La presente semana no es cualquier semana, al menos no para el diverso mundo de la salud. En el transcurso de estos días seremos testigos privilegiados de un suceso de pronunciados tintes globales, pues a partir del 6 de septiembre, si es que no antes, se congregarán miles de personas a rememorar el aniversario número 40 de la inolvidable y legendaria Conferencia de Alma Ata realizada en el año 1978 en Kazajistán, en aquel entonces una república de la ex URSS. Ciertamente, hay quienes no quisieran recordarla, pero eso no nos compete por el momento.
Sin duda, pensar en la reunión de Alma Ata nos traslada inmediatamente a uno de los episodios más trascendentes de la historia de la salud y social en el siglo XX. No es necesario redundar por ahora en los fundamentos de la declaración realizada hace 40 y que trazaron tanto un modelo y práctica de la Atención Primaria de Salud (APS), como una forma de comprender y practicar una forma de desarrollo social con acento en la equidad, bajo la inspiradora consigna de “Salud para todos para el año 2000”. Conforme a su trascendencia, incontables han sido las lecturas que se ha extraído de esa experiencia, así como el examen de los resultados favorables y desfavorables que la propuesta de 1978 experimentó en las décadas siguientes, como lo revelan los sugerentes estudios históricos de Marcos Cueto y Víctor Zamora, y Randall Packard, entre otros.
Sin embargo, los años no han pasado en vano. Con ocasión de las cuatro décadas que cumple aquel hito internacional es oportuno explorar si existen aún las condiciones para sostener una idea medular de Alma Ata, esto es, que la APS es un motor del derecho a la salud y la justicia social. Por de pronto, un espíritu de comunidad planetaria asoma nuevamente en la inminente Conferencia Global de Atención Primaria, que se efectuará los días 25 y 26 de octubre en Astana, Kazajistán, y que ha sido organizada por la OMS y la UNICEF. Se estima que asistirán cerca de 3.000 delegados de 134 países y 67 organizaciones no gubernamentales y un primer vistazo hace presumir que, a diferencia del año 2008, en la evocación de los 30 años, hoy existe una convicción más profunda en torno a la adopción de soluciones de largo plazo que contribuyan a erradicar los niveles de inequidad en salud reinantes en varias regiones del planeta, pese al mayor crecimiento económico que se ha registrado en los últimos decenios. En medio del debate global sobre la irrupción de una nueva cuestión social, la APS ha emergido como el principal aliado de la Cobertura Universal de Salud y la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030, ambas políticas globales que han concitado el respaldo de la mayoría de los gobiernos del sistema internacional. Ahí radica un terreno en el cual es posible comenzar a sembrar una apreciable cuota de optimismo.A la luz de ese recuerdo, cabe subrayar que si se concibe la APS moderna como un fruto de la propuesta de Alma Ata, es menester definirla como una plataforma para la transformación del modelo de desarrollo social antes que un nivel de atención del sistema sanitario.
No obstante, como enseña la relación entre sociedad y salud desde el siglo XVIII, el desafío de estrechar la relación entre los discursos y los hechos ha sido permanente, con triunfos y tropiezos. Es difícil cuestionar que la historia de Alma Ata es aún una fuente de inspiración para quienes se muestran convencidos en hacer patente el ideal de una salud para todos en las próximas décadas. Los principios que se fundieron en la declaración final de la conferencia debe ser uno de los pocos testimonios históricos que aún conserva la frescura de una apuesta fehaciente por el bien común, entremezclada con un aire de utopía. Es posible que ahí radique uno de los valores trascendentes de Alma Ata, la cual Halfdan Mahler, el icónico director de la OMS entre 1973 y 1988, definió como una “conciencia internacional sobre el desarrollo social.” Una cuestión que es digna de elogio en un contexto en que las democracias de muchos países, inclusos las más ilustres, están siendo puestas a prueba por los embates del nacionalismo, el neoliberalismo, el populismo y el autoritarismo.
Conviene subrayar ese hecho por cuanto hoy no es descabellado pensar que gran parte del camino avanzado por la salud en la última centuria podría retrotraerse a un escenario similar al reinante en el siglo XIX en el cual no fue inusual en que el individualismo doblegara el despliegue de las acciones colectivas y el ejercicio de las solidaridades, así como la pobreza y la enfermedad generaran una sinergia nefasta para vida de millones de personas. A modo de advertencia, solamente pensemos en el auge del sarampión en Europa producto de la confluencia de la ignorancia y de sistemas de salud desfinanciados, ni olvidemos la inexplicable e insufrible crisis socioambiental que están viviendo nuestros compatriotas de Quintero y Puchuncavi.
