#Internacional

Generar conciencia: Una forma compleja de hacer nada.

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 La mirada de Omran flota polvorienta e inexpresiva en la atmósfera horrible del asiento trasero de una ambulancia. Alepo, la ciudad más poblada de Siria, acaba de padecer un nuevo episodio de aquella rutina brutal que invade nuestro mundo, ese flagelo que la humanidad se ha legado mutuamente en un acto de soberbia incomprensible y que tan impersonalmente hemos denominado ‘guerra’.

La breve experiencia de Omran Daqneesh yace abandonada, sus ojos vagan sin destello alguno, rasgados, vacíos, no logran enfocar y escapan como queriendo curvar el ambiente para evitar -o quizá negar- lo que ve, su rostro ensangrentado es víctima de flashes, atención, morbo y condescendencia,  su mano temblorosa que tantea el polvo de sus heridas mide y apunta a las banalidades de una sociedad sensible solo al dolor que es noticia, ridículamente acostumbrada a hacer de las tragedias un icono o un logotipo, o un eslogan,  otra bestial manifestación de nuestra intrascendente habilidad cultural de ‘tomar conciencia’, esa funesta y egoísta costumbre social de percibir el dolor como un elemento de la contingencia, como un agregado de la noticia, como otra cualidad más del producto que consumimos.

La densidad del impacto es tanta que desorienta. Es un golpe seco y definitivo. Uno que avergüenza. Esta imagen, y el malestar con que la hemos adornado, no pueden ser descritos de otra forma. Es un rayo de escalofríos, una corriente temblorosa de tragedia y pavor recorriendo desde la nuca hasta el alma. Es una sensación de desconcierto tan potente que desencaja cada sustento ideológico que nos mantiene cuerdos como especie. Anula cada constructo, cada sistema de pensamiento y desvela lo que realmente somos: Una indigna manada de individuos que dice vincularse pero que de inmediato niega toda interrelación y que, sobre todo,  se rehúsa a pensar globalmente y actuar en consecuencia a nivel local. Ver el rostro de Omran es como estar de pie frente a un páramo baldío, ante un desierto eterno e inconmovible que te mira de reojo y te recuerda toda la vida que alguna vez albergó, pero que le fue arrebatada.

¿De verdad no nos damos cuenta de lo que estamos haciendo?, Hemos convertido la tragedia en el insumo de un circo, hemos capturado un momento indescriptiblemente aterrador y lo hemos naturalizado al punto en que nos atrevemos a construir a su alrededor toda una maraña de clichés y contra cultura. Con titulares sensacionalistas, imágenes sensibles e inclusos párrafos como este, burlamos el dolor, lo esquivamos con comentarios imbéciles, con alusiones de superioridad moral, o de relativismo ético. Llenamos nuestras redes sociales con frases de indignación que no hacen otra cosa que profundizar la desdicha, la muerte, la miseria y justificar la vergüenza.

Toleramos con total desparpajo a la presentadora del noticiero que frunce el ceño, tratando de impostar una seriedad pautada con el fin de ‘generar conciencia’. Pero ¿Qué es generar conciencia? ¿Un acto de solidaridad virtual? ¿Un estrategia de acción? ¿Se puede, matemáticamente, ayudar menos? ¿Qué tipo de despreciable subterfugio nos hemos construido para vivir en esta falsa paz? ¿Qué nicho de comodidad más pusilánime hemos desarrollado tras ese concepto vacuo que es ‘tomar conciencia’? Es solo simbolismo en vez de sustancia, un mecanismo de autocomplacencia con el que nos convencemos que estamos ayudando cuando realidad no hacemos nada. No es de extrañar entonces que luego atendamos con premura a las maratones contra el cáncer de mamas,  o pintemos nuestra fotografía de perfil, citemos un “pray for…” etc.

