Resulta difícil o imposible creer en la “sorpresa e indignación” que supuestamente ha causado en las autoridades el descubrimiento de una colusión en el sector avícola. Dejémonos de historias: a mí me habría causado sorpresa e incredulidad si alguien me afirmara que en un mercado tan voluminoso como aquel, no existiera.
Algunos ciudadanos son muy ingenuos y creen en cuanta fábula les cuenta la televisión. Así presentada, una acción de este tipo es un delito, además de un acto inmoral. Se supone que los tres productores elaboran sus planes de producción, sus métodos y sistemas en el secreto más absoluto y salen al mercado con sus productos a luchar en limpia lid con sus competidores, y que gane el mejor. En la realidad, conocen recíprocamente sus métodos, sus fuentes de financiamiento, sus problemas, sus estrategias de desarrollo y sus políticas de comercialización. La colusión se da sola, se conversa, se intercambian opiniones, se ayudan el uno al otro, se hacen favores mutuos, circulan en el mismo medio social.
Nada nuevo se ha dicho. Lo de los pollos pasa en las farmacias, en el transporte, en los laboratorios, en las constructoras y empresas de ingeniería, en el sector bancario, por nombrar a algunas. Más que un tema de rubro, me parece que es uno de tamaño, de volumen de capital involucrado.
Si miramos más allá de nuestras fronteras, el panorama no es demasiado diferente. Tal vez, los países desarrollados han aprendido a sobrevivir en la selva de la competencia. Han creado sistemas de control más eficientes y aplican también, sanciones más importantes. Al mismo tiempo y paradojalmente, constatamos empresas que derechamente participan de carteles a escala mundial, situación que se da en la industria del petróleo y muchos otros minerales. La OPEP, sin ir más lejos, determina cuotas de producción y la restringe cuando siente amenazado el precio. ¿Qué diferencias hay entre el petróleo y los pollos? Tal vez, que no hay un poder que pueda imponer reglas, que cualquier intento al respecto sería, en el mejor de los casos, ridículo. Hay problemas que se escapan de control y sólo una acción armada puede hacer variar. Tenemos el legítimo derecho a imaginar que varias de las guerras del siglo pasado y del actual han tenido como causa el manejo y control del petróleo. ¿Alguien cree que la intervención de la OTAN en los asuntos libios se habría dado en algún país carente de recursos naturales, o que dicha intervención sólo obedecía a razones “ humanitarias” y a exportar la democracia a ese lugar del mundo?
Un real control que regule la competencia que debiera reinar en el sistema de libre mercado sólo será posible en la medida en que exista un ente regulador capaz de imponer sus reglas a los intereses sectoriales. En el caso de un país, el gobierno, a través de sus autoridades económicas. Para ello, se necesita un grado de desarrollo que permita a dichas autoridades discernir dónde termina la legítima competencia y comienza la colusión. Un límite difuso que serpentea entre la lógica productiva moderna, los aspectos morales de la economía de escala, el intento de establecer normas éticas en un terreno que en tales no abunda. En todo caso, parece razonable que no sea el gato quien cuide la carnicería.
Más riesgosos aún son los mercados de la información y las comunicaciones. ¿Puede alguien creer que, por ejemplo, no se produce la colusión entre las pocas empresas que manejan (o poseen) la prensa escrita y la televisión? De acuerdo, puede ser diferente de los pollos, menos tangible, más sutil y por ello, más venenosa. Pero, en definitiva, no puede ser casualidad que los noticiarios sean calcados el uno del otro. Dos o tres crímenes diarios – entre ellos, un “femicidio”- una media docena de accidentes de tráfico, veinte minutos de fútbol, treinta segundos de algún tema internacional y, como vimos este año, una sesgada y parcial visión de un fenómeno social. Sólo que en este caso, no es tanto el precio el objeto de la colusión cuanto su contenido. Interesa a los coludidos vender una versión política determinada, que hace hincapié en los encapuchados (sean éstos quienes sean) en vez de los protagonistas y sus demandas. La realidad que ocurre en las calles no corresponde a la que vemos en pantalla. La gente se acostumbró a creer en esa realidad virtual y terminará por creer al personaje de la tele que anuncia que está lloviendo, en vez de asomarse por la ventana y comprobar que hay sol.
La ciudadanía debe estar atenta y dispuesta a cooperar para lograr su término. Es fundamental su participación, en denunciar los hechos y castigar a sus autores donde más les duele: en el bolsillo. El boicot es un arma poderosa, cuando bien empleada.
La colusión en farmacias y pollos es sólo la parte visible del iceberg.
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catazza
todo OK, pero la foto merece premio!!