Es altamente valorable que la CUT haya convocado a timoneles de partidos a una serie de reuniones para alcanzar una lista unitaria de cara a la elección de los convencionales constituyentes. No obstante, algunos, como el PC, Comunes y Convergencia Social se han restado de participar de estos encuentros convocados por la central sindical, argumentando que “la mejor opción sería un sistema de dos nóminas” porque dos listas pueden conseguir más votos, pero eso no significa lograr más escaños. Al parecer, sus expertos electorales, al utilizar artilugios sin soportes empíricos, no están centrados en alcanzar los 2/3, sino expandir exclusivamente su propio mensaje, cuando la lógica matemática indica que dos o más listas divide la votación en desmedro de los escaños a lograr. Es una conclusión basada en hechos, exenta de las pulsiones para justificar un falso dilema.
Esos partidos han optado cantar solos, a capela, descartando hacerlo en modo coral al poner mayor énfasis en ensanchar fisuras con otros actores del progresismo, en lugar de articular la heterogeneidad y vigorizar la convivencia y proyección del sector, agudizando las diferencias y desavenencias, sacudiendo las placas tectónicas en ese espacio político. No son, por cierto, los atributos requeridos de liderazgo y una impronta para convocar y articular mayorías transversales, más allá de sus seguidores más incondicionales; con amplitud de miras para construir un proyecto común con sentido de transformación social; de gestionar diálogos y acuerdos programáticos inter partidos dentro de la hoy fragmentada oposición para avanzar en base a un programa consensuado para enfrentar a la derecha neoliberal en este nuevo ciclo político-electoral y, así, anticiparse a una auto derrota, ya que la derecha se presentará cohesionada y unificada en la elección de constituyentes para bloquear los intentos de las fuerzas progresistas de escribir definitivamente un epitafio a la constitución pinochetista.La historia y los números demuestran que la dispersión política de la oposición sólo dejaría sobrerrepresentada en constituyentes a la derecha que está unida para enfrentar lo que viene, con un perfil homogeneizado para defender el statu quo
Es preocupante, por tanto, que la unidad opositora -para los mencionados partidos- es algo que parece no aquilatarse lo suficiente y ha dejado de ser una prioridad. En algunos casos, eso incluso se desprecia y prefieren supurar una profunda obsesión por su partidismo que lleva consigo a la “maldición de la inanidad”, puesto que solamente buscan qué es lo que más los distancia, la cual se va extendiendo, en una perversión que pretende convertir en terreno baldío toda transversalidad, lo cual hace pensar que han perdido la capacidad de distinguir entre la convicción y la responsabilidad y, en tales condiciones, las transformaciones se difuminan, al enfocarse en la lógica de “suma cero”, centrados exclusivamente en los intereses del hábitat de sus partidos y por la pulsión estereotipada vanguardista que están en la base de las conductas anti unitarias sobre las que se erigen, atribuyéndose un estatus superior y dispensándole una condición y rango inferior al resto de organizaciones que se adscriben al progresismo político y cultural que también proclaman una vocación de transformación y cambio.
Las consecuencias del repliegue identitario se han dejado sentir en la fragmentación tóxica de la actual oposición que ha generado “la paradoja de la negación de la suma de las partes”. Los partidos políticos, al igual que los seres humanos para lograr sus objetivos, requieren crear ambientes de colaboración y no una especie de entornos que promueven a tal nivel el sentido de individualidad, atomización y el divisionismo que terminan por mermar los cambios sociales y el bienestar de los ciudadanos.
La política requiere convicciones en primer lugar, pues consiste en la entrega a una causa y a los ideales que la inspiran. Pero esa convicción responde a la importancia real de una causa y presenta fines objetivos, sin nada que ver con la “excitación estéril” (Weber) a la que son tan dados algunos sectores más propensos al testimonio -que gira en el vacío, desprovisto de todo sentido de la responsabilidad objetiva- que los logros de la unidad puede deparar. La convicción debe ir acompasada con el sentido de la responsabilidad, que es lo que se echa en falta en no pocos que se han visto envueltos en el torbellino del estallido social. Hoy se requiere mesura y el buen juicio para calibrar las circunstancias y ver las cosas en la adecuada perspectiva. En resumen, entender que “el poder es la aptitud humana de actuar en conjunto” (Hannah Arendt).
