Me informa que la casa matriz lo ha desautorizado y mi contratación ahora está sujeta a una nueva entrevista de algún extranjero que vendría a Chile algún día de la próxima semana. El hombrón está molesto, un poco avergonzado y me asegura que hará respetar su posición e independencia, que no debo preocuparme, que es sólo un trámite más, que él es más fuerte y mil una otras estúpidas explicaciones que en ese momento no me interesan para nada.

Da la idea que ahora lo están descartando a él, esta vez yo no soy nadie y ni siquiera soy considerado con la mínima decencia que uno esperaría de una empresa transnacional.

Qué situación más vergonzosa. Después de manosearte por semanas, después de validar cada palabra e información que has entregado, después de hurgar en tu yo interno y todas esas cosas, el patrón te manda a esperar a la esquina mientras él se pone de acuerdo con alguien que ni siquiera vive en el país.

La economía neoliberal ha perdido todo respeto por su principal recurso y, por lo mismo, nadie la respeta a ella.

Vuelta a preguntarme qué estoy haciendo mal, por qué Dios me está castigando, por qué… ¡puras huevadas! Al final el “gallo” ahora es solo un “vejete” y toda esa experiencia tan celebrada no está más que en mi propia imaginación, un brioso profesional se ha hecho viejo y hoy no sirve para nada.

Finalmente me volvieron a llamar para darme el UPA. Todo resuelto antes de que me hubiese entrevistado con nadie. ¿Debo creerles? Vaya a saber por dónde va la cosa, pero lo que pudo haber sido una excelente oportunidad para desarrollarme profesionalmente, donde poder dar lo mejor de mí por una buena causa, ahora sólo será un trabajo condicionado.

Siempre estará la sensación del cuestionamiento ante la posibilidad de que alguien, en algún lugar, en algún momento quiera validar mis propias decisiones.

Triste espectáculo, ¡desde ya apruebo la eutanasia!

 

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Foto: yago1.com / Licencia CC