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Palestina e Israel, donde el territorio re-importa

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Han pasado algunos meses después del anuncio de Donald Trump sobre su Plan de Paz entre Palestina e Israel, el cual coincidió con varias tensiones internas que afectaron al mandatario estadounidense (un impeachment, proceso electoral, etc.); existiendo, además, otras cuantas contra el mandatario israelí, Benjamín Nethanyahu (corrupción). La propuesta de Paz, se hizo famosa, porque fue presentada como la “solución final” o la “mejor del siglo” entre ambas unidades geopolíticas y Medio Oriente, en la típica grandilocuencia del mandatario Trump[1].


La propuesta Trumpista clasifica satisfactoriamente a Israel, ya que le permite fortalecer su iconografía (…) Palestina, por el contrario, con el reconocimiento de los asentamientos con soberanía en Cisjordania para Israel, profundiza la idea de partición o anexión de territorio palestino

Al poco tiempo (inmediatamente), esta solucionática fue escrutada negativamente por la comunidad internacional, dado que contra vendría una serie de disposiciones ancladas en el derecho internacional y que habían sido reconocidas como tal por la Organización de la Naciones Unidas (ONU), en específico, entender como ilegales los asentamientos judíos-israelíes (colonos) al interior del territorio de Cisjordania, reconocido como territorialidad base de la actual Autoridad Nacional Palestina (ANP). Como es sabido, la propuesta solo consensuada con Israel, reconoce estos asentamientos –matices más, matices menos– como parte soberana israelita, proyectando, cuales enclaves, la estatalidad soberana nacional para Israel, en la territorialidad de la pretendida estatalidad palestina. Según indica la propuesta, involucraría cerca de un 30% del territorio de Cisjordania, fragmentándose significativamente, cuando de la pretensión palestina se refiere[2].

Por otra parte, el valle occidental del río Jordán, pretendida y habitada territorialidad estatal de la ANP, pasaría a soberanía israelí, encerrando a la Cisjordania-Palestina, permitiendo la continuidad fronteriza con Jordania desde el Norte, con quien ya logró paz formal años atrás (1994). Es sabido que estas territorialidades son portadoras de un preciado y escaso recurso natural como es el agua del río en comento, que además se encuentra con uno de los niveles de contaminación más altos, como también, con uno de los flujos de escorrentía exorreica más bajo producto de su intensivo uso. Tanto Siria, el Líbano, Jordania, Israel y Palestina ocupan sus aguas, explicando la baja escorrentía y contaminación consignadas. Por otra parte, el valle oeste del Jordán, que pasaría a dominio israelí, es portador de suelos potencialmente irrigables, funcionales para su eventual agricultura, entre otros usos, bajo la potencial tutela israelí. Hay que consignar otra vez, que el suelo y/o territorio, es también un bien escaso. De paso, impide la conectividad directa entre una expresión árabe palestina, respecto de la árabe jordana, proyectada hacia el resto de la región.

Cabe indicar, que el río Jordán, en la disputa que tiene Israel y Palestina, representa una sedimentación cultural (múltiples procesos culturales temporales y territoriales) e imaginario milenario (cómo se valora e imagina el lugar de hoy, del mañana conectado con el ayer) (Grimson, 2011)[3], situaciones ambas, contribuyentes a rasgos identitarios, que no necesariamente deben acotarse a esta relación político espacial descrita, sino que con toda la región medio-oriental representada por el islam y el judaísmo, donde ambas religiones lo rescatan como símbolo e ícono aglutinador de ambos credos, sumándose posteriormente el cristianismo, entre otras expresiones minoritarias que ahí perviven.

En esta idea de sedimentación cultural e iconografía (capacidad de aglutinación y cohesión social en función de símbolos), la propuesta Trumpista agrega la capitalidad de Israel y Palestina, cediéndole casi la totalidad de Jerusalén al primero, destinando una porción muy menor y periférica al segundo, en el Este de la misma. La acción se encuentra antecedida por la concreción de la voluntad política estadounidense de convertir a Jerusalén en la territorialidad de instalación de su embajada concretada el año 2018 (14 mayo), dejando atrás a Tel-Aviv, como anclaje territorial de la misma[4].