Nuestro nivel de megalomanía es tal que necesitamos hacer que la tragedia se vincule con nosotros, necesitamos ser el foco de atención también cuando el mundo está siendo monstruosamente depredado, queremos las luces sobre nosotros a cualquier precio. Y acabamos involucrándonos con mucha trascendencia ética ‘generando conciencia’, pero sin tener ninguna relevancia práctica. Usamos los mismos medios que nos muestran la realidad y, paradójicamente, dirigimos la atención hacia nosotros.

Nuestro nivel de megalomanía es tal que necesitamos hacer que la tragedia se vincule con nosotros, necesitamos ser el foco de atención también cuando el mundo está siendo monstruosamente depredado, queremos las luces sobre nosotros a cualquier precio. Y acabamos involucrándonos con mucha trascendencia ética ‘generando conciencia’, pero sin tener ninguna relevancia práctica.

Hemos dejado que unas ideas monstruosas nos invadan como sociedad, nos hemos convertido vertiginosamente como especie en una masa alienada, que cubre sus miedos con ese halo de sensibilidad simulada para así lograr sostener una línea de comodidad ideológica que nos mantenga funcionales. Reaccionamos por defecto: Primero asombro, morbo, indignación, luego tristeza en el recuerdo, y pasada una semana, olvido. El peso de esa hipocresía -de la que soy también parte- es abrumador.

No busco diagnosticar ni criticar nuestra reacción social desde un peldaño de superioridad moral, tampoco busco se supriman las redes sociales ni mucho menos, solo quiero dejar constancia de la profunda vergüenza que siento como miembro del planeta, como componente de esta bola de idiotez que ha bajado por la colina acumulando cada vez más comportamientos inconscientes y oportunistas. Y ninguna reacción práctica. No logro entender que el mundo no se detenga ante una fotografía como la citada.

Lógicamente entiendo que hay una alta dosis de cinismo en mis palabras, sin embargo, reviso twitter y solo puedo sentirme despreciable por la forma patética en que padecemos el dolor de un inocente niño sirio. Miro su fotografía y se hace trizas cada excusa, no puedo comprender  el nivel de pasividad que potenciamos ante tamaña cantidad de injusticia en el mundo. Me frustra nuestra impotencia, pero me desintegra todavía más la sospecha de que si tuviésemos todas las instancias posibles, todo el poder, todos los recursos, aun así no cambiaríamos nada. Me revuelve el estómago percatarme que hemos sido culpables de millones de tragedias anónimas, y el peso de nuestra cultura no solo nos ha hecho indiferentes, si no que ha logrado generar un mecanismo que incorpore esas tragedias a nuestra vida diaria, en forma de lástima, para así luego sobrevivir equilibrados en esta estructura que está diseñada para sostener los mismos abusos que son su combustible.

No tengo respuesta para esta deleznable ironía. Siento pena, pero por sobre eso, siento vergüenza. Como sociedad hemos sepultado la realidad bajo nuestro ego manteniéndonos quietos en ese inerte sentimiento en el que se ha convertido la compasión. Ante el rostro de Omran el mundo debería  pisar el freno, cesar su vorágine, y por decencia, concentrarse en ser pragmático de una vez por todas. Hemos llegado a un punto de instrumentalizar los medios sociales en bien de la satisfacción propia incluso cuando el horror asedia, y eso es tan aterrador como vil. Acabamos generando tanta conciencia sobre un problema que no hacemos nada al respecto. No tengo respuesta para nuestra indigna forma de resolver tragedias.

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6 Comentarios

Teresa Valderas

Esa misma conciencia inútil y poco practica según dices, es la misma q hoy hace q no fumen encima mio cdo estoy embarazada, q repudiemos con fuerza cdo alguien con autoridad es autor de Vif, toda esa inutilidad sirve para civilizarnos un poquito

    Pedro Ezequiel Barrera Diaz

    Pedro Ezequiel Barrera Diaz

    Teresa, agradezco tu comentario, pero disiento. Me atrevería a decir que gran parte de los actos de ‘civilidad’ a los que aludes son más el resultado del miedo a la consecuencia jurídica o el repudio social por nuestra conducta, que a un acto derivado de una campaña para generar conciencia. En muchos casos no es el convencimiento racional sobre una idea lo que motiva a los sujetos a actuar ‘bien’, sino el miedo a ser apuntado por no hacerlo.
    En todo caso, lo que pretendo reseñar arriba es la vergüenza que siento como individuo ante la falaz idea de que mientras más morbo añadimos a una tragedia, más ayudamos. Es cierto que mi comentario es un poco hipócrita porque en última instancia estoy haciendo aquello que critico. Pero en este puntual caso, creo, la hipocresía es peor que la inacción. Saludos.

