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La desafección del Movimiento Estudiantil frente al camino del Movimiento Mapuche Autonomista

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Para muchos pareciera que las movilizaciones estudiantiles del año 2011 marcaron un verdadero “antes y después» en la política nacional, incluso en la historia del Chile post-Pinochet. De aquella afirmación dudamos, pues la re-activación social es más amplia compleja y anterior que dicho fenómeno, por rupturista o mediática que fuera en su debido momento. No obstante resulta innegable cierta transcendencia, la que incluso, a la luz del presente, resulta tan mítica como inexplicable y lejana.

Hoy poco queda de aquel movimiento estudiantil que asumió demandas que tocaban la médula misma del modelo educativo chileno (profundamente mercantilista) y que logró, a su vez, concitar amplios apoyos sociales (al mismo tiempo que hacia temblar al gobierno de Piñera e instalaba una profunda crítica al lucro empresarial). Sin embargo en el presente, más bien, vemos un movimiento estudiantil “des-cafeínado”, agotado, incapaz de construir consensos sociales y movilizar recursos humanos o comunicacionales (de los cuales gozó ampliamente) en torno a demandas que aún no han sido resueltas sino de forma parcial y focalizada. No hubo ni reforma educativa (no al menos en los términos que el movimiento estudiantil aspiraba) ni transformaciones estructurales que de alguna modo sentaran las bases de un cambio gradual, progresivo y a largo plazo, como planteaban los menos optimistas. Contrariamente a ello, los pocos y mediocres avances se ven amenazado precisamente porque el movimiento estudiantil no existe con el ímpetu y la fuerza que lo transformó en un fenómeno social de alcance mundial.

Básicamente, a nuestro modo de ver, ocurrió una doble situación: por un lado la “rutinización” de una forma movilización en extremo gremial, la cual encontrando un amplio eco en otros sectores organizados no fue capaz (o no tuvo la voluntad) de articularse y converger en una plataforma reivindicativa común, transversal y mayormente compleja (con el Movimiento No+AFP, por ejemplo). Por otro lado, a la vez, se produjo una intencionada y planificada “parlamentarización” de las demandas y el movimiento, pero sin resultados efectivo alguno. De hecho por más que innumerables parlamentarios y partidos políticos asumieran retóricamente el discurso del movimiento estudiantil (en cierta medida Bachelet misma también jugó esa carta) o que dirigentes del propio movimiento se convirtieran en parlamentarios, esto no significó en la práctica un avance sustancial en la resolución progresiva de la crisis estructural del modelo educativo chileno. Por el contrario, los hechos nos indican que esta política terminó por subsumir a las fuerzas del movimiento estudiantil hacia un espacio político-institucional que diluyó las demandas y mermó las fuerzas (incluso la esperanza) de quienes protagonizaron todas estas luchas con franca convicción. La consigna, o apuesta táctica, basada en la idea de una supuesta combinación virtuosa entre la movilización callejera y la disputa institucional terminó operando, hasta al momento, como un verdadero verdugo para un movimiento que ahora solo lucha -con suerte- por demandas locales y muy al interior de sus respectivos planteles, facultades o carreras. Incluso más: muchas de las fuerzas políticas que hoy tienen la conducción formal de la mayoría de las instituciones de educación superior y del Confech parecieran estar más preocupadas de “acumular fuerzas” para sus respectivas alternativas electorales, (la mayoría de ellas pertenecientes al Frente Amplio) que de resolver de manera concreta el anquilosamiento de una fuerza de cambio que es capaz incluso de irradiar política a otros sectores sociales también defenestrados por el modelo.

La consigna, o apuesta táctica, basada en la idea de una supuesta combinación virtuosa entre la movilización callejera y la disputa institucional terminó operando, hasta al momento, como un verdadero verdugo para un movimiento que ahora solo lucha -con suerte- por demandas locales y muy al interior de sus respectivos planteles, facultades o carreras.

Pero por otro carril opuesto y antagónico al movimiento estudiantil hace camino el Movimiento Mapuche Autonomista. Contrariamente al camino elegido por las dirigencias juveniles, las comunidades y organizaciones políticas mapuches más activas han acerado un camino que (independiente de toda valorización respecto a tal o cual método de lucha que algunos pudieran hacer) pone un acento más que claro respecto a la necesaria independencia frente al Estado y el conjunto de sus poderes políticos y sus representantes formales. Los resultados de esta estrategia los podemos observar de manera nítida: ampliación del territorio recuperado, posicionamiento mediático, apoyo y solidaridad nacional e internacional frente a sus demandas, y la formación de toda una generación de luchadores que nutren al movimiento de contenidos políticos cada vez más profundos y complejos. La fuerza del mapuche en lucha es realmente inconmensurable, y los administradores del poder bien lo saben. ¿Qué el movimiento estudiantil y el movimiento mapuche no son comparables? Obvio que no, sin embargo el desarrollo de movimientos reivindicativos que aspiran a transformaciones estructurales necesariamente deben gozar de una independencia política suficientemente clara como para no diluir fuerzas en la ilusión político-institucional. El Wallmapu hoy demuestra precisamente este simple pero profunda tesis.

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