¿Y Chile? Nuestro país no está ajeno al movimiento global que actualmente encarna la APS. Tras la abrupta interrupción de la tradición primarista acaecida en 1973, la que se había cultivado desde las décadas de 1920 y 1930 a la luz de la laboriosa construcción de la seguridad social chilena, desde el año 1990, tras el fin de la era dictatorial cívico-militar, se ha hecho un trabajo gubernamental y social por reforzar el sector primario del sistema de salud. Incluso, en la última elección presidencial uno de los temas que despertó cierto acuerdo universal fue la importancia creciente que la mayoría de las candidaturas asignaron al modelo de la APS. Aún así, existen «deudas pendientes» como sostiene el XII Congreso de Atención Primaria 2018 que tendrá como sede la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, declaración que ilustra claramente que el camino a seguir tiene muchos tramos que se harán cuesta arriba. Existen problemas de diversa naturaleza, como el hospitalocentrismo, la mercantilización de la salud, el papel de los gobiernos locales, el énfasis en el desarrollo de las especialidades médicas en detrimento de la medicina familiar y general, un sistema de salud que aún se centra en las enfermedades, amén de los históricos rasgos de fragmentación y segmentación que lo caracterizan, y los desiguales niveles participación comunitaria que se observa a lo largo del país.
Pese a la cautela que podrían despertar los antecedentes referidos, aún hay camino por recorrer. En un mundo globalizado la APS sigue siendo una alternativa real para nutrir proyectos de desarrollo social que puedan cambiar el destino de miles de personas que están viviendo en carne propia las incertidumbres de diversa naturaleza del presente siglo. Así, el cambio climático, el incremento de las inequidades, las migraciones, la hipermedicalización, el envejecimiento de la población, son algunos de los fenómenos que no tenían la relevancia que tenían cuando se efectuó la reunión multinacional de 1978. Aunque ese panorama puede alentar los vientos del pesimismo, no debemos olvidar que el futuro de la APS dependía de la conformación de un nuevo orden económico internacional que redujera el “foso que separa en el plano de la salud a los países desarrollados de los subdesarrollados”, según sentenció la declaración final de Alma Ata. Esa afirmación no fue producto del azar, sino que fue una opción por la equidad que derivó de los intensos debates que, entre los decenios de 1950 y 1960, el concepto de desarrollo social generó en las esferas internacionales.
En consecuencia, el aniversario que hoy traemos a colación es una luz de esperanza para procurar un progreso al alcance de toda la sociedad, no porque sea una utopía, sino porque existe una evidencia histórica que así lo ratifica, como así demostraron varias naciones del Tercer Mundo que fueron pioneras en la gestación de una forma de comprender la equidad social a través de la salud, y que tuvo su momento culmine en Kazajistán hace exactamente 40 años. A la luz de ese recuerdo, cabe subrayar que si se concibe la APS moderna como un fruto de la propuesta de Alma Ata, es menester definirla como una plataforma para la transformación del modelo de desarrollo social antes que un nivel de atención del sistema sanitario. Insistimos en esta visión puesto que el trasfondo histórico de la APS y el hito de Alma Ata no ocupan el lugar que merecen en la historia social de nuestro país. Es más, cuesta reconocer que no sea objeto de estudio en los currículos de las escuelas de salud nacionales, y salvo meritorias excepciones, este aniversario pasará sin pena ni gloria por muchas aulas universitarias. Valga este matiz para hacer presente que, gracias al trabajo de algunas comunidades, CESFAM, organizaciones sociales, y a iniciativas como la de la Unidad de Patrimonio Cultural de la Salud del MINSAL, el aniversario de Alma Ata y su trascendencia histórica tiene un espacio ganado en la agenda local en los próximos días.
Confiemos en que el año 2028, el cincuentenario de la reunión de Alma Ata sea un capítulo que haya alcanzado mayor divulgación pedagógica y, sobre todo, su ideario haya conseguido metas palpables, tanto a nivel local como global. Existen circunstancias políticas y económicas adversas, pero la carrera por el desarrollo inclusivo es de largo aliento.
Y la historia de la salud es una buena fuente de energía para ese cometido.
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