Servallas

Buena reflexión, toca algo de la fibra de humanos que aún tenemos, pero también tenemos impotencia, toneladas de ella, sencillamente nada podemos hacer contra la maldad cuando esta se organiza, cuando se hace de miles de seguidores, cuando las mentes se enferman. Mira nuestro país, con un gobierno que pretende hacer reformas estructurales para cambiarlo todo pero que tiene un 15 %  de apoyo y aún así sigue adelante, con una coalición que tiene un 8 % de apoyo pero aún así sigue pontificando como hacer las cosas, pero por otro lado, las fuerza del capital que no paran ni un momento para reflexionar, para decir hagamos esto más humano, no, no lo hacen sabiendo que su destrucción esta siendo cantada en las calles, quieren más y más rentabilidad de una sociedad cansada, ahogada en deudas, mira por otra parte la teoría de la conspiración mostrando todos los día a quien satanizar, mira las aulas universitarias y veras como se lavan las cabezas para salir a odiar, para salir como animal a destruirlo todo, es cierto, de a poco vamos perdiendo esa última fibra humana que aún tenemos y que aún nos hace sufrir por la desgracia de otros.

claudia Zamora

Pones palabras en lo que me pasa. Además como te puedes enojar con gente » tan buena» que vive para » hacer consciencia » en el mundo? La inconsistencia viene cuando ahi acaba la campaña, cuando hacemos click y vamos a otra imagen. Cuando no hay ni un ápice de intención de querer moverse para cambiar algo.

Sol

Gracias por esta columna que compartiré, cada día vemos dolores parecidos que cargan muchis de nuestros en Chile, y siento vergüenza y ganas de no hacer nada, porque siento impotencia y Soledad, me siento extraña con un discurso que raya en la locura. Sin embargo, igual me levanto cada día con el compromiso de aportar a mejorar la vida de los niños con quienes me relaciono, desde mi humilde trinchera claro está. Que fácil es protestar por la bomba que cayó a mil kilómetros del ropero y del refrigerador, dice Silvio. Excelente y necesario llamado de atención, no hacerlo es complicidad…

vasilia

vasilia

Recuerdo como en canales españoles tenian cuenta regresiva para la invasion de Irak en el 2003. Cuenta regresiva para una guerra en la que siguen muriendo miles de personas y millones se convirtieron en migrantes. Senti tanta rabia que se lo grite a un profesor español, no lograba entender por qué llegaron a ese extremo. Ahora lo entiendo: mañana habra otro. Y otro, y otro y otro y otro y otro y otro… sin que puedas hacer nada al respecto. No puedes. No hay nada que puedas hacer. Porque mientras tu te indignas, tienes a millones de personas usando cosas hechas con materiales de zona de conflicto y no les importa.

¿No lo sabias? El computador que tienes usa coltan, Congo, millones de personas violadas y asesinadas brutalmente. Oro, tantalio, estaño y tungsteno estan en tu celular y estan manchados de sangre de millones de muertos de Africa Subsahariana. Botamos toneladas de chatarra cibernetica que le costo la vida a millones de personas y que contamina a otras millones. ¿Dejaras de usar tu celular y tu pc? Millones de personas nunca lo haran y las empresas como Apple o Intel o Nokia seguiran financiando y beneficiandose de guerras, para que esas otras millones sigan jugando Pokemon Go en sus nuevos celulares.

Omran es un numero. Uno mas. Por eso muchos periodistas y fotografos de guerra terminan suicidandose o borrachos o drogandose. Uno mas. Mañana habra millones igual.