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Sobre Lagos y Piñera: La deplorable estrategia del reciclaje

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‘No me restaré a ese desafío…’ espetó con desparpajo Ricardo Lagos el pasado viernes en un programa radial, aludiendo claramente a su potencial candidatura. Uno pensaría que la noticia es antojadiza, pero en realidad es parte de una estrategia muy bien cuidada. Confirmando el mesianismo y la expectativa con la que se ha alimentado a la opinión pública, la aparición de Lagos buscó acabar la semana bombardeando los medios con un anuncio que ya imprimió y vendió miles de portadas, que copó todas las editoriales, colmó todos los noticieros y que hizo explotar las redes sociales, además de unas cuantas mentes.

La reacción fue inmediata. Un oficialismo que llevaba semanas sumido en el ‘fuego amigo’ socavando desde dentro la poca credibilidad que le queda, cerró filas valorando positivamente el anuncio. Salvo contadas excepciones, nadie ve con malos ojos que Lagos apunte los focos a sí mismo. La oposición por su parte fue categórica. Tal como viene haciendo hace tiempo, se concentró en apuntar los dardos a las falencias del rival aun cuando padece las mismas enfermedades; calificar la aparición de Lagos como un manotazo de ahogado es cuando menos anecdótico si nos percatamos que Sebastián Piñera -a estas alturas la figura con más posibilidades de la derecha- es prácticamente lo mismo.

En este panorama, corresponde preguntarse si es solo coincidencia que el duopolio político comience a apostar por personajes ampliamente conocidos. Yo diría que no, por el contrario, existe una siniestra configuración ideológica en el aparataje político que era fácil de anticipar. Ante la sostenida y profunda crisis del sistema que tan notoriamente ha sido señalada por la comunidad en innumerables formas, el modelo se defiende a sí mismo acudiendo a la miserable estrategia del reciclaje. En vez de -por dignidad o conveniencia- recoger aunque sea una parte de la crítica popular a su desempeño, la clase política prefiere acudir a personajes obsoletos, cuestionados, endebles y tambaleantes, para entregarles nada más y nada menos que el timón del país. Una plan absurdo e impresentable, que no hace más que confirmar la carencia ideológica que padece casi la totalidad del espectro político nacional.

Es preocupante ver cómo los partidos políticos en general, no han sido capaces de generar un marco programático de propuestas que sea solvente y fundamentado, antes bien se han preocupado de elegir a la figura pública que los representará, como si esto fuera un concurso de popularidad o uno de belleza.

El binomio que ha secuestrado el poder en nuestro país prefiere desoír alevosamente la actual exigencia de renovación en la demografía política, y opta por apuntalar las viejas costumbres, proteger el mismo modelo. La lógica del reciclaje parece querer eludir el fervor popular, suplantándolo con un discurso estéril y reaccionario, evitando la reestructuración del sistema político y económico. No sería extraño que pronto las nociones de ‘orden institucional’ y ‘estabilidad económica’ comiencen a tomar fuerza como excusas en el discurso político del bipartidismo, encubriendo así la verdadera intención: no cambiar nada.

Lo que realmente representan estas figuras recicladas es la profunda crisis partidista en la que está sumida todo el sistema político, la incapacidad generalizada de reaccionar ante el reclamo social, pues al enfrentar el escrutinio popular que se avecina no han sido capaces de definir una carta de navegación decente.

Es indispensable percatarnos que la maniobra de maquillar lo tradicional con un halo de novedad ya fue usada en las últimas elecciones presidenciales, donde los partidos de izquierda y de derecha burlaron la crisis cambiando de logo o de nombre, mezclando conceptos clásicos de su discurso conciliador con ideas en apariencia progresistas, todo ello al amparo de la figura de otro personaje ya reconocido. La estrategia del reciclaje no es ni nueva, ni digna, ni mucho menos constructiva, es solo otra táctica publicitaria orientada a la mantención del poder por un grupo específico.

La aparición de Lagos y Piñera, son muestra del conformismo político en los partidos y el nulo nivel de respeto por la comunidad que tiene la clase política en general. Poniendo en la palestra a los viejos estandartes se busca acallar un debate ideológico que hace mucho sobrepasó a las figuras políticas y que incluso ya destruyó unas cuantas.
Lo que realmente representan estas figuras recicladas es la profunda crisis partidista en la que está sumida todo el sistema político, la incapacidad generalizada de reaccionar ante el reclamo social, pues al enfrentar el escrutinio popular que se avecina no han sido capaces de definir una carta de navegación decente. Han comenzado por la cola: definir un personaje antes que un programa, levantar figuras antes que propuestas, desconociendo el clamor de un electorado sumido en la indignación.

En resumen, estamos ante un escenario en que la representatividad política pende de un hilo. La clase política nacional ignora aparatosamente las exigencias de cambio y furtivamente inicia un plan de reciclaje de sus figuras que es francamente vergonzoso y mediocre. Considerar que las exigencias sociales pueden ser satisfechas únicamente con el carisma y el mellado capital político de un ex presidente, constituye un acto de ceguera inexplicable. Es no entender nada. Quizá esa desorientación no sea tan inocente, quizá sea una forma desvergonzada de hacer trampa.

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