Hace unos días venía pensando acerca de las cosas alcanzadas por las mujeres a lo largo de los siglos. Logros emblemáticos que, sin duda, nos han aproximado más a un mundo hecho por y para hombres. Y si bien han existido mujeres destacadas y luchadoras, también han tenido costos y han tenido que elegir (o renunciar) a distintas cosas.
Y es que existe un hecho que es biológicamente privativo de la mujer: ser madre. En Chile, existe preocupación por el envejecimiento de la población y se ve con alarma cómo la tasa de natalidad ha disminuido, así como la formación de familias del tipo tradicional, surgiendo diversas opciones de familia. Se han creado algunos instrumentos e incentivos a la madre que tiene uno o más hijos, como por ejemplo, el “bono por hijo” que va directamente a la cuenta de capitalización de las queridas AFPs.
Pero creo que más que un bono, más que el resaltar la familia como pilar fundamental de la sociedad, hay muchos factores que se deben considerar a la hora de que una mujer decida o no tener un hijo, sea dentro o fuera del matrimonio, sola o acompañada, etc.
Resulta que por muchas conquistas que hayamos logrado seguimos siendo, al menos en nuestro país, mujeres tal y como se han concebido desde años y siglos atrás. No sólo somos madres, también debemos trabajar, cumplir labores de la casa, ser esposa, amante, hija, múltiples roles que debemos cumplir y además, hacerlos todos bien.
A la hora de criticar el que una mujer decida no tener hijos, ya sea para cumplir algún sueño como estudiar en el extranjero, realizarse profesionalmente, lograr tener una casa, etc, se han evidenciado fuertes carencias en los argumentos que suscitan esa crítica: no hay como el amor de madre, dicen; la mujer se siente realmente realizada al tener hijos; el padre puede aportar en la crianza y en la casa, pero es la mujer la que debe llevar mayoritariamente el quehacer del hogar. Y se cruza un sentimiento de culpa hacia las que, por opción o, queriendo o no, tenemos hijos.
No sólo somos madres, también debemos trabajar, cumplir labores de la casa, ser esposa, amante, hija, múltiples roles que debemos cumplir y además, hacerlos todos bien.
Debemos ser eficientes y eficaces en el trabajo, donde aún el sueldo sigue en desventaja con el hombre haciendo la misma tarea; pagando el costo de una «buena crianza» de los niños, porque es la mujer la que debe estar ahí cuando los niños se enferman, cuando tienen que hacer tareas, cuando enfrentan problemas. El rol del padre en estas labores que eran exclusivas de las mujeres ha ido creciendo hacia una crianza compartida.
Pero aún existen muchos prejuicios y tapujos que sufrimos las mujeres que tenemos que ser multifuncionales. Y quisiera detenerme en este punto, dando un ejemplo: en el embarazo adolescente, muchas veces la joven debe dejar de estudiar, es calificada por muchas personas como «irresponsable» por no haberse cuidado, y su vida da un giro por completo. Mientras el padre adolescente, asumiendo o no su incipiente paternidad, puede seguir su vida tal y como era antes de procrear a un hijo.
El peso que cargamos las mujeres es, sin duda, mucho mayor que el del hombre en este caso, teniendo que renunciar muchas veces a los sueños que teníamos. Y ha pasado que, a medida de que los hijos crecen, esas madres, en forma intencionada o sin querer, proyectan sus frustraciones y deseos propios en sus hijos e hijas, intentando que ellos vivan los que ella no pudo; sin lograr entender que, el tener hijos es una enorme responsabilidad, pero a la vez tiene esa cuota de entrega que es tener la capacidad de dejarlos crecer y decidir sobre sus propias vidas. Chile aún tiene un largo camino que recorrer si pretende tener una mayor tasa de natalidad e incentivos para que las mujeres decidan ser madres.
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