Así es como parte el fin de la vida de una madre de cinco hijos, muy esforzada y dueña de grandes sueños.
Recuerdo a Ysabel Molina feliz todos los días de vuelta de su trabajo a la población La Pincoya, caminando con bolsas en los brazos, saludando a sus vecinos por la calle. No desconfiaba de nadie, siempre tenía las puertas de su casa abiertas y participaba en todos los eventos y actividades comunitarias. Siempre nos decía: «Chiquillos, la casa es chica pero el corazón es grande», cuando nos invitaba a comer completos o conversar una tarde a su casa en el pasaje Los Nísperos.Me tocó vivir de cerca una realidad dura y distinta a la de mi familia y entorno, y lamentablemente sé, porque lo viví, que el de Ysabel no es un caso aislado, sino que son decenas, cientos de ellos, y pasan a diario.
El 3 de agosto entró de urgencia al hospital San José por un cálculo a la vesícula, debido a un profundo dolor que no la dejaba tranquila.
Era claro que requería atención, y le indicaron que debía operarse. Ingresó al hospital San José pero lamentablemente no había pabellones disponibles, por lo que el tiempo pasó y no la atendieron. Dos semanas después seguía en el mismo lugar que el primer día: postrada en una cama sin respuestas. Nadie del hospital tenía la deferencia de indicarle qué estaba pasando: ni a ella ni a sus hijos. La angustia aumentaba al igual que el silencio y la indolencia. Una situación con absoluta ausencia de dignidad. El día 19 de agosto, sus familiares, como todos días en el limitado horario de visita, fueron a verla y pasaron una tarde riéndose con ella, tratando de aliviar la espera y la incertidumbre. Sin embargo, a la mañana siguiente cuando llegaron a visitarla, la encontraron llena de tubos, con el rostro desfigurado, estado en el que estuvo dos semanas, hasta que murió. Nadie les explicó qué había pasado, aunque buscaron explicaciones en todos lados. Durante las dos semanas en que Ysabel no recibió la atención que necesitaba, lo único que le dijeron a su familia era que estaba grave.
Se dice que en el sistema público de salud se atiende a los pacientes acorde a su nivel de gravedad; Ysabel fue hospitalizada por un cálculo a la vesícula que, al no considerarse grave, se complicó y la mató. ¿Cómo se explica esto? El gasto público de salud en nuestro país es el 3,5% del presupuesto nacional, pero debiera ser al menos de un 6% (casi el doble), según recomienda la Organización Mundial de la Salud.
«La lista de espera es muy grande», «No hay camas», «No es prioridad en este momento». “Los médicos no dan abasto”: Chile tiene un médico por cada 550 habitantes, cifra similar a países desarrollados, pero el sistema público tiene sólo un tercio de las horas médicas totales del país para atender a cerca del 80 % de la población. Estas fueron las frases que escuchamos todos los días.
Ysabel sufrió una muerte cerebral el día jueves 27 de agosto a las 11 de la mañana y, aunque los familiares estaban en el mismo hospital, nadie les avisó, nadie se preguntó si la familia estaba informada, o cómo harían para acompañarlos en ese duro momento. Recién se enteraron a las 18:00, y antes de que pudieran verla por última vez, les estaban pidiendo que donaran sus órganos. Nadie entendía lo que estaba pasando. Estaban empezando una pesadilla que siguió con que el hospital se demoró dos días en entregarles el cuerpo de Ysabel y una autopsia que los hijos solicitaron que hiciera el Servicio Médico Legal, dada la confusión que estaban viviendo. Así, pudieron reencontrarse con el cuerpo de Ysabel para velarla tres días después de fallecida.
¿Hasta cuándo seguiremos con el discurso de que estamos avanzando? Chile es el cuarto país más desigual del mundo, un país donde el 10% más rico gana 27 veces lo que el 10% más pobre y donde el 1% más rico gana más del 30% de todos los recursos del país. Basta darse una vuelta por una población para ver la cruda realidad de nuestro país: dolor y la miseria más grande. Pero es más fácil taparse los ojos y mirar para otro lado. Lo más doloroso de lo que pasó con Ysabel, además de que ya no tenemos su sonrisa, es que nos enseñó cómo la salud, al igual que la educación y tantas otras cosas, se han deshumanizado y las personas se han transformado en un simple objeto. El corazón de Chile parece estar achicándose, cada día, en humanidad y fraternidad.
En marzo de 2014 me fui a vivir a La Pincoya por un año y medio a la casa de inserción de la corporación Formando Chile. Tengo mucha cercanía con la familia de Ysabel, sobre todo con sus hijos. Me tocó vivir de cerca una realidad dura y distinta a la de mi familia y entorno, y lamentablemente sé, porque lo viví, que el de Ysabel no es un caso aislado, sino que son decenas, cientos de ellos, y pasan a diario.
Nosotros la recordaremos caminando por las calles del barrio con sus bolsas y sonrisa tan característica. La casa de Formando Chile siempre estará abierta para sus hijos, pero sabemos que no hay nada que pueda reparar el dolor de haber perdido a su mamá; nuestra querida tía Ysabel. Despertemos Chile, que esta situación cambie depende de nosotros, pero también de las autoridades. Ni ellos ni nosotros podemos mantenernos inconmovibles frente a lo que muchos no ven porque no quieren, pero saben que pasa día a día. No podemos dejar pasar más tiempo.
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