El encuentro reservado que celebró la Presidenta Michelle Bachelet con influyentes empresarios en el Centro de Estudios Públicos (CEP), en una coyuntura en que la interacción entre dinero y política genera amplia reprobación ciudadana, ha tenido interpretaciones diversas. Un su columna de El Mercurio, Carlos Peña ha llegado a calificarlo como la “escenificación de la prosternación ante el poder” y para otros- con mayor mesura analítica- ha sido simplemente una disposición a entablar un diálogo entre las partes en este momento de descrédito y desconfianza en la actividad pública, en una perspectiva que rebalse la contingencia y salir de la polarización del lenguaje.
Intentando esbozar un desciframiento de la reunión, soy de la opinión de que el encuentro en el CEP, en un concepto derrideano, es un reconocimiento y aceptación de la otredad de ambos actores, con roles distintos, pero a la vez interesados en construir una temporalidad político-social que ayude en la búsqueda de un contexto de trabajo conjunto; por tanto, en vez de acentuar la desavenencias sobre las temáticas que están en la agenda, se opta por una lógica no rupturista para resolver positivamente las diferencias que el país conoce. Todo encuentro supone una comprensión hacia el otro.Es fundamental no incurrir en desbordes semánticos que, inexorablemente, conducen a contradicciones y disputas artificiales.
El objetivo no es buscar una verdad común, una visión unívoca del mundo, sino manifestar la voluntad de deconstrucción de las confianzas, con una abertura a un lenguaje y diagnostico que no se imponga en forma irreductible sobre una de las partes. Es un paso encaminado a explorar un “presente futuro” basado en la valorización de un dialogo que potencie un “nosotros” y establecer una relación positiva con el mundo del “otro”, puesto que ambos son parte constituyente de una misma comunidad.
Suponemos que ellos están conscientes que las desconfianzas produce la descomposición espectral del sistema democrático, ya que la confianza es un componente esencial de una sociedad democrática. Desmontar las desconfianzas implica una doble exigencia por parte de los empresarios: asumir la necesidad de la alteridad del actual modelo económico y social –no está bajo el signo de lo infinito y por consiguiente puede ser modificado en concordancia con ellos- y, en segundo término, cooperar al surgimiento de un paradigma dialógico muy distinto al actual, profundamente descalificador del otro, por uno basado en la interdependencia donde la “différence” no impida la búsqueda de un sentido común, lo que implica auto afección de intereses particulares y distanciarse de la “subjetividad empresarial” para abrirse más al de los ciudadanos
Sabemos que en sociedades donde hay desigualdades y abusos suele incrementarse las desconfianzas ciudadanas, la cual se acrecienta aún más cuando ellas exhiben una pésima distribución del ingreso. La impugnación de las desigualdades, entonces, es una primacía de una nueva forma de entender la gobernanza democrática y condición sine qua non para poder diseñar un devenir histórico más compartido, donde la pieza fundamental es la confianza, basado en comportamientos y normas comunes exigibles a todos
En tanto, la exigencia para el gobierno: es imprescindible que este mejore su solvencia política –modificando la sensación ambiental de improvisación política- y contar con el apoyo de la Nueva Mayoría para que lo sustente virtuosamente y se manifieste en consecuencia, contribuyendo en forma activa, con su opinión, para construir en forma colaborativa un concepto de proyecto a instalar en la agenda pública con temas que entusiasmen y movilicen a la ciudadanía.
Por último, lo exigible a la Nueva Mayoría es que todas las declaraciones que emitan sus dirigentes debe ser, primero, filtrado a través del tamiz de un objetivo estratégico: viabilizar la gobernanza de los cambios. En ese sentido es fundamental no incurrir en desbordes semánticos que, inexorablemente, conducen a contradicciones y disputas artificiales. Esta, además, requiere dotarse de la necesaria consistencia política para alzarse en un vehículo de apoyo cultural y social del gobierno, optando por actuar como la suma virtuosa de ambos, con una visión común de los problemas y disyuntivas que confronta la sociedad chilena. Esa pauta de conducta le permitirá volver a merecer el respeto de la ciudadanía.
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