A veces, es mejor reconocer que el problema en Chile no es el virus, sino el sistema que propicia su contagio.
Este ha sido un año ilógico, extraño y alejado de la estadística, un año de mucha improvisación política y de incontables juicios de valor. Si ponemos atención en la línea cronológica del coronavirus nos daremos cuenta de que hay hitos destacados. Los hospitales construidos en dos semanas en China, el partido entre el Atalanta y el Valencia en Milán, las cuarentenas y muertes de médicos, la declaración de pandemia y la escala global a la que se llegó rápidamente. Recuerdo que en febrero una ciudadana sueca de Linköping presentó el primer caso. En todos los países se declararon cuarentenas y Suecia fue el único lugar donde la estrategia fue distinta. Para entender porqué el sistema sueco es diferente debo explicar algunos datos. El «ministerio» de salud está a cargo de los médicos y el director de las políticas sanitarias Anders Tegnell es un epidemiólogo, no un político.
Este es un país distinto, dónde de los ciudadanos escuchan a sus autoridades, porque se cree que estas toman las decisiones pensando en su bienestar. El sistema provee de servicios y seguros dignos para quien se enferma y por último, no existe un abuso indiscriminado de estos servicios. En Suecia la crisis fue de puertas y locales abiertos, de quédate en casa si estás enfermo, de protege a los tuyos, de trabaja desde tu computadora si puedes y de no reunirse más de cincuenta personas. Hubo fiestas al aire libre y asados en familia.
Las mascarillas son opcionales y en el metro he visto muy pocas, los negocios están abiertos y todo sigue funcionando como si nada. Estocolmo vivió un verano cálido, con las playas repletas, los bares abiertos, los jardines infantiles funcionando y las personas tomando responsabilidad individual.
Por supuesto que se han cometido errores, han habido muchos muertos entre los ancianos residentes de las casas de reposo y la críticas han caído desde varios rincones del mundo.
En Chile, Mañalich trató de hacer algo similar, en el que llamó el mejor sistema de salud del mundo, buscando la inmunidad de rebaño -de la que habló también Suecia-, mientras el gobierno se aferró a la nueva normalidad, Lavín abría el mall por dos días, hasta cerrarlo nuevamente al dispararse los contagios en su comuna.
La diferencia es que si la gente está hacinada en el transporte público no hay manera de parar el contagio. Acá en cambio, decidieron liberar el cobro de los buses, para no exponer a los choferes al contagio.
En Chile se sacó a militares para mantener a la población en casa durante las horas de sueño, acá se capacitó a personal de salud y se les está pagando un sobresueldo por el riesgo.
En Chile Piñera abrió el féretro de su tío muerto, acá la princesa Sofía se enlistó como voluntaria en un hospital.
Mientras Suecia trabajaba para mejorar las condiciones de su personal de salud el mundo hacía juicios de valor en contra de las estrategias suecas.
Lejos han quedado los discursos y los juicios de valor al sistema sueco. Hoy en día, a pesar de aun tener contagio el sistema aguanta y los enfermos tienen atención, los cesantes generalmente obtienen ayuda, se bajó la tasa de inscripción de empresas, y más importante no ha habido improvisación , se ha seguido con el plan original, a pesar de las críticas internacionales y ahora al fin se logra ver que los suecos no estaban tan equivocados cómo el mundo pensaba. Lo que nos enseña esta experiencia es que los liderazgos son muy importantes.
Si se hubiese escuchado al colegio médico en Chile probablemente no habría más de doce mil muertos ni medio millón de contagiados. Si la clase política no abandonara al pueblo probablemente las ciudades no se estarían llenando de indigentes, y si se hubiesen realizado controles sanitarios a tiempo no habría que lamentar el desempleo y la recesión que se avecina. A veces, es mejor reconocer que el problema en Chile no es el virus, sino el sistema que propicia su contagio. En mi opinión, para detener el movimiento social que antes de la llegada del Covid 19 hacía tambalear al sistema político chileno.
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