Jerusalén, como es sabido, es un territorio que milenariamente ha sido habitada por pobladores de diversas características étnicas, religiosas y por defecto, ideológicas, convirtiéndola en el objeto de la disputa/conflicto más longevo y complejo de resolver en la región, comunidad y sistema internacional. Ciudad Santa, Muro de los Lamentos y La Explanada de las Mezquitas y otras consideraciones hacen de Jerusalén un ícono funcional, a lo menos de tres principales religiones mundiales ya indicadas, situación que con el tiempo ha sido asumida por el sistema internacional, hecho que se contraviene con la propuesta trumpista en lo general, la cual, sin perjuicio de los territorios conmutados que plantea su propuesta hacia el ‘sur – oeste’ de Israel, a propósito de la entrega de los territorios donde se encuentran los asentamientos, o bien, los referidos al valle del Jordán (aunque no lo indica como tal), igualmente, pareciera ser, no alcanza a superar el imaginario milenario que la espacialidad caracterizada encarna. Ni tampoco, la propuesta de corredor – túnel que permitiría la conexión entre Cisjordania – Palestina con la Franja de Gaza, contribuiría a tal propósito. Tampoco los planes económicos que se plantean para permitir a Palestina salir de su condición de vulnerabilidad económica e institucional.

Así, con esta propuesta estadounidense, la cual se encuentra con escasas posibilidades de viabilidad política (menos cuando Trump, enfrenta un proceso electoral atiborrado de incertidumbre por la pandemia COVID-19 y conflicto social-racial, entre otras), se beneficiaría a Israel más que a Palestina. Ello, corroborado en la aplicación del planteamiento de Jean Gottmann, esto es, la “partición”, “circulación” e “iconografía”, en el cual todos los estados nacionales se organizarían (Arriaga-Rodríguez, 2014)[5]. Así, por “partición”, se entenderá la acción previsible de división al interior de las unidades geopolíticas (estados nacionales), asociada a más o menos fortaleza simbólica/iconográfica sobre la cual se organiza un grupo de personas. Estas “particiones”, necesitan generar condiciones de “circulación”, ya que tanto, las personas, como capitales económicos diversos, precisan satisfacer necesidades, dentro y fuera de la Unidad Geopolítica, permitiendo una potencial nueva “partición” (otra unidad estatal o anexión). Es en esa clave, que se plantea la idea de “iconografía”, la cual sería un componente de cohesión territorial/social, donde la idea de nación (y otros imaginarios) se transforman en una iconografía de primer orden involucrando espacio geográfico/suelo/territorio, cultura (idioma, tradiciones, religión, otros), etnias etc.

Así, la propuesta Trumpista, desde el planteamiento explicado, clasifica satisfactoriamente a Israel, ya que le permite fortalecer su “iconografía” por medio de Jerusalén como capitalidad integral junto con los asentamientos en Cisjordania y el Valle del Jordán. Por otra parte, permite una “circulación” cohesiva dentro y fuera de la territorialidad estatal vigente de Israel y la pretendida, mientras que la posibilidad de “partición” que antes era difícil de concretar, ahora se disminuye todavía más.

Palestina, por el contrario, con el reconocimiento de los asentamientos con soberanía en Cisjordania para Israel, profundiza la idea de “partición” o anexión de territorio palestino; la “circulación”, queda trunca, dado que pierde conexión con Jordania, tras la propuesta de entrega territorial a Israel del valle oeste del Jordán, ocurriendo lo mismo al interior de Cisjordania, ya que impide la libre y soberana circulación palestina en aquel territorio que se le reconoce como tal. Finalmente, desde una perspectiva “iconográfica”, asesta un golpe fundamental, respecto de Jerusalén y el Valle del Jordán, ambos, íconos cohesivos, que estarían pasando directamente a Israel. La conmutación de territorio, al sur-oeste de Israel, se transforma en intrascendente, dado que no está dentro de los imaginarios palestinos como territorio relevante, por defecto entonces, con una muy baja o nula densidad iconográfica.

