En la historia de las tensas relaciones entre la iglesia católica y el mundo moderno, se generó la expresión “reserva moral” para indicar que en ciertas situaciones, como lo fue la dictadura en Chile por ejemplo, la iglesia católica era una voz válida en materia de DD. HH. El término se extendió también a todas las iglesias que colaboraron de distintas maneras durante esa época, animadas por su vocación cristiana.
Hoy, esta “reserva moral” es validada en nuestro país sólo en contadas ocasiones, como por ejemplo, el apoyo entregado a los sindicatos de trabajadores a través de la conferencia episcopal, o el caso puntal de las demandas en Aysén.
Sin embargo, según la última encuesta CEP (nov-dic 2011), la aprobación de la iglesia católica cayó bruscamente, probablemente por efecto de las denuncias sobre abuso sexuales. La aprobación de las iglesias evangélicas cayó en menor medida, pero aún así se mantuvo baja.
De todas formas sigue siendo destacable la apertura, respuesta y avances en materia social que han desarrollado estas iglesias. Y el contraste se hace aún más fuerte en comparación con materias morales, los denominados “temas valóricos” que se han instalado en la agenda política de nuestro país.
En este aspecto, es claro que las iglesias no terminan de comprender lo que significa separación del Estado. El trabajo profesional de los laicos creyentes, como parte del tejido social del país es una caricatura que los muestra como títeres al servicio del magisterio de sus iglesias y no como personas con libertad de pensamiento y conciencia en una sociedad democrática y pluralista.
Pero existe otra contradicción, no asumida en algunos círculos cristianos: el que esta misma postura moralista, cerrada a cualquier diálogo y reaccionaria ante la autonomía de la sociedad laica, tenga alguna relación directa en las desigualdades sociales que con tanto ahínco estos grupos cristianos con vocación social, buscan resolver.
El recurso político-religioso de una “agenda valórica”, contribuye a mantener la polaridad en nuestro país, acostumbrado a las decisiones fáciles y con bajos niveles de reflexión. Busca evitar a toda costa que surja lo obvio con claridad; que existe un número considerable de creyentes que no siguen las normas de sus iglesias en materias de anticoncepción, por ejemplo; de jóvenes que tienen relaciones sexuales antes del matrimonio; de parejas adultas que conforman una familia sin estar casados o con varios matrimonios a cuestas, etcétera.
Las pocas estadísticas que existen de adolescentes embarazadas, abortos ilegales, abuso sexual a menores, violencia intrafamiliar, no tienen en cuenta el dato respecto del credo o confesión religiosa de las personas y familias involucradas, ni menos existen estudios de su relación directa en estas situaciones.
Pero más allá de poner en evidencia estas cosas, que son vox populi, es urgente sacar del espacio de la “moral cristiana” el empleo del término “valórico”: ¿Es una cuestión de “moral cristiana” el que niños y jóvenes tengan acceso a una educación sexual abierta e inclusiva? Está claro que no se trata de restringir la libertad de educación; si la minoría de creyentes quiere que sus hijos reciban una educación acorde con sus convicciones religiosas, tiene la opción de que esta sea entregada en colegios religiosos privados. Si no cuentan con los medios para ello y aún así quieren que sus hijos se formen con esos valores en escuelas públicas, pues bien, el Estado debe considerarlo como una visión más dentro de las variantes a recoger y desarrollar en el marco de una educación abierta e inclusiva, y no como la única ni la más importante.
Estamos todos de acuerdo en que necesitamos una mejor educación; que ello redundará en individuos mejor preparados para reflexionar, enfrentar y resolver los problemas que afectan a nuestro país. Es de suma urgencia apuntar a una formación integral que incluya aspectos cívicos, religiosos, sociales, étnicos, entre otros.
Con ello quiero afirmar que el rol de los laicos creyentes también es válido para el actual diálogo, pero como una voz entre otras. Lo realmente decidor en esta cuestión es que todos los laicos comprometidos con sus iglesias formen parte de una ciudadanía que busca dialogar de manera abierta, plural e inclusiva, y no bloqueando, haciendo lobby o cerrando espacios de diálogo.
De esta forma podremos evaluar mejor su aporte en la superación de las desigualdades sociales que nos afectan a todos, y no quedarnos con la percepción de que se trata de las migajas que caen de la mesa de unos pocos que desean tranquilizar sus conciencias.
Y de esta forma, darle una nueva significación, mucho más amplia, al término “reserva moral”.
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