Estamos presenciando, tal vez la reconstitución de aquella novela y película. Se prohíbe una manifestación pública debidamente avisada a la autoridad. Corríjanme los constitucionalistas si cometo un error al afirmar que la vía pública – como su nombre lo indica, no requiere de autorización para ser transitada. Si una cantidad determinada decide hacerlo al mismo tiempo, no está cometiendo delito alguno. Si llevan pancartas y lo hacen cantando o gritando consignas, tampoco.
Cuando los manifestantes avisan a la autoridad de su intención, lo hacen para que ésta cumpla con su deber de proporcionar seguridad a los manifestantes. Para desviar el tráfico, para coordinar medidas de orden público. Pero dejemos esta discusión técnica a los especialistas y adentrémonos en el tema de fondo. ¿Qué mensaje le estamos mandando a nuestra juventud?
Durante años nos quejamos porque nuestra juventud era apática, abúlica , pusilánime. Era la generación del “ ni ahí”. Porque no se comprometían con nada, porque se refugiaban en la droga y la patota, porque no querían crecer, temían ser adultos y asumir responsabilidades. No se inscribían en los registros electorales porque “daba lo mismo, todos son iguales”. Pasamos muchos años entre la recriminación por la educación que les estábamos dando, y el cómodo hábito de echarle la culpa a la dictadura. Es verdad que la dictadura instaló un sistema educacional diseñado para formar consumidores, no ciudadanos. Que los educandos eran clientes, no alumnos. Que la educación era un producto de mercado como los calcetines y las jugueras. Es verdad, pero también lo es el hecho de que nosotros, los adultos, descuidamos nuestra responsabilidad de educadores y dejamos que las cosas fluyeran como las había establecido la dictadura. Nuestras reformas fueron tardías, insuficientes y tibias. No tuvimos coraje para hacer cambios profundos, para ir a la médula del problema. Nos agarró, en cierta medida, el sistema. Nuestras preocupaciones giraban más en torno a la tarea de llegar a fin de mes con todas las tarjetas pagas que en el debate educacional y su acción. Descuidamos a los profesores y les asignamos un papel mísero en el desarrollo de sus nobles tareas. Caímos en la trampa de sacrificar día a día la calidad por el precio.
Y entonces vinieron los pingüinos Con cierta timidez y precariedad. El jarro de agua fue un símbolo de torpeza. Una confirmación de que eran niños y actuaban como tales. No quiero menoscabar su movimiento; por el contrario, fue el principio de una primavera, el renacer de una esperanza. ¡Al fin! ¡Viven! ¡Amanece! Pero fue insuficiente. Un parche más, un conjunto de medidas, algunos pasos vacilantes, declaración de intenciones, un bálsamo que nunca se concretó. Instituciones que quedaron en el papel o en el tintero.
Ahora estamos en una etapa diferente. Ellos maduraron. Exhiben planteamientos concretos, apuntan a la raíz de los problemas, responden las preguntas que les hacen los periodistas verdaderamente informados (sí, existen). Los dirigentes no tartamudean, argumentan. Sus diagnósticos son precisos. Sus fuentes, creíbles. Por lo mismo, sus conclusiones son de un peso mucho mayor. Dice, finalmente, lo que nosotros callamos: el país necesita urgente una reforma a fondo de su sistema educativo. No basta un parche, un suple, un refuerzo. Hay que construir sólidas bases para levantar, con paciente prisa, los pilares y las vigas, los muros y, sobre todo, las ventanas. Y, también puertas. Puertas siempre abiertas, cuyo único objetivo sea dejar fuera la mediocridad.
¿Cuál ha sido nuestra respuesta? Un festival de errores, lugares comunes, respuestas vagas, contradicciones, acrónimos absurdos y ridículos, ministros que caen, propuestas que se repiten en su errático sentido. Unas cuantas lucas, una pizca de diálogo, unas cuantas promesas. Afortunadamente, la segunda vez se omitió el faraónico anuncio presidencial con moai incluido.
En texto claro: señores estudiantes, debemos reconocer que han logrado lo que ningún partido político podría obtener: 100000 personas en la calle. Interesantes sus reclamos, pero atañen a temas que no corresponde resolver a los estudiantes. Por nuestra parte, podemos ofrecer solamente algunos parches menores. El planteamiento central es inaceptable porque no corresponde a la ideología del gobierno. El mercado seguirá rigiendo a la educación.
¿Qué puede hacer el movimiento social, respaldado por el 72% de la ciudadanía? No tienen más alternativa que continuar con las manifestaciones. A pesar de la prohibición pronunciada por quienes tienen un 62% de rechazo. Y aquí estamos, es jueves y han comenzado los incidentes.
Sólo cabe imaginar a alguien hablando por teléfono y pronunciando la fatídica frase del título. ¿Arde Santiago?
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Foto: Horment / Licencia CC
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