Y el SIMCE, que nació como una perversa arma destinada a privatizar descalificando estudiantes y escuelas, podría renacer como un poderoso instrumento de una programación curricular que apunte al corazón de la calidad: lo que ocurre en las aulas.
El Senado aprobó las leyes de Reforma, y si todo sigue como debiera, estaríamos a las puertas del fin de lucro y la selección. Las reglas del juego habrán cambiado, abriéndose un nuevo piso para avanzar hacia la calidad de la educación.
Pero aulas-adentro, poco o nada habrá cambiado. Pasarán décadas antes de que lleguen docentes «estilo Finlandia»: los/las mejores jóvenes de cada generación. Mientras, los directivos y docentes de la educación municipal de hoy tendrán que demostrar que es posible una educación pública de alta calidad. Y la única manera de hacerlo mucho mejor es cambiando las prácticas.
Hoy en día, los establecimientos que atienden a poblaciones vulnerables, que no seleccionan y que ofrecen educación de alta calidad en términos absolutos, comparable a la particular pagada, son la excepción y no la regla. En la mayoría, las situaciones de aprendizaje que resultan memorables para los estudiantes y que generan aprendizaje efectivo, ocurren casi por casualidad. Por un momento especial de inspiración de la profesora, porque preparó buen material o porque a él/ella le gusta el tema. No ocurren de forma sistemática. Más aún, en las escuelas y liceos no hay un sistema para que ello ocurra. Un sistema viable, posible de ser empleado y utilizado por los directivos y docentes que tenemos, con sus virtudes y defectos.
En la educación subvencionada, y que atiende a poblaciones vulnerables, se cuenta ya con una de las bases de ese sistema. Se trata del llamado Plan de Mejoramiento Educativo (PME), que posibilita utilizar los recursos adicionales para atender poblaciones vulnerables que entrega la Ley SEP. Los formatos del PME elaborados por el Ministerio, conducen a que directivos y docentes definan las acciones a seguir, las prioricen y costeen, y si todo va bien, reciban el financiamiento y lo ejecuten. Todo eso está muy bien, pero faltan varios eslabones para que esos recursos conduzcan a clases memorables de forma sistémica.
Uno de ellos es el de la información. Los miles de millones que se gastan en los SIMCE, ¿le permiten a la Unidad Técnico Pedagógica (UTP) del establecimiento, señalar con precisión cuáles son las falencias de aprendizaje de sus estudiantes? Si se analiza la información del SIMCE que la Agencia de Calidad entrega hoy a las escuelas, se encuentra con el análisis de algunos de los ítems de esa prueba, a modo de ejemplo. Pero esos ítems, y todos los demás cuyos resultados no se entregan, están vinculados a objetivos de aprendizaje. ¿Y por qué no se entregan todos los resultados, ítem por ítem y el/los objetivos de aprendizaje a los que se vincula? De ese modo, la UTP dispondría del mapa de sus falencias (y también de sus éxitos), y podría ir sobre ellas. Podría exigir planeaciones de clases más rigurosas, más ajustadas a las características de sus estudiantes, clases motivadoras, etc. Podría observar la implementación, y además verificar las evaluaciones de los/las estudiantes, ya no como calificaciones a éstos, sino como evaluación de impacto de esas clases.
La información diagnóstica de resultados de aprendizaje por objetivos que están solicitando los formatos de los PME apunta mejor a ello. Sin embargo, la información disponible en el SIMCE permitirían incluso reconstruir series históricas y verificar la ruta crítica del “no aprendizaje”, para así mejorar. Y el SIMCE, que nació como una perversa arma destinada a privatizar descalificando estudiantes y escuelas, podría renacer como un poderoso instrumento de una programación curricular que apunte al corazón de la calidad: lo que ocurre en las aulas.
Los otros eslabones, el fortalecimiento de las UTP a fin de que tenga las capacidades analíticas que el proceso requiere, la exigencia de que la planificación de clases se realice mediante colectivos de profesionales de las escuelas y no por profes en forma individual, la capacidad de elaborar situaciones de aprendizaje motivadoras, etc., también deberán formar parte obligatoria de la segunda fase de la Reforma Educacional. Sobre ello escribiremos en otra ocasión.
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