¿Es posible luchar contra el poder de “El Gran Hermano” en un país como Estados Unidos? Después de conocerse la filtración hecha por Edward Snowden a los diarios británico The Guardian y estadounidense The Washington Post de los programas de vigilancia masiva del gobierno norteamericano relacionados al control de llamadas telefónicas y transmisiones en Internet en grandes compañías como Google, Facebook y Skype es difícil pensar que aquello es posible.
Uno no puede dejar de relacionar este ciberespionaje con el universo totalitarista imaginado por el escritor británico George Orwell en su novela “1984”, cuya trama gira en torno a una sociedad futura en la que todo está controlado por el Estado, con un ojo que todo lo ve para controlar a sus habitantes. Orwell define en forma irónica al gobierno de ese país imaginario con el concepto de “Gran Hermano” que ha pasado a ser en el lenguaje universal sinónimo de las técnicas modernas de vigilancia.
En el caso de Estados Unidos la ficción de la novela de Orwell pasó a ser una realidad y una pesadilla. Al igual que en la novela “con la seguridad de que cualquier sonido emitido por usted sería registrado y escuchado por alguien y que, excepto en la oscuridad, todos sus movimientos serían observados”.
Los periódicos que publicaron los documentos que revelan este espionaje planetario recibieron los antecedentes de parte de Edward Snowden, un ex técnico de la CIA que trabajó también para la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA). Según sus declaraciones hechas a The Guardian, la CIA, en 2007, lo destinó a un puesto en Ginebra con estatus diplomático. «En Ginebra observé muchas cosas que me desilusionaron respecto a mi trabajo. Me di cuenta que yo era parte de algo que estaba haciendo mucho más daño que bien”, y agregó que “había decidido hacer pública la información sobre los programas de espionaje desde hace tiempo, pero que esperó a ver si la elección del presidente Barack Obama cambiaba el enfoque de EEUU. “Pero Obama continuó con las políticas de su predecesor Bush”.
Uno de los programas denunciados, el del registro de las llamadas que se efectúan desde la compañía Verizon dentro de EE UU y desde allí con el extranjero, entró en vigor en 2006. El otro, llamado Prism, que tiene como misión la recolección de datos enviados por Internet -correos electrónicos, chats, fotos, vídeos, tarjetas de crédito-, es únicamente para extranjeros que residen fuera de EE UU y fue puesto en marcha en 2008.
La Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y el FBI han tenido acceso directo y de manera secreta a los servidores de gigantes tecnológicos como Microsoft, Google, Apple, Facebook , Skype, YouTube y Apple, desde los que han obtenido datos de sus usuarios que les permiten analizar y controlar sus movimientos y contactos, de acuerdo con los documentos al que han tenido acceso ambos periódicos.
Estos programas de espionaje plantean cuestiones no solo sobre la privacidad de los ciudadanos sino también si la administración de Obama ha violado, y los gobiernos anteriores, la Cuarta Enmienda de la Constitución de EE.UU., la cual garantiza el derecho de sus habitantes de que “sus personas, domicilios, papeles y efectos se hallen a salvo de pesquisas y aprehensiones arbitrarias”, por consiguiente es un derecho inviolable. La enmienda es aplicable al gobierno federal y a los de los estados. Obama, además, no había informado de forma suficiente y precisa al Congreso acerca de este programa, como lo requiere la ley, ocultando un sistema, según juristas norteamericanos, que es inconstitucional por su alcance y posibles abusos y plantea un dilema entre la seguridad y la libertad.
La capacidad de los servicios de espionaje estadounidenses de recabar información con la nueva tecnología digital -que actualmente no tiene ni punto de comparación con la que existía en la época pre digital- con un poder de vigilancia de todos los ciudadanos del planeta, ha convertido a la autodenominada comunidad de servicios de espionaje (NSA, el FBI y la CIA) en la Stasi de EE,UU, como lo aseveró Daniel Ellsberg, ex analista del Ejército estadounidense que en 1971 filtró los Papeles del Pentágono a The New York Times, considerando que ahora ninguna persona en el mundo tiene garantizada su privacidad.
