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Nación y plurinacionalidad, apuntes para el debate

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Hoy en la discursiva del debate en torno a la consulta para la aprobación o rechazo de la nueva Constitución chilena en septiembre de este año, se repiten dos conceptos, nación y plurinacionalidad, en ese contexto conviene detenerse en algunos matices y definiciones que dialoguen en la búsqueda de cierta claridad y que no sean antagónicos a priori, ni se presten para una retórica maniquea muy característica en este tipo de debates.

En el discurso nacionalista, fuerza entropía que crea a la nación, aparece como un concepto monolítico, simplificado, pero la amplitud en torno al mismo y los avatares políticos que este concepto implica hacen que la discursiva se torne confusa. Señalar algunas premisas discutibles por ejemplo: ¿Una nación, un Estado? ¿La plurinacionalidad excluye la nación a priori?.

Conviene aclarar que para hacer un pequeño análisis comparativo entre nación y plurinacionalismo, afirmamos que la nación nace de la transición entre una sociedad agraria a la etapa industrial. Es por lo tanto, la nación una creación de la modernidad bajo el parámetro de sociedades directamente entroncadas con la Revolución Industrial. Se constituye entonces como una unidad cultural básicamente asociada a un sistema de educación, alta cultura identitaria y en ciertos casos a un idioma específico de una etnia o región geográfica determinada.

En este sentido, la nación revelaría una madurez cultural con una elite culta que generaría artefactos culturales, tendientes a crear una identidad común para el ciudadano de a pie e iniciáticamente contaría con un relato histórico plausible, de ser internalizado en los aparatos de enseñanza formales. Deseable es también la propagación de una idioma homogéneo y común que pueda ser utilizado por todos aquellos susceptibles de identificarse con dicha nación. A veces la identidad de la nación puede ser esencialmente religiosa, un credo potente que logre aglutinar cultural y valóricamente a una nación. En consecuencia la nación propiamente tal tiene una existencia independiente del Estado.

En Latinoamérica usualmente el Estado conformó una determinado rudimento específico de nación (construcción de la nación) que se asoció con una lengua como el español y portugués (Caribe francés e inglés), bajo ciertos límites geográficos y étnicos (supremacía criolla blanca) y que contaba con una elite de alta cultura que dotó al Estado-Nación de una identidad homogénea en lo formal, bajo una religión excluyente como la católica apostólica romana, asociada al estado como concomitante en el desarrollo de la identidad. Decir a modo de corolario que la nación no nace, se crea y su nacimiento depende en muchos casos de coyunturas históricas específicas.

En la égida de los movimientos nacionalistas, la discursiva en torno al devenir del binomio Estado-Nación, parece adquirir otra variante divergente al clásico movimiento nacionalista que propende a la formación de una unidad independiente, conforme a los parámetros adaptados de un estadio industrial desarrollista necesario para el avance de unidades económicas exitosas.

Las nuevas variantes son entre otras el Plurinacionalismo (pertinente aquí ya que aparece en el borrador constitucional a votarse el cuatro de septiembre 2022), este concepto fue plasmado en la Constitución de la vecina Bolivia y habitualmente se habla de una singularidad Latinoamérica, pero su antecedente está en el siglo diecinueve presente en la Monarquía dual Austro- Húngara. Monarquía que por cierto fue la primera en asumir el reto de gobernabilidad con los emergentes nacionalismos eslavos.

El debate discursivo actual intenta contraponer el concepto de Nación al de Plurinacionalidad, pero en la práctica ambos conceptos están vinculados de tal forma que es imposible factorizar alguno para otorgar preeminencia de uno sobre otro

Si bien no existió una primera condición de democracia en forma, al menos, al interior existían aquellos pueblos con historia, es decir que tuvieron formación nacional y estatal (monarquías nacionales), tales como Polacos y Húngaros y los otros llamados peyorativamente sin Historia. En la práctica, el resto de los pueblos eslavos como checos, eslovacos, serbios, etc. En ese contexto, el componente de subyugación era la inexistencia de una supuesta identidad histórica continua, se argumentaba, la carencia de características inherentes a una nación señalados en los párrafos anteriores, este hecho condicionó un rápido trabajo de aquella elite nacional culta, para dotar de una identidad y programa político común hacia la formación de una estado – nación (muchos los llamados pocos los elegidos).

El devenir histórico configuró en la monarquía austrohúngara un sistema de representación parlamentaria que garantizó a las naciones integrantes de la monarquía plurinacional sus derechos, como por ejemplo el status de igualdad idiomática y garantías de acceso a la educación igualitaria por ejemplo. Si bien, Austria-Hungría demostró un escaso sentido de gobernabilidad con las naciones eslavas, no fue menos cierto que el proceso llevado a cabo durante ese periodo fue altamente productivo en la cristalización política de los futuros estados nacionales que arribaron posteriormente a la paz de Versalles en 1918.

En el sentido comparativo, el debate discursivo actual intenta contraponer el concepto de Nación al de Plurinacionalidad, pero en la práctica ambos conceptos están vinculados de tal forma que es imposible factorizar alguno para otorgar preeminencia de uno sobre otro, ya que obedecen a causales históricas y se van transmutando y superponiendo en el devenir histórico vinculado al poder político.

Por otro lado, se torna natural que el cuestionamiento legítimo de un Estado-Nación monolítico, al estilo clásico, con pocas variantes desde el siglo diecinueve y que intente ser modificado a fin de integrar y respetar los derechos de otras naciones que han sido subyugadas durante siglos, es incluso deseable, ya que vendría a fortalecer los componentes esenciales de un estado-nación en movimiento hacia un futuro común. Es el Estado, en consecuencia, siempre el paraguas político de la nación y no excluye integrar más de una en este binomio, para desagrado de algunas posturas en torno a este tema, algunas naciones nunca construirán un estado-nación, ya que no lo necesitan. La entropía nacionalista nunca es igual en todos los casos. Con todo, en ninguno de los escenarios es plausible, por tanto, el argumento antagónico y fragmentario en cuanto a la destrucción del Estado-Nación tradicional, ya que el historicismo del mismo soporta su existencia.

Hay por último, un diálogo incuestionable, novedoso y fructífero desde la esfera discursiva entre ambos conceptos, tal y como están planteados en el borrador de la nueva constitución propuesta para el plebiscito de septiembre 2022.

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1 Comentario

any

¿Que pasa con los ciudadanos que no pertenecen a etnias originarias ni son afrodescendientes?