Por más que para algunos sea interesante hacer de la figura de Piñera un hombre siniestro, malvado y con intereses autoritarios, lo cierto es que todo ese relato no es más que una forma de alimentar el mito de una persona que, en realidad, es bastante simplona, con complejidades de carácter, pero sin una sola virtud respecto a las relaciones humanas y sociales. Sus habilidades están lejos del ejercicio de la política, ya que son más bien pequeñas pillerías de mercado, oportunidades de corto plazo que no conllevan ni una sola idea más allá de su persona y sus también pequeños triunfos.
Su gobierno fue tal vez la mejor y peor administración que pudo afrontar lo sucedido desde el 18 de octubre del 2019 en Chile. ¿Por qué mejor? Porque no servía como tapón social, ni tenía las habilidades para esconder las controversias, como sí lo hizo la Concertación por años, sumado a que todas las certezas del relato institucional de la transición ya no hacían sentido a nadie. ¿Y por qué la peor? Precisamente por lo mismo, porque su inexistencia, su nula lectura de lo que está sucediendo y, sobre todo, sus ganas de buscar responsables afuera de la realidad nacional, es tal vez la gran demostración de la poca capacidad para siquiera amortiguar ciertos efectos.El segundo mandato de Piñera nunca fue nada, nunca tuvo un relato lo suficientemente consistente y su propósito era corregir las reformas de Bachelet para “enmendar el rumbo” en lo que en ese sector creían que era lo correcto
Y es que el segundo mandato de Piñera nunca fue nada, nunca tuvo un relato lo suficientemente consistente y su propósito era corregir las reformas de Bachelet para “enmendar el rumbo” en lo que en ese sector creían que era lo correcto. Apenas llegaron a La Moneda, uno de los primeros discursos del entonces ministro del Interior, Andrés Chadwick, frente al gran empresariado, tenía como objeto garantizar que la idea de cambiar la Constitución no estaba contemplada bajo esta administración, y con esto, también, pretendía establecer que esta iniciativa, impulsada tibiamente por la Nueva Mayoría, no estaba en la mente de los chilenos.
Los hechos, como ya sabemos, han dicho lo contrario. En el plebiscito del 25 de octubre recién pasado, ganó la intención de establecer una conversación en otro terreno diferente que Chadwick aseguró que no existiría; y esto hizo que quienes están hoy en la casa de gobierno perdieran relevancia no solo porque son los más claros representantes de la idea que reinó durante años, sino también porque la política no estaba en el centro de su gestión. Sus promesas eran solamente económicas, basadas en la premisa de un chileno uniforme que tiene solo un tipo de necesidades, sin tomar en cuenta las complejidades del ciudadano que realmente había creado la cultura libremercadista que impera en nuestro país.
Por esto es que, luego de ser un problema y representar lo más peligrosamente errático del funcionamiento del Estado en materia de Derechos Humanos en democracia, la principal autoridad nacional hoy es irrelevante, no tiene ninguna capacidad, no solo por el creciente deterioro de toda la institucionalidad, sino porque, además, su carácter, sus objetivos y su mirada son insuficientes. Sus triunfos en la lógica pueril, del costo y beneficio rápido, no sirven en una circunstancia histórica en la que no hay ganancia corta, y en que la sociedad chilena está viviendo una ebullición que necesita del alguien que piense más allá de sus millones.
Si bien al comienzo era urgente que, al convertirse en el gran problema, el presidente diera un paso al costado y asumiera todas sus responsabilidades jerárquicas en lo que sucedía en las calles, debido a la acción policial en materia de derechos fundamentales, ahora ni siquiera es un estorbo, ni genera ningún tipo de problemática. La relación de Piñera con la historia será solamente la de un sujeto que deberá ser juzgado por la acción del aparato policial durante su mandato, por no haber hecho nada al respecto. Porque no ha hecho nada. Solo se ha dedicado a evitar alguna solución en todo ámbito de la vida diaria del chileno. Por lo que pedir su cargo hoy lo único que significará será adelantar su viaje al sótano de nuestra trayectoria nacional. ¿Vale la pena hacerlo? ¿Significa su salida temprana hacia ese sótano la inmediata gobernabilidad de Chile por parte de otros sectores? Es bueno preguntarlo.
Comentarios