#Política

Una pequeña pesadilla

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He tenido la más absurda de las pesadillas posibles. Soy opositor desde el primer día al actual gobierno -en realidad, desde mucho antes- y sin embargo me llaman a desempeñarme como primer ministro con plenos poderes. Entre sorpresa y desagrado, sentido del absurdo y una creciente impresión de impotencia, terminé por resignarme ante lo que la naturaleza de los sueños o de las pesadillas hace parecer inevitable.
 
Dentro del sueño, me asaltó el insomnio. Mi misión era clara: Terminar con el actual estado de cosas. Tomar medidas que pusieran fin a la incertidumbre, las contradicciones, las “desprolijidades” – término que no pude encontrar en el RAE-,  las renuncias por motivos personales y, sobre todo, las otras renuncias, solicitadas la mayoría y espontáneas, otras.
 
Magna tarea que solo logré iniciar gracias a las fuerzas ilimitadas que da un sueño. Inicié este trabajo de Hércules de la manera más obvia que se me ocurrió: Pedí el programa de gobierno, con la ingenua idea de comparar lo prometido con lo hecho.
 
Me encontré con sonrisas nerviosas y largas introducciones: “Mire, resulta que el tema del programa, digamos, está algo complejo, porque Su Excelencia, digamos, lo solicitó para someterlo a una actualización”.  Agregó – yo diría con un guiño de complicidad- que lo había pedido el 15 de marzo del año pasado y que no lo había devuelto. Y concluyó con una observación orgullosa: “Una revisión a fondo”.
 
Seguí entonces otro camino y traté de conseguir copia de un pendrive a través de un amigo. Me respondió que, lamentablemente, se lo había regalado a su nieto. Cité entonces a mi despacho, al Ministro del Interior. No alcancé a terminar mi pregunta cuando se desencadenó una catarata de palabras que me sepultó y me dejó convencido de que todo andaba a la perfección. La delincuencia, a pesar de no haber votado por el candidato, estaba en vías de desaparición, como los locos y los erizos. El Transantiago, a pesar de los desaciertos en su diseño, marchaba literalmente sobre ruedas. La educación estaba reformada, el pícaro retail estaba con las riendas cortas, trotando derechito y sin corcoveos. HidroAysén superaba algunos ligeros contratiempos y la cesantía era cosa del pasado (del gobierno pasado). El Colo Colo este año sí o sí ganaba el campeonato; en Codelco estaban todos felices; los terremoteados gozaban de sus nuevas viviendas, más amplias y cómodas. Todo bien, todo normal, todo bajo control.
 
Hablé luego con el vocero y éste me aseguró que el nuevo sistema de los ministros multirotativos, al igual que su tarjeta homónima, funcionaban a las mil maravillas. “¿Cómo no se nos ocurrió antes?” Los ministros se entretenían montones aprendiendo nuevas cosas. El de minería ahora comprendía lo de las papas y las betarragas; el de agricultura, los problemas del CAE y el RASPE. Ahí lo corregí y le dije: “FE y GANE, ministro”.  “Sí –respondió – pero antes de ganar hay que raspar”.
 
Hablé entonces con el de Educación. Me dijo que estaba todo arreglado, que el lunes presentaba la papa misma. Le pregunté si había sido Ministro de Agricultura, lo que negó con indignación. “De leyes, señor”. Le pregunté entonces qué hacía en Educación, y si no sería tal vez mejor que fuera un profesor el ministro. Eludió una respuesta y miró al cielo, como pidiendo ayuda divina: “Imagínese, señor, yo antes estaba en Justicia, que es lo que realmente sé hacer”.
 
Seguí con la ronda. El de Exteriores había trabajado toda su vida en el retail y cuando lo nombraron debió comprarse una enciclopedia SOPENA para no meter las patas. Y que todo iba bien hasta que se produjo ese fatídico viaje a Alemania, un poco antes de conocerse la descendencia incaica del mandatario y todo el alboroto. Todo bien ahora – afirmó- están solucionados casi todos los problemas legados del gobierno anterior.
 
El de Obras Públicas me explicó que estaba siguiendo un curso rápido de gobierno total, que ya había recorrido tres ministerios. El de Mideplan lucía un currículum extenso instalando playas y canchas de esquí artificiales en Santiago, y semáforos en los colegios y de paso, había sido el inventor del RASPE, digo, GANE, como respuesta a una cierta inquietud que la juventud, divino tesoro, exhibía cada cierto tiempo y que se había manifestado en unas marchas y manifestaciones. Terminó preguntando si me había enterado de aquello.
 
Luego pregunté qué había de la reforma de nuestra Constitución. Miradas de asombro a diestra y a diestra (la siniestra estaba desaconsejada). “En verdad, señor, en el tema de la Constitución, digamos que no hay novedad, está todo bajo control”, explicó el de Defensa en tono marcial, seguido de un taconazo sonoro.
 
El abundante almuerzo servido en mi oficina me produjo una cierta modorra y decidí echar una siestecita. De paso, me acordé que los problemas de la política se solucionan con más política, los del fútbol con más fútbol. Pensé que, a lo mejor, los de las pesadillas se arreglaban con otro sueño. Cabecee un cuarto de hora y desperté con gritos, pífanos y aplausos. Eran los estudiantes en una alegre manifestación de protesta por la educación. A lo lejos, ululaban las sirenas. Mi mujer me dio un suave codazo y me recordó con dulzura que era la hora de levantarse para ir al trabajo. Nunca había sentido mayor gozo, una jornada normal me esperaba, atrás quedaban las sombras de una pesadilla. 
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