Hoy la envergadura, complejidad y velocidad del cambio de los saberes hace prácticamente imposible suponer que los maestros son depositarios del conocimiento.
Ha llegado la hora de terminar de una vez y para siempre con las aulas frontales. Terminar con ese orden escolar de estudiantes sentados en hileras y profesores «pasa-materias» adelante, supuestamente enseñando, supuestamente «entregando contenidos» a grupos de 35 a 45 estudiantes que difícilmente permanecen quietos y sentados los 45 ó 90 minutos que dura la clase.
Ese orden escolar no da para más. Los niños y jóvenes diariamente son sometidos a experiencias audiovisuales cada vez más vívidas e intensas en sus teléfonos inteligentes, sus tablets, computadores o televisores. En los años veinte del siglo pasado, Hollywood inventó una nueva forma de experimentar el mundo, una forma «entretenida» que se difundió rápidamente a través del orbe. Y hoy niños y jóvenes dividen sus experiencias en «entretenidas» o «aburridas». Las experiencias escolares se juzgan unánimemente como aburrida, y aún así, a ellas y ellos les gusta venir a las escuelas. Pero les gusta -según dicen encuestas- porque allí se encuentran con sus amigos. Es el espacio de encuentro, más allá de la familia y el barrio.
Entre aquellos estudiantes que no disponen de apoyo familiar fuera de las horas de clases, que no tienen la supervisión, la tutoría o el acompañamiento de un padre o una madre que se preocupe por sus tareas escolares, o que no tienen familia con recursos para pagar un profesor particular, la experiencia en las aulas es la única con la que cuentan. Esas empobrecidas experiencias, saboteadas por ellos mismos o sus compañeros, reducidas a su mínima expresión por docentes que utilizan el tiempo para cualquier cosa, menos para generar aprendizajes, terminan por hacer de ellas y ellos los perdedores de nuestra educación.
Ha llegado la hora de cambiar el aula frontal de tipo auditorio. Esa aula, inventada en tiempos del imperio romano y generalizada por los monjes en la Edad Media, hace más de mil años, se justificaba porque el maestro era quien sabía, y «transmitía» su saber a grupos de discípulos mediante exposiciones que los hacían razonar, seguidas de ejercicios en sus pizarras personales. Hoy la envergadura, complejidad y velocidad del cambio de los saberes hace prácticamente imposible suponer que los maestros son depositarios del conocimiento. Y por si esto fuera poco, la sociedad, los medios de comunicación de masas, los organismos internacionales y los gobiernos, ya no piden que el profesor o la profesora enseñen. No, ahora le piden que sean expertos en generar situaciones en las que sus estudiantes efectivamente aprendan y que puedan demostrar que aprendieron incluso mediante pruebas estandarizadas nacionales o internacionales.
Ha llegado la hora de reemplazar el aula auditorio por el aula conversatorio. Estudiantes y profesores sentados en círculo, mirándose a los ojos, hablándose y compartiendo frente a frente, premunidos sólo de una tablet (cuyos costos son cada vez menores y mayor su capacidad), un notebook o un teléfono inteligente. Conectados simultáneamente a Internet y la clase ha sido preparada por los equipos docentes en una plataforma con las presentaciones, videos y textos que se irán revisando. Con acceso a los buscadores para dar respuesta a los problemas de investigación que el docente les irá planteando.
Pero, también ha llegado la hora de dejar de suponer que el aprendizaje es un proceso de transmisión de contenidos o de información, para visualizarlo como lo que fenomenológicamente es: el resultado de conversaciones relevantes, en las que se involucra no sólo el lenguaje, sino también el cuerpo y las emociones, para hacer de cada clase una experiencia no sólo «entretenida», sino íntima, vital, inolvidable. Con ejercitaciones y prácticas realizadas a través de distintas configuraciones grupales, con trabajo de iguales y también de desiguales. Con estudiantes avanzados apoyando a los más retrasados en una materia. En aulas solidarias e inclusivas.
La filosofía del siglo XX (en particular la ontología del lenguaje) y la biología del conocimiento, proporcionan las bases necesarias para fundar la pedagogía del siglo XXI. Pedagogía que se inicia con los principios de Paulo Freire y la educación activo-participativa y la crítica a la concepción bancaria de la educación, temas que están hoy más vigentes que nunca.
Comentarios
06 de diciembre
Yo hacía clases el 73′ con aula conversatorio, y la defendí siempre, por eso la dictadura me echó de las escuelas. era revolucionario.
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06 de diciembre
Yo hacía clases en un aula conversatorio el 73′. Todos los días, con mis alumnos,cambiábamos las sillas de posición y mesas y las poníamos en círculo, luego éramos 60 en la sala, tantos que poníamos sólo las sillas y aspi conversaba con los alumnos. La dictadura consideró mi idea, que venía desde los 70′, revolucionaria, y me persiguió en las escuelas hasta echarme ( entre otras cosas que hizo).
Moira Brncic es profesora de Historia. Master en PNL y Comunicación y Educación para e Learning , doctorado en Pensamiento complejo e inteligencia.
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