¿Ciento cincuenta mil personas por la Alameda de Las Delicias esta semana y 200 mil la próxima? Estamos en julio-agosto del movimiento estudiantil de 2011.
¿Veintiocho días bloqueada una región entera de Chile, en el mes de febrero 2012, pleno verano y vacaciones –cuando nadie se interesa en Chile por querellas políticas-, y con el liderazgo emergente de un pescador desconocido?
El verano anterior. 2011: los pobladores de la comuna de Til Til se toman la carretera 5 norte todos los fines de semana; fuerzan al ministro a sentarse a la mesa y consiguen la anulación del proyecto de construcción de una cárcel masiva en la comuna.
Dichato, La Greda, la Asamblea Ciudadana de Magallanes; las comunas de Petorca y Cabildo levantándose porque la sequía los tiene sin agua desde hace semanas –mientras dos o tres compañías mineras usurpan las napas subterráneas ante la vista gorda de las entidades fiscalizadoras- Calama la próxima semana…
¿Qué muestran de parecido estos (y otros) acontecimientos? De partida: son locales, están distribuidos y resultan inesperados.
¡Pero lo de los estudiantes nada tiene de local! Es metropolitano y, más encima, nacional. Sin embargo, el lugar no solo es físico, geográfico; es social y cultural. Por eso no fueron los estudiantes con/sin partido los que colmaron el movimiento, sino los estudiantes a secas. Los de todas partes, identificados por su pertenencia generacional.
La ideología, tal como se la ha experimentado durante los siglos XIX y XX, ha consistido en una imagen del mundo que permita explicar el conjunto de los sucesos de la época y orientar las decisiones llamadas “históricas”. Llegó incluso a constituir cosa de manuales –el socialismo-, mientras su oponente se enseña hoy mismo como ciencia económica en las universidades y se desenvuelve en calidad de “modelo de gestión” general de la vida.
A esta experiencia de la ideología –comparada con la irrupción de los fenómenos de movilización social del sXXI-, hay que confrontarla con la frase del biólogo Francisco Varela: “Lo inesperado es que la vida está asociada a un mundo en que la variabilidad es prácticamente infinita. […] el mundo es demasiado rico para que lo vivo posea una representación previa o incluso útil”.
Relegadas por la experiencia histórica o saltando de crisis en crisis, la decadencia de las ideologías dejan hoy algo como un vacío. Un hambre del alma –si se pudiera decir así-.
No es el carácter explicativo lo que ha dado vitalidad a las ideologías, por muy racionales que se presenten. Las ideologías consisten en formas sociales de pertenencia en los tiempos de la sociedad moderna.
Por muy individualista o colectivista que quiso ser el mundo moderno, la “postmodernidad” ha mostrado el resurgimiento de múltiples modos de comunitarismo. Desde los experienciales (cara a cara) hasta los virtuales (facebook), pasando por el simulacro de pertenencia que vomita diariamente la publicidad y el marketing (incluido el marketing político).
La ideología brindó una versión moderna del calor comunitario. Fue el nuevo hogar de los individuos, libres pero solitarios. Por eso el amor a las banderas, la multiplicación de símbolos, los cantos, la poesía: fue un hogar emocional en una época que iba colocando las emociones en un permanente segundo lugar.
¿Qué está sucediendo entonces con los estudiantes, los ayseninos, los calameños, los magallánicos, los del barrio Yungay? ¿Con la gente que se junta para defender su barrio, su región, sus plazas, su río, sus playas? El lugar de la pertenencia parece estar girando de a poco desde lo universal –la clase en la lucha de clases, los agentes económicos en las fuerzas del mercado-, hacia lo local y distribuido.
Tras unas peticiones prácticas muy razonables –baja en el precio de combustibles, por ejemplo-, la expresión de capacidades comunitarias que refuerzan sentidos de pertenencia. Cada uno quiere de alguna forma vivir con otros, y quiere encontrar o mantener las formas de con/vivencia donde ha criado bien su corazón.
Las ideologías del siglo XX todavía basaron su convocatoria privilegiando absolutamente los “intereses” y fines utilitarios. En este siglo XXI, la irrupción de relatos sociales conectados a movilizaciones localizadas puede ofrecer una transformación en el eje de las convocatorias.
Y como a las comunidades tradicionales se han agregado las redes y nuevas formas de comunicación tecnológica, el resultado probable consiste en cierta plasticidad de las pertenencias.
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Foto: Elmensajero.cl
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