Deseo proponerle el siguiente ejercicio. Recuéstese en su cama y mire al techo, imagine que es la primera noche de una condena de, supongamos, 20 años. Hoy es la primera noche de todas las noches por los siguientes 20 años, imagínese que por 20 años, usted no podrá acariciar el cabello de sus hijos, veinte años donde no podrá decirle buenas noches a su pareja, veinte años donde su principal ocupación será mantenerse vivo en el más hostil de los ambientes, veinte años donde verá envejecer a la distancia a todos a quien ama.
Últimamente resulta cotidiano escuchar algunas opiniones indicando que se debe aumentar el castigo a quienes cometen delito, otras voces lisa y llanamente temibles, se aprecian en la exigencia que “vuelvan los militares a las calles” mientras los medios de comunicación no hacen nada mal el difundir imágenes de arrestos ciudadanos, donde los involucrados focalizan su ira hacia un pobre ladronzuelo de poca monta.Debemos potenciar el trabajo familiar y comunitario con programas de carácter permanente, que logren insertarse en las comunidades donde se registran altos índices de delincuencia y permitan reforzar las herramientas de las familias para que sean elementos capaces de prevenir eventuales conductas delictivas.
En esos momentos surge la pregunta: ¿deseamos castigar a “los delincuentes” o evitar que los haya? Desde principios de 1900 sabemos que el castigo no genera absolutamente ningún tipo de aprendizaje, sino que sólo inhibe la conducta mientras el potencial castigador se encuentra ante nuestra presencia, pero… ¿y si nuestro castigador no está? Simple, volvemos a cometer el acto que ameritó un castigo. Resulta total y absolutamente ingenuo pensar que cortando los vínculos socio-familiares, una persona “aprenda su lección”, resulta erróneo pensar que alguien se rehabilitará al aislarlo, ¡son justamente los vínculos con otros significativos los que nos hacen ser seres humanos, cortarlos sólo produce una persona más enojada, más frustrada con el mundo, más alienada!
Ante tal problemática, debemos potenciar el trabajo familiar y comunitario con programas de carácter permanente, que logren insertarse en las comunidades donde se registran altos índices de delincuencia y permitan reforzar las herramientas de las familias para que sean elementos capaces de prevenir eventuales conductas delictivas.
Un segundo punto que debemos considerar es el ir generando mecanismos sancionadores que involucren lo menos posible la pérdida de los vínculos familiares, comprendiendo que las familias son el elemento más importante en la vida de una persona, jugando un rol importantísimo en cualquier proceso que involucre la rehabilitación. Terminar con los mecanismos que siguen llenando cárceles que le cuestan al estado hasta $29.700.000.000.- al mes. Permitiendo que haya una retribución a la sociedad, ya sea con trabajos o servicios. Debemos tener siempre presente que la Declaración de Derechos Humanos es Universal, y los chilenos sabemos muy bien lo que sucede cuando nos olvidamos de respetarla.
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