Como ciudadanos estamos comenzando a extender la frontera de aceptación de lo diferente. Hacerlo redunda en un desafío personal y colectivo puesto que apela a nuestro sentido de identidad. Durante muchos años esta se construyó en base a la oposición, «soy esto porque no soy eso».
Quiero partir primero con el resumen de algunas afirmaciones en estos días: la falta de respeto de Boric por no usar corbata en el Congreso; la marcha de todas las marchas no tiene pies ni cabeza; los mapuche no existen según Villalobos (aunque esto no es nuevo); la escuela de arte nazi supera todo lo aceptable; la entrevista a Josecarlo (#YoPuto) no tiene sentido porque es un resentido que habla estupideces; y otra vez que Boric le falta el respeto al Congreso, según El Mercurio, por estirarse durante una sesión.
Nuestra capacidad de ser tolerantes fue puesta a prueba, una vez más, y la manera en que la enfrentamos se puso en evidencia. Pedimos cambios a gritos, los demandamos, queremos ser distintos, inclusivos, menos segregados y más integrados.
Intentamos que el respeto y aceptación por lo diverso sea incondicional, excluyendo obviamente aquellas posturas o situaciones en las que se falta el respeto a las personas o que claramente incitan al odio. De a poco vamos configurando el tipo de diversidad e integración que queremos.
Hay ejemplos claros, como el rechazo a la escuela de arte nazi o la negación de los mapuche por parte de Villalobos, que nos hacen reaccionar de forma casi unánime. Digo casi, porque siempre habrá quien apoye estas posturas, aunque sean minoría.
De los otros ejemplos mencionados, el que podríamos denominar «el comportamiento de Boric» en el congreso, la marcha de todas las marchas y las opiniones de Josecarlo en un programa de televisión, he leído y oído un sin fin de opiniones distintas, casi siempre a dos bandos, habituados como estamos a la bipolaridad y los extremos. «Si no estás conmigo estás contra mí», podría ser la frase que lo resume y nos identifica.
Han transcurrido más de 40 años desde el golpe de estado, más de 25 en democracia, y recién estamos tratando de dibujar con meridiana claridad la forma en que expresamos nuestra acuerdo o desacuerdo hacia lo diferente. Es un ejercicio ineludible porque nos desafía enormemente al momento de valorar las diferencias. Hemos sido educados para construir nuestra identidad por oposición al otro. Por eso no me llama la atención que quienes abogan por una causa, con muy buenos argumentos, tiendan a rechazar a quienes no están de acuerdo con ellos. Es una actitud en la que no existe posibilidad de aceptar o comprender que la otra postura tenga algo de sentido en sí misma, o al menos tenga un valor en sí misma.
Leí de gente que aplaudía la incorporación de Boric al Congreso, que se «desubicaba» al no usar corbata. Puedo entender que esas personas tengan un concepto de respeto por la llamada «tradición republicana» y otras cosas similares pero me pregunto, ¿en serio eso importa? Es más, ¿somos capaces de aceptar, desde lo estético, que haya diferencias en el Congreso?
Otro ejemplo, y en el que me vi enfrascado, fue el de la entrevista en un programa de televisión a un joven que ejerce la prostitución. Lo que más leí respecto del entrevistado fue que era un resentido y eso sería todo. Es cierto que el entrevistado se refirió de mala forma, por decir lo menos, de algunos representantes de organizaciones LGTB. Creo que ese aspecto de la entrevista merece un punto aparte, claramente , pero de ahí a afirmar que todo lo que dijo fueron estupideces, que no contribuía en nada y que no debía estar en televisión no sólo me parece excesivo sino que además injusto: una postura como la de Josecarlo, ¿cuántas veces ha tenido cabida en la televisión abierta? ¿Efectivamente su discurso carecía de sentido? Creo que son aspectos a analizar de manera atenta cuando irrumpen este tipo de posturas en los medios de comunicación y a las que no estamos habituados.
La pluralidad de opiniones en nuestro país es un bien escaso. Personajes como Villalobos tienen mucha tribuna para exponer sus ideas y casi siempre sin ninguna contraparte. Personajes como Josecarlo están más bien al otro lado, estemos de acuerdo o no con su postura, y casi no tienen cabida en los medios. Aquí surge una pregunta pendiente, que a estas alturas ya es una deuda, y es la responsabilidad que le cabe a los medios de comunicación y a quienes ejercen el periodismo o son comunicadores, respecto de oficiar como interlocutores de la diversidad de nuestra realidad.
Como ciudadanos estamos comenzando a extender la frontera de aceptación de lo diferente. Hacerlo redunda en un desafío personal y colectivo puesto que apela a nuestro sentido de identidad. Durante muchos años esta se construyó en base a la oposición, «soy esto porque no soy eso». Hoy nos encontramos en un momento en que debemos incorporar los aspectos de autonomía y reconocimiento en la reconstrucción de nuestra identidad colectiva, conscientes de que podemos tener la experiencia de «unidad nacional» en la «diversidad de paisajes» que componen nuestro país.
———-
Foto: Aracelota / Licencia CC
Comentarios