Tras el anuncio del plan, sólo se han registrado miradas críticas al mismo. Netanyahu, no ha avanzado en sus promesas de la última campaña, teniendo entre las más emblemáticas, concretar la soberanía (anexión) sobre los asentamientos este 1º de julio[6]; Trump, no se ha preocupado en perseverar en su propuesta palestino-israelí, ad-portas del acto electoral de noviembre que lo puede transformar otra vez en el Presidente de EE. UU., permitiéndose (de perseverar), como lo indica el profesor Sebastián Sánchez, profundizar el desprestigio internacional de EE. UU. en su dimensión de Poder Blando (Soft Power), toda vez que, su propuesta vulnera la esencia de ese enfoque de las relaciones internacionales[7]. El mismo apela, a utilizar mecanismos de encuentro y persuasión, evitando la dureza de las políticas exteriores de los estados, como es el conflicto armado, o bien, el económico entre otros, privilegiando acciones de cooperación involucrando temas culturales, políticos, sociales e igualmente económicos.

Así, este enfoque geográfico político de Jean Gottmann, que si bien es posible operativizarlo desde el soft o hard power de las relaciones internacionales, como bien indica Sebastián Sánchez, encontraría también en el Constructivismo Social de las relaciones internacionales, otra oportunidad de análisis, comprensión y resolución, dado que como señala López Almejo (2018)[8], el mismo se fija en la identificación profunda de las ideas dominantes que se encuentran sintetizadas en acciones políticas, y que cómo señala Gottmann, permitiría la iconografía cohesiva Israelí desde el nacionalismo sionista, o bien, la iconografía cohesiva palestina desde el nacionalismo árabe, haciendo del territorio y la religión una ecuación siempre explosiva, resituando, en pleno proceso globalizador, no sólo el territorio en su valor simbólico clásico, sino que también el hecho fronterizo y soberanía nacional, siempre y necesariamente escrutados críticamente desde lo paradigmas críticos de las ciencias sociales en general.

[1] Ver más en https://elpais.com/internacional/2020/01/28/estados_unidos/1580228530_493288.html

[2] Ver más en ­A Vision to Improve the Lives of the Palestinian and Israeli People, en https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2020/01/Peace-to-Prosperity-0120.pdf

[3] Ver en Grimson, A. Los límites de la cultura. Crítica a las teorías de la identidad, ed. Siglo XXI, Bs Aires, Argentina

[4] Ver más en https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-44112858; https://www.latercera.com/mundo/noticia/ano-del-traslado-la-embajada-eeuu-jerusalen/652421/

[5] Ver más en ARRIAGA, J. La concepción de las fronteras y los límites territoriales en el pensamiento geográfico de Jean Gottmann, En: AS CIÊNCIAS SOCIAIS NAS FRONTEIRAS Teorias e metodologias de pesquisa, por Eric Gustavo Cardin Silvio Antônio Colognese ed. — Cascavel, PR: JB, 2014 https://www.academia.edu/7487027/Fronteras_y_l%C3%ADmites_en_el_pensamiento_de_Jean_Gottmann

[6] Ver más en https://elsiglo.cl/2020/07/01/este-1-de-julio-israel-daria-otro-paso-de-anexion-de-territorios-palestinos/

[7] Ver más en https://www.elquintopoder.cl/internacional/la-perdida-de-soft-power-estadounidense-en-el-contexto-de-la-pandemia/

[8] Ver más en López Almejo, J. (2018) El conflicto palestino – israelí a la luz de la teoría constructivista. De la narrativa sionista a la política de los hechos consumados https://www.researchgate.net/publication/329131058_Libro_2018_el_conflicto_palestino-israeli_a_la_luz_de_la_teoria_constructivista

TAGS: #Trump Israel Palestina

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Comentarios

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11 de agosto

Sin duda tal como señala el profesor Orellana, la propuesta de Trump para la solución del conflicto Palestino-Israelí, lejos de ser «la mejor del siglo», ha generado un amplio rechazo en la comunidad internacional. Esta propuesta lejos de fortalecer la imagen internacional estadounidense, lo que hace es socavar su soft power, ya que es muy difícil que el resto de los países siga la senda trazada por Estados Unidos.

11 de agosto

El «mejor plan del siglo» de Trump no es más que la demostración de un » Hard Power» en su mejor sentido , básicamente el.plan consiste en beneficiar al actor que pueda pegar más fuerte y que obviamente acarrea un benefecio de control en lo regional hacia Estados Unidos , principalmente por que le permite mantener operaciones de combate con un centro de abastecimiento cercano si así lo desease

Trump juega a un sistema internacional de la era de la guerra fría donde busca actores para marcar su presencia en regiones con conflictos y esta es una demostración más de aquello

Buena columna Profesor

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