Para enfrentar con éxito las próximas elecciones de constituyentes en la Convención Constitucional, la oposición tendrá que erradicar esa competitividad “de suma cero” para lograr una lista única de candidaturas a esa instancia, y, así, iniciar una democracia más plena, inclusiva y más integradora, lo que implica jugar juntos como los equipos de fútbol, entendiendo lo improductivo de su ausencia. Para ello, será necesario ir desactivando el “narcisismo” tóxico partidario sembrado en las organizaciones de izquierda y de centro del espectro ideológico y que solo generan equidistancia entre los distintos actores del progresismo, en lugar de la confinidad necesaria para la construcción de una estrategia colectiva para hacer frente al verdadero adversario político: la derecha neoliberal y conectar con esa ciudadanía que quiere cambios transformadores y ser parte de ellos.
Existe una sequía de líderes políticos con una mirada larga en la centroizquierda, generándose con esto, desolación crónica en los votantes; faltan liderazgos que inspiren, motiven, convoquen, movilicen y, lo más importante, que con su accionar diario le den densidad a la política para que ella esté al servicio del bien común, sobre las agendas partidistas que proliferan en ese sector; que calibren los riesgos que conlleva el quedar sin la representación necesaria en la Convención Constitucional; que tiendan puentes y complicidades entre distintas fuerzas para articular iniciativas de cambio; que breguen al servicio de proyectos colectivos y por un bien superior que lleve a crear una comunidad más solidaria y con mayor justicia social, donde no solo se respira el yo sino también el tú y el nosotros, asentado en un orden institucional que incentiva la deliberación pública que permite hacerse cargo de cómo los ciudadanos (as) se relacionan entre ellos y ellas y habitan su territorio.
Una lista única permitiría, además, garantizar un número mayor de candidaturas de representantes de la sociedad civil, integrando a personas destacadas de organizaciones sindicales, medioambientales, feministas e independientes del mundo académico, de la cultura y las artes, la descentralización, los pueblos originarios y los Derechos Humanos. Una mirada amplia recomienda que mientras distintas sensibilidades se unan en una lista común, abre más posibilidades de obtener los 2/3 requeridos para tener una nueva Carta Magna para perfilar una democracia de futuro que supere el neoliberalismo ramplón implantado en el país. Es el momento de darle el protagonismo a la sociedad civil que ha sido el vector de las movilizaciones sociales que han creado las posibilidades de avanzar en esa dirección.
La historia y los números demuestran que la dispersión política de la oposición sólo dejaría sobrerrepresentada en constituyentes a la derecha que está unida para enfrentar lo que viene, con un perfil homogeneizado para defender el statu quo. La oposición, mientras tanto, persiste en presentarse con un sinfín de listas a la Convención Constitucional, lo que anticipa un escenario de auto derrota al no conseguir el porcentaje de 2/3 imprescindible para influir decisivamente en la redacción de una Constitución que conduzca a un Estado social y democrático de derecho. Sería la mayor irresponsabilidad histórica cometida por un sector político que proclama hacer cambios en la sociedad y, cuando tuvo la oportunidad, se la farreó por atrincherarse y anteponer el interés partidista a una posibilidad real de hacerlos efectivos y visualizar un futuro alternativo mejor. Si la oposición se mantiene en su división, solo reiterará que la ceguera política se ha vuelto proverbial en la centroizquierda.
Lo que importa en política son los resultados que se obtienen en relación a los objetivos que se persiguen. Si existen en dicho sector “mínimos comunes” en los lineamientos que debería tener esa carta Fundamental, es inexplicable que esos partidos no resuelvan los principales escollos que están bloqueando un acuerdo en la oposición para levantar una lista lo más amplia e integradora posible, con los mejores y más idóneos candidatos y candidatas, con el objetivo de maximizar una representación del cambio en la Convención Constitucional, aunque eso conlleve una menor porcentaje de candidatos (as) militantes de los partidos. No se puede discutir una nueva Constitución sin una presencia relevante de la sociedad civil. ¡Sensatez obliga! o las consecuencias las pagaran las mayorías sociales que no pertenecen al 1% que concentra la riqueza del país.
La oposición será evaluada, por tanto, si logra correlacionar los quórum requeridos con el desafío estratégico de tener una nueva Constitución. Ello depende mucho del rol que desempeñen los dirigentes y pre-candidaturas presidenciales del sector de cómo afrontan con racionalidad esta coyuntura o se dejan embarrar en las habituales marañas del solipsismo en que han estado, ajenas a lo esencial para el conjunto. Lo que está en juego obliga unir fuerzas y construir un sentido y sentimiento de comunidad en plural y volver a relevar el papel de la unidad para construir un país más justo y próspero.
En esta tarea no puede haber medias tintas ni titubeo. Equivocarse nuevamente significaría un extravío demente de las oposiciones.
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