Al no ponerse coto a este tipo de programas de ciberespionaje y al no tomar medidas el gobierno de Obama para supervisar adecuadamente a los agencias de espionaje, su administración estaría abiertamente incumpliendo su obligación constitucional de proteger las libertades individuales y civiles de sus mismos compatriotas, garantizados en ese país por la Declaración de Derechos.
Es sumamente grave que el presidente Obama salga a justificar que los servicios de espionaje, en nombre de la seguridad nacional, rastreen rutinariamente en las comunicaciones telefónicas y por Internet a millones de personas, vulnerando de esa manera los principios fundamentales de cualquier ordenamiento o sistema democrático. La democracia y la seguridad no se garantizan conculcando los derechos civiles de los ciudadanos, especialmente en un país que proclama ser un adalid de la defensa de dichos derechos y, además, pretende ser un ejemplo de sociedad a seguir como sistema y funcionamiento democrático.
Obama, con sus actuaciones poco coherentes nuevamente ha acabado de decepcionar a muchos de sus más entusiastas seguidores y se extiende la idea de que es una réplica de Bush, tanto es así que algunos periodistas han escrito titulares donde lo mencionan como “George W. Obama”. The New York Times ha dicho en un editorial que “ya no se puede confiar en él”.
Es contradictorio, por decir lo menos, que Obama quién siempre se auto proclamó como un ferviente defensor de las libertades civiles, ahora se encuentre defendiendo lo indefendible, con argumentos baladís para justificar “esta intromisión orwelliana”, diciendo que no se puede pretender tener a la vez el 100% de seguridad y de privacidad. La inconsistencia en que está incurriendo el nuevo inquilino de la Casa Blanca es alarmante, particularmente cuando en sus discursos como candidato prometía combatir y desterrar los excesos autoritarios de Bush hijo.
Es por eso que su credibilidad se desploma, puesto que omitió informar sobre este ciberespionaje y sólo lo ha hecho forzado por revelaciones periodísticas. Lo conocido hasta ahora demuestra una erosión profunda de las libertades civiles en un país que se proclama adalid en su defensa. Una vigilancia tan masiva y sostenida como la que ha salido a la luz en EEUU, cuyo alcance e implicaciones potenciales estremecen, solo es posible como resultado de un cierto sentido de inmunidad por parte de los poderes que la condonan. El mantenimiento de la seguridad y la democracia no autoriza, bajo ninguna circunstancia, una intromisión a ultranza e indiscriminada en la vida de las personas.
Obama, con sus actuaciones poco coherentes nuevamente ha acabado de decepcionar a muchos de sus más entusiastas seguidores y se extiende la idea de que es una réplica de Bush, tanto es así que algunos periodistas han escrito titulares donde lo mencionan como “George W. Obama”. The New York Times ha dicho en un editorial que “ya no se puede confiar en él”. El problema de Obama es que no ha sido capaz de diferenciar su propia presidencia de la su antecesor, en consecuencia es imposible saber para qué quería un segundo mandato y cuáles son sus políticas para conducir al país en una senda menos orwelliana como ha sido el sello de administraciones lideradas por el Partido Republicano.
Contrario a lo afirmado por James Clapper, director nacional de Inteligencia -el más alto cargo del espionaje en EE UU- que la revelación del programa por parte de la prensa es un acto «reprobable» y que «pone en riesgo» la seguridad de los estadounidenses, la prensa sólo está cumpliendo -al revelar estas intromisiones indiscriminadas en la vida de las personas- con una función básica de ella en una sociedad democrática: velar por la transparencia y cautelar que los órganos del Estado actúen sin contravenir las libertades y derechos de los ciudadanos. Un Estado democrático no tiene porque saber todo lo que hacemos y decimos en nuestras comunicaciones, ya que al hacerlo la privacidad de las personas deja de tener sentido y desaparece. El aceptar tal intromisión, las libertades personales pasan a ser sólo una ilusión en la post modernidad.
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Foto: Alex Barth / Licencia CC
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Manuel
Obama me decepcionaria si no hiciera nada para intentar aumentar la seguridad del pais. Que «espie» al que quieran, total, el que nada hace, nada teme.