En diciembre recién pasado, recibí la triste noticia del fallecimiento, en Madrid, de mi amigo y académico de la Universidad Complutense, Rafael Alberto Pérez. Durante los últimos lustros hizo aportes muy innovadores a la teoría estratégica en el ámbito de las comunicaciones e incluso más allá. Propuso una Nueva Teoría Estratégica (NTE) más acorde a las transformaciones propias de fines del siglo y principios de éste. Además, era un hombre de acción que ejercía labores de consultoría, pero sobre todo formó un núcleo iberoamericano de reflexión sobre estrategias de comunicación, con colegas de España y de nuestra región.
¿Cuáles son los elementos de la NTE que habría que considerar para intentar leer estos tiempos de pandemia? Una idea básica es que las estrategias de comunicación deben alejarse del paradigma militar, según lo indica Rafael Alberto Pérez. Esto significa, desterrar una concepción que pone énfasis en la difusión, enfocada en la transmisión de información, en la unilateralidad de la acción comunicativa. Ahora, entendemos que la comunicación tiene una doble vía, no es una calle en un solo sentido. Hemos transitado del «uno a muchos» al «muchos a muchos». Otro escenario medial.
Un segundo aspecto, es considerar al ser humano en sus distintas dimensiones, no marcar solo lo racional sino también las emociones, lo corporal, elementos imprescindibles para establecer finalmente la comunicación: la puesta en común. En la actual coyuntura, el miedo y la desconfianza hegemonizan el sentir colectivo, cuestión invisible en los recursos símbolos recepcionados. Un último aspecto, es el contexto, estamos con una crisis social, signada por demandas insatisfechas y una deslegitimidad de la élite y la institucionalidad, quienes justamente deberían gestionar la pandemia.Esta infoxicación medial que hemos experimentado en estos días del coronavirus ha tenido un resultado pobre hasta la fecha, más bien lo que ha generado es una ansiedad informativa, una evidente falta de claridad y desconcierto en cada uno de nosotros
¿Qué consecuencias tiene lo anterior en la estrategia de la comunicación gubernamental sobre el Covid-19? En su base hay una idea muy rústica: a más medios utilizados y más mensajes entregados y difundidos, se generará la ansiada comunicación. Esta visión, obviamente, lo que hace es, finalmente, poblar de símbolos enredados y confusos. Nostalgias de una industria medial centralizada en la televisión, diarios y radios de propiedad de una élite empresarial y política que monopolizaba los «grandes acuerdos» y vocerías mezquinas. Por otra parte, los que participan -desde lo gubernamental- buscan parecer un coro polifónico: distintas voces que entregan sus puntos de vista sobre un tema complejo. Pero me parece más bien un coro afónico, saturado de contradicciones y de visiones extremadamente parciales. Cada uno, se disputa su aparecer en algunas de las múltiples pantallas o en las radios. No entienden que lo breve es mejor.
Nuestra sociedad en estos últimos meses y años también ha cambiado. Experimentamos formas de relación social marcadas por la diversidad cultural. Son muchos los particularismos que ejercen como depósitos de sentido para definir nuestras conductas. Ya no somos la audiencia, somos múltiples audiencias. Los individuos y sus grupalidades viven en un mundo infocomunicativo en que no sólo reciben, sino que producen símbolos en que expresan sus visiones de lo que están viviendo. El humor, la cultura mediática, la cultura popular alimentan estos nuevos guiones surgidos desde las propias personas, individualismo institucionalizado, diría Beck.
Otro aspecto que siempre es axioma en una estrategia, es la articulación. En cualquier estrategia y más aún en el área de salud, debe haber una coherencia entre lo central y lo local, lo individual y lo colectivo, cognitivo y emocional, de modo tal, que las personas tengan la sensación de que hay una sola forma creíble y eficaz de actuar frente a la pandemia, el horizonte del bien común. Pero es evidente que esto no se ha dado, por lo tanto, surge una suerte de perplejidad.
En resumen, esta infoxicación medial que hemos experimentado en estos días del coronavirus ha tenido un resultado pobre hasta la fecha, más bien lo que ha generado es una ansiedad informativa, una evidente falta de claridad y desconcierto en cada uno de nosotros. Se dice que la gente no hace lo que debe hacer, pero es que tampoco hay un paisaje simbólico, único y preciso que permita que todos actuemos en forma coherente y con unidad. Hay relatos en disputa que la comunicación gubernamental no ha logrado superar. Aún más, es un actor confundido y conflictivo. Los cíclopes ven con un solo ojo la realidad y muchos añoran -explícita o implícitamente- aquel momento de principios de los 90, en que hubo una mayor coherencia y coordinación en la campaña contra el cólera. Pero había una mirada más amplia, un escenario comunicacional mediatizado, no el paisaje actual signado por la falta de confianza, las diferencias individuales y sociales, la multiplicidad de enfoques culturales y la capacidad de producir información desde las personas y sus grupos. A esto apuntaba finalmente el aporte de Rafael Alberto Pérez y que nos ayuda a entender la complejidad simbólica y comunicacional en que estamos inmerso, y en la cual, tiene mucho sentido la NTE.
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