Nuestro siglo XXI lleva años luz de diferencia con el que se puede observar no sólo en las economías más desarrolladas, sino que en el resto del mundo.
Es posible observar a estados que leen correctamente su tiempo y se adelantan incluso a las problemáticas que ocurrirán en las décadas sucesivas, como el admirado ejemplo uruguayo. Así las cosas, también podemos apreciar la vanguardia educativa apreciable en Finlandia, Canadá o Singapur, donde siempre se recae cuando hablamos de educación.
No es extraño que sea sorprendente que en una nación como Chile, recién se enfrenten estos temas.
2006 marcó un primigenio enfrentamiento entre el conformismo político-social que se vivía de modo general en el país dado el crecimiento que se experimentaba, y una ciudadanía estudiantil secundaria que abogaba por la amplitud de derechos. Fue un gran problema el que nuestra clase política estuviera anquilosada a lógicas de la transición para explicar el mundo: mientras los primeros se encontraban en el naciente siglo XXI, los segundos habitaban cómodamente en los recovecos del siglo XX.
Independiente del resultado, ya conocido por todas y todos –incluso pudiendo identificarse a los ministros que conspiraron para que ello culminara de una manera favorable a la élite-, el problema había estallado: lo que durante décadas se nos ilustró como “normal” no lo era.
Muchos ya lo sabían, como lo vociferara durante años la propia Gladys Marín sin mucho eco; no obstante, algo había cambiado en la trayectoria histórica del movimiento social.
Sería el punto de inflexión que a todas y todos llamaría la atención respecto de la recuperación de derechos que alguna vez tuvimos como colectivo social o que, simplemente, nunca habíamos percibido por una extraña conciencia de que si se corría el velo de lo posible era “pedir mucho”.
Si lo vemos desde el punto de vista global, lo que actualmente se vive en Chile y genera tantos cuestionamientos desde distintos sectores económicos y sociales son “normalizaciones” que afectan a los negocios que por tantos años han fomentado la desigualdad, la segregación y un modelo económico que, si bien nos permitió vivir mejor, lo hizo a un costo demasiado alto. Es que fue así como nos convertimos, en los hechos, en una sociedad de castas.
Ahora bien, y de ahí lo trascendente del concepto y su utilización por parte del conglomerado político que acompaña a la Presidenta Bachelet, es que se habla de “reformas estructurales”. Y el concepto hasta cierto punto no es exagerado, puesto que necesitamos transformar la estructura misma, guardadora recelosa del status quo y ajena a las modificaciones fundamentales, para poder avanzar hacia un nuevo nivel. En el fondo “normalizar”, emparejar la cancha con el resto de las economías desarrolladas.
Si lo vemos desde el punto de vista global, lo que actualmente se vive en Chile y genera tantos cuestionamientos desde distintos sectores económicos y sociales son “normalizaciones” que afectan a los negocios que por tantos años han fomentado la desigualdad, la segregación y un modelo económico que, si bien nos permitió vivir mejor, lo hizo a un costo demasiado alto. Es que fue así como nos convertimos, en los hechos, en una sociedad de castas.
Era preciso modificar la estructura organizacional del sistema educacional, atacando la raíz misma del negocio educativo. Era necesario transformar la estructura tributaria, pues a mayores inversiones de futuro necesitamos recursos permanentes. Es imprescindible culminar la eterna transición constitucional hacia una Carta Magna que realmente nos represente a todas y todos.
Vivimos en una nueva época de transformaciones estructurales que probablemente continuarán las próximas administraciones nacionales, tal como se experimentó entre 1958 y 1973. Ya lo han dicho algunos personeros de corte progresista: el gobierno actual no es revolucionario, sino reformista. Es así como lo que se pretende es avanzar sobre una base concreta de “normalización” o “reforma estructural” para así poder discutir en serio sobre el modelo económico hacia el que queremos transitar.
No es menos cierto que hoy existen muchas posturas respecto de la modificación del sistema económico, pero existen pocas concreciones respecto del paso posterior al neoliberalismo. ¿Humanizarlo? ¿Un sistema alternativo? ¿Una economía mixta con preponderancia estatal? No conocemos la respuesta concreta, sino luces que nos orientan a contestar. Hasta ese entonces, es preciso sentar las bases para la solución de nuestro eterno problema respecto de los derechos que perdimos o que nunca tuvimos.
Como colectivo, debemos todas y todos ser agentes de cambio y aporte a la discusión y a la resolución de los problemas. Los temas ya están instalados, ahora queda trabajar.
Porque la diferencia entre los libros de historia y nuestra generación es que ahora nosotras y nosotros tenemos el poder de transformar. Porque, en el fondo, está todo por construir.
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Foto: Ministerio de Agricultura – Chile / Licencia CC
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