Las corrientes mestizas para un proyecto social del buen vivir –mezclas, precisamente, con el sumak kawsay ecuatoriano o con sus variantes en las lenguas de los diferentes pueblos (kûme mongen)-, contiene la premisa de identificación con la figura de “alternativas de sociedad”. Ésta implica el proyecto muy optimista de una estructura social que pueda arribar a la institucionalidad en un modelo de Estado híbrido, con un conjunto de derechos sociales y humanos reconocidos y garantizados, y que avanzan incluyendo el reencuentro con unos derechos de la Naturaleza (que nunca hubieron de ausentarse). Hay otros buenos vivires de escala local, barrial –los huertos urbanos, las ecoaldeas–, y como surgiendo silenciosamente de abajo.
Buen vivir es aquí vida en un sentido renovado de la dignidad como valor de lo humano y de la Naturaleza (reencuentro en una Plaza Dignidad llena también de bosques y pájaros). Vida que se completa con una cosmogonía comunitarista de proveniencia indígena –-y diferentes ofertas conceptuales que le brotan a una modernidad tardía (ecologismos, feminismos) que además transita oscuras confusiones–, mientras se proyecta hacia una forma de sociabilidad actual y un sistema de derechos para la convivencia en la empatía colectiva. La fórmula intensamente igualitarista de un buen vivir mestizo tiene que, además, reconocer el componente mixto de la experiencia de libertad con individuación –una conquista de mundo y tema de otras próximas y necesarias reflexiones.
Los buenos (con)vivires mestizos reúnen así componentes de innovación/restauración social y constitucional, en un paradigma alternativo de la modernidad de donde mayoritariamente venimos –que de paso renueva la consecución del “Estado del bienestar” del siglo XX-, y con reconocimiento de una cosmovisión ancestral que apela a la renovación circular, no progresiva, en la relación inmediatizada de pasado/presente/futuro. El diálogo de saberes es consustancial a este buen vivir en su composición de permanencia y cambio. La Constitución mestiza es también, como decimos en Occidente, una Constitución epistemológica –que compete los modos diferentes, alternos y localizables del conocimiento y los saberes de mundo, y el autoconocimiento de una sociedad Latinoamericana en el siglo XXI–.
Siguiendo al argentino Enrique Dussel –Primer Encuentro del Buen Vivir, Puebla, 2012-, podemos decir que una filosofía de la Constitución del buen vivir conlleva principios normativos de derechos y deberes híbridos que desafían la pura legalidad de los paradigmas modernos desplazando sus prescripciones. Los “derechos del buen vivir” introducen derechos humanos rituales, ceremoniales, nuevos que hay que referir también a la experiencia de pasados múltiples y memorables (y míticos en el buen sentido del relato y el símbolo).
Para el constitucionalista ecuatoriano Ramiro Àvila, se trata aquí de un Estado plurinacional e intercultural donde el valor y dignidad –y los modos de dar sentido a la experiencia vital–, aparecen como aptos para ser compartidos por cualquier persona o colectividad. De ahí su posibilidad de pretensiones universalistas y sus capacidades para responder en paralelo a las nuevas posibilidades de una tradición occidental humanista.
La universalidad es respuesta a una aspiración cultural de totalidad cosmológica. Cada cultura o pueblo “sitúa‟ semejante aspiración alrededor de lo que podemos llamar sus valores fundamentales. Se trata ahora de hacer de la diferencia el descubrimiento de un conjunto mutuamente inteligible e interpretable. Así presentamos una concepción del mestizaje. El portugués Boaventura de Sousa Santos dice:
Una filosofía de la Constitución del buen vivir conlleva principios normativos de derechos y deberes híbridos que desafían la pura legalidad de los paradigmas modernos desplazando sus prescripciones
“Los diferentes nombres, conceptos y concepciones de mundo pueden trasmitir preocupaciones o aspiraciones similares o mutuamente inteligibles”
Parece abrirse entonces la posibilidad de “ideales comunes del bien común” (y de bienes comunes no apropiables: las formas de las aguas (de las lluvias a los glaciares y los ríos) –y los espacios de los aires–, que ya tienen realidad jurídica en algunos Estados). Ello junto a la composición de las individualidades aparecidas desde un todo de sociedad y Naturaleza. De unos bienes también que conservan la calidad inmediata de la multitud –como la seguridad y la justicia–, que solo son pensables desde una ciudadanía que aquí habla de una convivencia compleja en la alteridad.
Las totalidades mestizas locales que aquí consideramos reúnen y procuran mantener en una convivencia nueva los mundos Latinoamericanos –sumidos mientras en la temporalidad del progreso, el subjetivismo y la acumulación-, con los mundos ancestrales de los pueblos preexistentes a la llegada europea –-tiempos circulares, comunitarismo del uso, el rito y la fiesta– En el mestizaje parece como si todos cambian –y, sin embargo, una mitad debe persuadir a la otra de abandonar las perspectivas hegemónicas. En lugar de hegemonías, de las leyes del poder como siempre dominación, lo que importa son las diferencias en una pluralidad que resiste las jerarquías –y, sin embargo, se organiza.
El valor del mestizaje que aquí pensamos debe poder mostrar sus excelencias para estos tiempos; podría encontrar su discurso político. Los ensayos constitucionales avanzados o en proceso resultan un camino transitable.
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